Miércoles a la mañana
«Aprender juntos a discernir la voluntad de Dios”: desde el principio, los primeros cristianos afrontaron este desafío. ¡En efecto, “aprender juntos a discernir la voluntad de Dios” no es un deseo piadoso! No es un proceso cómodo. De hecho, es el gran desafío de la vida cristiana, de nuestra vida personal y en la vida de nuestras congregaciones, de nuestras iglesias locales.
Para reflexionar sobre este desafío, propongo que volvamos a un momento fundamental, un momento originario: el momento en que a los discípulos se les llamó cristianos (en Hechos 11,26); “fue en Antioquía donde por primera vez a los discípulos se les llamó cristianos”. (NVI)
Para mi gran sorpresa, al leer y meditar sobre este episodio de la historia de la iglesia, me vi obligada a cuestionar lo que creía saber. Este cambio ocurrió cuando observé que la época en que se les dio el nombre de cristianos a los creyentes fue todo menos idílica. La amenaza más peligrosa para la nueva iglesia cristiana no era tanto el contexto de persecución, o de “sufrimiento” descrito en el texto. No, lo más impactante para mí fue este hermoso momento, este momento en que recibieron un “nombre” –además, un nombre que contenía el de Cristo–, y correspondía en realidad a una situación en la cual la mayor amenaza para los nuevos creyentes era la de la división, la división interna.
En efecto, por un lado, está la comunidad de Jerusalén: la comunidad madre, más antigua y culturalmente judía. Por otro lado, está la comunidad de Antioquía: ¡de cultura griega, una comunidad más joven y dinámica con mayor crecimiento y frutos más visibles! Por un lado, están los que anuncian la Palabra exclusivamente a los judíos y, por otro lado, los que anuncian las buenas noticias a los paganos, los griegos. Dos estilos: los ancianos más ligados a la tradición; ¡y los más jóvenes, sin duda más ingeniosos y con mayor libertad! Dos formas de ser y dos proyectos evangelísticos. En esta situación, ¿cómo pueden seguir aprendiendo juntos? ¿Cómo pueden discernir juntos la voluntad de Dios?
Desde el comienzo, los primeros cristianos afrontaron dolorosamente dicho desafío. Esto lo podemos aplicar a nuestra situación actual. ¿Qué tienen los menonitas de la antigua Europa donde se inició el anabautismo en común con los menonitas de otros continentes, con las iglesias más jóvenes y dinámicas?
Volvamos a la historia de los Hechos de los Apóstoles: ¿cuáles son las razones por las que no se produjo la escisión, al menos no en ese momento, aunque estaban presentes todos los factores de la división? ¿Cuáles fueron los pasos que se dieron en el proceso de discernimiento?
En primer lugar, notamos que la iglesia madre (la de Jerusalén) opta por enviar a un hombre, Bernabé, que al menos en aquel entonces no era un hombre de alto rango. El factor decisivo es la actitud de este hombre que hará posible los lazos de unidad. “Cuando llegó y vio las evidencias de la gracia de Dios, se alegró y animó a todos …” (v. 23 NVI). De esta manera, Bernabé comienza tomándose el tiempo para mirar, no con una mirada crítica, sino de asombro. ¡No tiene miedo a lo nuevo! Sin duda, podría haber estado celoso del crecimiento de esta nueva comunidad. Sin duda, vio –y con razón, ya que de lo contrario Jerusalén no lo habría enviado– todos los riesgos que corría esta joven y dinámica comunidad, todas las posibles desviaciones… Pero su primera mirada fue una de asombro ante lo que el otro estaba viviendo, dando gracias por el fruto nacido por la obra de los demás.
Este es el primer paso del proceso: mirar y admirar lo bueno en los demás, lo bueno en la iglesia de los demás. Si nos atreviéramos a asombrarnos ante los demás, ¿no cambiarían las relaciones entre nuestros países y las diferentes culturas? ¿Están los occidentales dispuestos a admirar lo que sucede en otros lugares y aprender de los demás? ¿Estamos preparados para esta conversión en nuestra manera de ver?
Una vez más, ¡volvamos a nuestra historia! Bernabé no está dichosamente optimista frente a lo que está dando frutos. La verdadera bondad y la verdadera amabilidad no excluyen la obra de la verdad que consolida las cosas. Y así, en segundo lugar, vemos cómo Bernabé toma la iniciativa de buscar a Pablo y traerlo de vuelta a Antioquía para que durante un año los dos puedan enseñar a esta nueva comunidad joven.
Sin embargo, hay un pequeño detalle, que en realidad no es pequeño. Pablo y Bernabé no están solo en calidad de maestros. Se menciona que “se reunieron con la iglesia” (v. 26). No tienen miedo de estar entre los demás como iguales, en una relación de reciprocidad donde todos toman parte en la conversación. Esto se lleva a cabo por un período de un año, lo que les permite construir lazos y conocer la situación desde adentro. Este es el segundo paso del proceso.
Regresemos a Antioquía, la iglesia joven. No tiene miedo de acoger a alguien enviado por la iglesia madre, aceptando la enseñanza de parte de una persona que proviene de una comunidad mucho menos dinámica, aparentemente menos fructífera. No tiene miedo de ponerse en la posición de recibir de los demás.
Pero la historia no ha terminado: la iglesia joven, a su vez, cuidará de la iglesia madre. Durante un tiempo de hambruna, organizará una recaudación de fondos y enviará dinero a Judea (ver v. 27-30). ¡Hay verdadera reciprocidad en esta demonstración concreta del cuidado mutuo!
El momento en la historia en que los creyentes reciben el hermoso nombre de “cristianos”, es por consiguiente, el momento en que aceptan no quedarse estancados en su manera de ver solo en términos de su etnia, de su cultura, de su realidad local. “Aprender juntos” es correr el riesgo de vencer fronteras, porque pertenecemos a un mismo cuerpo, porque “somos miembros los unos de los otros” (Romanos 12,5). Somos la misma carne, la del Cuerpo de Cristo.
—Anne-Cathy Graber, pastora y teóloga menonita, es hermana consagrada de la comunidad Chemin Neuf de París, Francia. Se desempeña en la Comisión de Fe y Vida de CMM como representante del Foro Cristiano Mundial y de la Comisión de Fe y Constitución del Consejo Mundial de Iglesias. Asiste a la Église Évangélique Mennonite de Châtenay-Malabry, París, Francia.
Aprendiendo Juntos – Mañana Plenario: 6 de julio 2022 |