Domingo de la Paz 2025 – Recursos didácticos
Sermón Mateo 22:34-40
“Vecina”, “Vecino”. Esta es una de las maneras en las que en Bogotá (Colombia) nos referimos a diferentes personas a nuestro alrededor. Desde quienes viven en nuestro edificio o en una casa cercana, hasta quienes nos encontramos en la tienda o en otros espacios compartidos o públicos. Puede ser que conozcamos bien a la persona, o que ni siquiera sepamos cómo se llama. Pero al llamarle “vecina” o “vecino” hacemos que la relación sea más cálida. Es una manera de ir más allá de lo distante, extraño e incluso conflictivo que puede ser el encuentro con otra persona.
Vecina/vecino es un término que denota cercanía o proximidad. En inglés, es este término de vecino/vecina, neighbour, el que aparece en Mateo 22:34-40. Mientras que en español y francés, el término “prójimo” es comúnmente empleado en este pasaje bíblico. Si bien el hablar de “prójimo” o “prójima” se deriva de la noción de proximidad, de quien está cerca o al lado, este término parece ser a veces demasiado abstracto o desconectado de nuestro diario vivir. Comúnmente, el término prójimo/prójima es empleado cuando hacemos referencia a un pasaje bíblico o cuando buscamos dar cuenta de las implicaciones éticas de nuestra fe cristiana, no cuando nos referimos a otras personas en nuestro diario vivir. ¿Qué pasaría si enfatizáramos la cercanía, calidez y cotidianidad que hacen parte del referirnos a otras personas como vecino/vecina (como pasa en Bogotá) para releer las implicaciones de este pasaje bíblico?
Este texto de Mateo es muy conocido. En principio el texto parece muy claro y contundente. Y, sin embargo, hay muchos diferentes énfasis que se pueden hacer o dar a lo que Jesús dice.
Uno de los énfasis del texto puede ser resaltar la interconexión entre la dimensión “vertical” y la dimensión “horizontal” de la fe; entre el amor a Dios y el amor a otros seres humanos, respectivamente. En su comentario sobre bíblico sobre este pasaje de Mateo, Richard B. Gardner5 argumenta que estos principios que Jesús presenta no son necesariamente nuevos. El amor a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente puede encontrarse ya en Deuteronomio 6:5. Mientras que el amor al prójimo como a sí misma(o) puede identificarse en Levítico 19:18.2 Lo que hace a esta respuesta de Jesús tan particular es la interdependencia entre estos dos mandamientos. Es imposible separar la dimensión vertical de la horizontal de nuestra fe.
Otro énfasis en la lectura del texto puede ser la interconexión entre cómo entendemos la fe y cómo la vivimos. No sería consistente que afirmemos amar a Dios y que actuemos con apatía ante el sufrimiento de nuestra vecina y vecino. Tampoco será muy lógico decir que creemos en un Dios de paz y justicia cuando seguimos actuando de formas opresivas o injustas hacia las y los demás. De hecho, Richard B. Gardner propone que una de las conclusiones que se podría sacar del texto es que el amor al prójimo es el área de acción en la cual que podemos corporizar o demostrar nuestro amor a Dios.3 La vida de Jesús es expresión encarnada del amor de Dios al mundo. A su vez, como humanos estamos invitadas e invitados a encarnar nuestro amor a Dios en el amor hacia otras personas—y hacia el resto de la creación. Nuestras acciones hacia el prójimo (especialmente hacia quienes han sido marginadas y marginados) son las que dan cuenta de nuestro amor a Dios. Por ello, no podemos separar cómo entendemos y cómo vivimos nuestra fe.
La respuesta de Jesús en Mateo 22 también puede servir como una clave de lectura bíblica. Sirve como lentes para ayudarnos a discernir sobre textos, leyes y mandamientos que pueden estar en conflicto o que son ambivalentes. Richard B. Gardner cuenta que de acuerdo con la tradición rabínica que data al siglo segundo, la Torá contiene aproximadamente 613 leyes (365 prohibiciones y 248 mandamientos).4 El que Jesús ubique al amor a Dios y al prójimo como los mandamientos más importantes hace que todo este gran número de leyes y reglas estén supeditados o tengan que ser leídos con estos lentes de amor a Dios y al prójimo.
Si bien estos énfasis son valiosos, este pasaje de Mateo 22:34-40 sigue siendo un texto cuya interpretación no termina. Nuestro mundo requiere constantemente que reinterpretemos qué quiere decir esto del amor a Dios y el amor al prójimo. Esto es particularmente cierto en tiempos en los cuales la emergencia climática, las elecciones de gobiernos de derecha, la reaparición de sentimientos xenófobos, y las violencias en nuestras sociedades, guerras y genocidio en nuestro mundo se han convertido en realidades a las cuales debemos enfrentarnos día a día.
¡Qué pena vecina! ¡qué pena vecino!
Siguiendo la lógica de referirnos a otras personas como vecinas/vecinos en Bogotá, es común que empleemos la expresión “¡qué pena vecina/vecino!” cuando queremos pedir algo, cuando necesitamos ayuda de otra persona, o para excusarnos.
Vivimos en un mundo en el cual nuestras relaciones de proximidad y cercanía han sido profundamente distorsionadas y violentadas. En muchas ocasiones, hemos sido cómplices de esos daños. Por ello, debemos revisar cuidadosamente cómo hemos transgredido nuestras relaciones de proximidad, de “vecindad”. Tal vez, debemos confesar: perdón vecina, perdón vecino.

Vivimos en tiempos en los que se ha normalizado sospechar de quien está próximo, bien sea porque tiene un bagaje diferente, o porque es es una persona migrante, desplazada, o marginada. No importa que viva cerca nuestro, que haga parte de nuestra misma sociedad o que provenga de un lugar, país o región aledaña, igual no le consideramos “vecina/vecino” sino como persona “extraña”, “hostil” e incluso “enemiga” o “criminal”. Muchas guerras en nuestra historia y en nuestro mundo actual han sido o son entre vecinos y vecinas.
Con la naturaleza, nuestras relaciones de proximidad también se han visto severamente afectadas. Hemos convertido relaciones de interdependencia en relaciones de domino y control. Vemos a la naturaleza simplemente como un “recurso” que pueden ser explotado y capitalizado. El cambio climático es una de las señales de los daños que hemos causado y que seguimos generando como seres humanos. Nuestra relación con nuestro espacio vital, con la tierra y las aguas, ha sido fatalmente herida.
Perdón vecina, perdón vecino…
En medio de estas realidades conflictivas, la pregunta del experto en la ley a Jesús sobre cuál es el mandamiento más importante parece tomar mucha relevancia. ¿Cómo encontrar guías y puntos de referencia en nuestra fe para lidiar con estas distorsiones? ¿Cuáles son las leyes que debemos seguir? ¿Qué hacemos si como humanidad contamos con marcos legales como el Derecho Internacional y como los DDHH y sin embargo gobiernos, poderes económicos y políticos deciden saltarlos impunemente? ¿Cómo hacemos si medidas que tomamos para limitar nuestra afectación al medio ambiente son revertidas por los gobiernos de turno?
Como en los tiempos de Jesús, el dilema no es sólo que existan miles de leyes y marcos de referencia éticos hoy en día. El dilema se agudiza por la existencia de realidades de opresión y violencia que hacen aún más urgente la necesidad de encontrar puntos de orientación, de re-conectarnos con elementos centrales de nuestra fe para discernir cómo actuar.
“Buenos días vecina”, “buenos días vecino”.
Cuando hablo sobre lo que es típico de Bogotá (Colombia) con personas que no han estado o vivido en la ciudad, frecuentemente viene a mi mente el saludar a otras personas diciendo “buenos días vecina” o “buenos días vecino”. Usualmente me toma unos minutos (y un par de ejemplos) poder comunicar cómo suena y qué quiere decir. Entre risas, nunca estoy seguro si termino por hacer un buen trabajo explicando el uso de “vecina/vecino” para referirnos a otras personas—¡incluso si esas personas no viven cerca de donde vivo yo!. Al leer una vez más el pasaje bíblico sobre el amor a Dios y a quienes están en nuestra proximidad (énfasis del término “prójimo” en español), trato de considerar conscientemente algunos posibles matices de este mandamiento cuando es leído a través del término vecina/vecino (énfasis que el texto tiene en inglés) y a cómo lo empleamos en nuestra cotidianidad en Bogotá. En ese sentido, la respuesta de Jesús es una invitación a re-pensar nuestras relaciones de proximidad.

Pan y Paz, el «domingo del pan y la paz». Foto: Comunidad Cristiana Menonita de Girardot
En un mundo en el cual barreras visibles e invisibles de segregación abundan, un mundo en el cual se promueve el utilizar a poblaciones marginadas como chivos expiatorios para dar cuenta de los problemas de una comunidad o un país, un mundo en el cual se estimula ver a la otra persona como enemiga, el llamar y relacionarse con alguien como vecina/vecino, con la calidez y proximidad que la expresión denota, es una acción contra-corriente. Es ir en contra del status quo.
Puede parecer que llamar a alguien vecina/vecino suene superficial, sea un código social, o simplemente una expresión que nos acostumbramos a usar en Bogotá. Y, sin embargo, al referirnos a otra persona como vecina o vecino lo que hacemos es crear un lazo de cercanía. Un lazo que no necesariamente existía antes. Esto hace que sea más difícil verle como extraña o enemiga.
Las relaciones de distancia o proximidad con las y los demás no son estáticas o rígidas. Pueden cambiar, y lo pueden hacer de formas sorpresivas. Incluso personas que se consideran extrañas o enemigas pueden convertirse en vecinas y vecinos. La parábola del buen samaritano (Lucas 10: 25-37), en la cuál Jesús ilustra quién es el prójimo, es un buen ejemplo de esto. Las personas samaritanas y judías no tenían la mejor de las relaciones en los tiempos de Jesús. Y, sin embargo, Jesús identifica en un samaritano, quien seguramente era visto como extraño (e incluso enemigo), el mejor reflejo de lo que quiere decir ser prójimo.
Creo que la respuesta de Jesús nos interpela justamente en ese sentido: a redibujar nuestras relaciones de amor y proximidad. Siempre hay otras personas a quienes podemos hacer nuestras vecinas y vecinos. Si tomamos la idea de que es en el amor a la vecina(o) en el cual nuestro amor a Dios se hace evidente, debemos siempre buscar enriquecer y nutrir cómo vivimos y expresamos ese amor. Por complejo que sea, cada nuevo día, contexto y realidad en la que vivimos con las y los demás es una nueva oportunidad para dar forma a y encarnar/corporizar ese amor a Dios.
¿En qué le puedo ayudar vecina? ¿En qué le puedo ayudar vecino?
En Bogotá, es común que quienes trabajan en una tienda pregunten “¿en qué le puedo ayudar vecina/vecino?” a las personas que entran a la tienda o que parecen estar buscando algo que no logran encontrar. De esa pregunta, lo que me llama la atención no sólo es que nos llamen vecina/vecino sino que además ofrezcan su ayuda. En el mundo en el que vivimos, puede ser que nos sintamos mal por lo que les pasa a otras personas en el mundo, por lo que pasa a nuestras vecinas o vecinos. Pero puede ser que optemos por sentir simpatía con su situación a la distancia, siempre y cuando no afecte nuestra zona de confort.
Si asumimos que el amor al prójimo es el espacio en el que podemos expresar y dar cuerpo a nuestro amor por Dios, la invitación de amar al prójimo es un llamado a actuar en solidaridad, discerniendo lo qué podemos hacer y cómo podemos ayudar. El amor al prójimo no es sólo un tema de palabras, sino de acciones. No se trata de que siempre tengamos las respuestas o soluciones a los problemas. Ni tampoco de que decidamos por las otras personas lo que estas deben hacer. Actuar en solidaridad es un compromiso de caminar con otras y otros, a escucharles, y a discernir con ellas y ellos qué hacer—más allá de darle un like a un post de Instagram o compartir un video de TikTok.
En ocasiones la solidaridad puede ser expresada a través del activismo o participar en demostraciones y protestas noviolentas. En otras, se puede expresar en el reconocer y confrontar nuestros privilegios, y servir como aliados y aliadas en luchas que tienen muchas personas y comunidades. En otros momentos, puede ser que la solidaridad se vea reflejada en buscar crear espacios seguros y espacios valientes (brave spaces) para confrontar las diferentes formas de violencia que muchas personas han experimentado. La idea no es hacer un listado con todas las formas de solidaridad posibles. Estos ejemplos son simplemente indicaciones de cómo la solidaridad implica ir más allá de las palabras o simpatías.
El ser vecinas/vecinos incluye también una serie de responsabilidades y cuidados. En muchas ocasiones, es justamente en las relaciones de cercanía o proximidad en los cuales la violencia se manifiesta con mucha agudeza. No siempre se habla de esas formas de violencia. Y frecuentemente se silencia a las voces que buscan hacerlas explícitas. Violencias de género, violencia sexual, violencia que denominamos “doméstica”, entre otras, muestran cómo la cercanía como tal no es garantía de relaciones saludables o justas. Estos son ejemplos de cómo el pecado de la violencia y los daños profundos que ésta causa pueden expresarse en relaciones de proximidad. El hablar del amor al prójimo como expresión del amor a Dios nos recuerda de la increíble responsabilidad que tenemos por el florecimiento de las otras personas. Así que el considerar a la otra persona como vecina/vecino no es sólo una manera de expresar calidez, sino que implica también el comprometerme a ser responsable con su cuidado y bienestar.
Una vez más, es en el amor a nuestra vecina/vecino, prójima/prójimo, el espacio en el que encarnamos nuestro amor a Dios.
Al conmemorar este año los 500 años del Anabautismo, y al considerar que el tema elegido para tan importante tiempo ha sido “La valentía de amar”, es crucial volver sobre las implicaciones y responsabilidades que el amor a Dios y al prójimo tienen hoy. En un mundo en el cual la muerte o desesperanza parecen dominar, que sea la voz de Jesús la que nos recuerde qué debe estar en el centro de cómo entendemos y vivimos nuestra fe.

Alemania en mayo de 2025. Foto: Irma Sulistyorini
Que sea este un tiempo en el que podamos pensar sobre a quiénes consideramos vecinas/vecinos y en quienes nos consideran así. Que este sea un tiempo que nos invite a tener la valentía para amar, para crear nuevos lazos y relaciones de proximidad con otras personas—incluso con quienes percibimos como improbables o incluso imposibles.
Que sea este un tiempo además para nuevos inicios, para establecer nuevos compromisos de actuar en solidaridad con otras y otros, buscando su bienestar. Y que sea nuestro Dios de amor, quien nos ama tanto y quien nos invita a amarle en nuestras relaciones con las y los demás, con nuestro mundo, quien nos siga desafiando, inspirando y guiando en este camino.
Amén.
— Andrés Pacheco Lozano es el presidente de la Comisión de Paz. Originario de Colombia, vive en Ámsterdam, Países Bajos. Este recurso es una adaptación de un sermón que pronunció en la Iglesia Cristiana Menonita De Teusaquillo en Bogotá, Colombia.


