• Reflexionamos sobre nuestro compromiso de celebrar el culto

    Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el compromiso de reunirnos regularmente para celebrar el culto. Aunque nuestra enorme diversidad nos lleva a asumir este compromiso de maneras muy distintas. En el número de octubre 2013 de Correo, líderes de toda nuestra hermandad exponen sobre las diferentes maneras en las que los anabautistas abordan el culto: lo que se ve y se escucha, los desafíos y las bendiciones.

    Resistir el culto norteamericano del “Reino Mágico”

    En su libro, Unfinished: Believing Is Only the Beginning (Thomas Nelson Publishers, 2013), Rich Stearns plantea la siguiente pregunta: “¿Cómo sería la gente si hubiese nacido y se hubiese criado dentro del parque “Reino Mágico” y nunca hubiese conocido el mundo exterior?» Por «Reino Mágico», Stearns se refiere al parque de diversiones de Disneylandia en los EE.UU., construido por la Corporación Walt Disney; mucha gente lo asocia a un lugar perfecto, con personajes ficticios e imaginaci6n fantasiosa.

    Según Stearns, esta visión del “Reino Mágico» es exactamente la manera cómo se podría describir gran parte de las iglesias del “Primer mundo” (o Norte del mundo). Muchos de nosotros vivimos en una suerte de lugar de fantasía, desconociendo mayormente las luchas cotidianas que tienen un impacto en la vida de aquellos que viven, en lo que Stearns denomina, el “Reino Trágico” (o Sur del mundo).

    A pesar de la disparidad de circunstancias, el Reino de Dios constituye el común denominador del Reino Mágico y el Trágico. Como seguidores de Cristo, y más allá de cuestiones geográficas, políticas, culturales o económicas, nuestra lealtad es al Reino de Dios. Como seguidores de Cristo, compartimos objetivos similares. Quisiéramos dirigirnos a los que están en nuestro contexto cultural, pronunciándonos sobre la esperanza y la gracia. Deseamos crear vínculos a fin de demostrar que Jesús es multicultural y relevante. En su Reino, el culto se desprende de la imagen y entendimiento que tenemos en cuanto a quién es Dios. En el reino terrenal, las acciones de la humanidad suscitan respuestas de sus dioses. En el reino celestial, las acciones de Dios suscitan una respuesta de adoración y asombro ante su Creación.

    Como creyentes, podemos proceder de distintos lugares, pero tenemos en común la ciudadanía del Reino de Dios. Por consiguiente, tendría que haber unidad entre los creyentes, a nivel local, nacional y mundial.

    Ésta es la visión del apóstol Pablo en Efesios 4:4-6. Estos tres versículos contienen siete “unos” de la unidad cristiana; y tienen coherencia tanto vertical como horizontalmente. Existe sólo un cuerpo, una esperanza, una fe y un bautismo (unidad horizontal) porque hay un solo Dios –Padre, Hijo y Espíritu Santo– a quien todos pertenecemos (unidad vertical).

    ¿Pero cómo se manifiesta esto en el culto, especialmente al reflexionar sobre nuestra comunidad eclesial mundial?

    La unidad cristiana se expresa a través del tiempo, el espacio y la cultura. Aunque nuestro estilo del culto, ubicación y liderazgo pueden variar, frente a nuestra diversidad tendríamos que poder discernir la unidad en el tejido común de nuestra teología. Por ejemplo, el acto de reunirnos es una expresión común de nuestra unidad, a pesar de las diferencias culturales.

    La unidad cristiana también se expresa en el modo en que llevamos a la práctica nuestra ciudadanía del Reino del Dios, desafiando la opresión e injusticia, y bregando para que los patrones del individualismo y la riqueza, se transformen en el cuidado de los pobres y de la Tierra, otra expresión de nuestro culto.

    Lamentablemente, en América del Norte vivimos actualmente en una cultura sumamente individualista. Ajenos a su entorno, jóvenes y ancianos caminan, conducen, comen e incluso duermen, inmersos en sus propias conversaciones y combinaciones personalizadas de entretenimiento. Nuestra cultura del “Reino Mágico” nos lleva incluso a mercantilizar el culto. En un artículo de 1992, “El culto es un verbo”, Tom Kraeutner afirma que, «nos interesa tanto hacer las cosas ‘bien’ a fin de que la gente responda ‘bien’, que perdemos de vista lo esencial: adorar a Dios”.

    Nuestra teología anabautista nos puede brindar un enfoque útil al reflexionar sobre esta tendencia. El culto es nuestra respuesta a la Palabra de Dios y su Creación. El culto abarca la vida toda, y esta perspectiva del mundo da cuenta de nuestras elecciones como seguidores de Jesús. Nuestro énfasis en la comunidad y en el valor de la diversidad de dones que cada persona aporta al cuerpo, es inclusivo y participativo.

    La realidad es que muchos de los que vivimos en el “Reino Mágico” necesitamos reconocer que nuestras “cosas” nos distraen del culto. Es necesario que hagamos un mayor esfuerzo por poner en práctica lo que decimos. Esto cobró mayor claridad para mí cuando escuché al pasar dos conversaciones después de sendos cultos. En África: “Ojalá pudiéramos quedarnos otra hora más. Es muy bueno estar juntos.” En América del Norte: “Me encantó el culto de hoy. El líder del culto fue increíble y el sonido excelente. Sólo desearía que pudieran ajustarse más al horario; se me hizo tarde para almorzar.”

    Reconozco que estoy generalizando, y agradezco que muchos en América del Norte se esfuercen concienzudamente por impulsar iniciativas renovadoras. Hay muchos recursos disponibles que nos ayudarían a reflexionar sobre cómo adoramos y a quién adoramos. A continuación algunas preguntas que me planteo respecto del culto anabautista en América del Norte:

    ¿Se ve reflejada nuestra teología en la forma y función de nuestro culto? Por ejemplo, dada nuestra diversidad, el estilo no tendría que constituir un criterio importante a la hora de evaluar el culto (forma). Aun así, una de las maneras en la que se expresa nuestra teología es por medio del estilo que elegimos.

    Al reflexionar sobre el género, estilo o temas de nuestro culto colectivo durante el año pasado, ¿incorporamos la gama completa de emociones humanas en nuestras experiencias del culto? ¿Cantamos sólo canciones alegres, o hay lugar para la reflexión y el lamento en nuestro culto? ¿Estamos tan enfocados en una sola dimensión del culto que no llevamos adelante un ministerio integral?

    ¿Procuramos que nuestro culto colectivo sea una expresión de nuestra comunidad en vez de responder a la tendencia cultural centrada en el individualismo?

    Al congregarnos para celebrar el culto y se incluyen actividades y experiencias específicas, ¿le damos lugar creativamente a la participación de la congregación? La inclusión es multifacética. ¿Somos deliberadamente inclusivos?

    Al planificar nuestras «experiencias» del culto, ¿a veces le prestamos demasiada atención a los detalles de cómo lo “haremos” y le prestamos menos atención a cómo esta elección da testimonio de nuestra interpretación de Dios?

    Quizá, como yo, hayan experimentado algunos “momentos especiales” como participantes de los cultos en las asambleas del Congreso Mundial Menonita. Las voces que entonan al unísono en un culto multicultural, en respuesta a la grandeza de nuestro Creador, Salvador y Señor, me brindan un vistazo del culto tal como se describe en el libro de Apocalipsis. Estoy deseoso de compartir esa visión de la eternidad con muchos de mis hermanos y hermanas de todo el mundo, cuando nos reunamos para la Asamblea 16 en Harrisburg, Pennsylvania, EE.UU., en 2015.

    Don McNiven (Kitchener, Ontario, Canadá) se desempeña como Director Ejecutivo de la Asociación Internacional de los Hermanos en Cristo (IBICA), miembro asociado del CMM. Es miembro del Comité de Supervisión Programática para la Asamblea 16, a cargo del area de Planificaci6n de la música y culto.

  • Reflexiones sobre ser discípulo de Cristo

    Al reflexionar sobre mi peregrinación cristiana por la vida, un legado que atesoro de mi iglesia -los Hermanos en Cristo-, es la sencilla enseñanza de ser un discípulo obediente de Cristo. Esta enseñanza cambia la vida pues demanda un compromiso que implica sacrificio y entrega a Cristo y su causa.

    La obediencia significa sencillamente, “sumisión a la autoridad”. Requiere la disposición de cumplir las instrucciones de dicha autoridad. Es así como los anabautistas entendieron el discipulado cristiano. Recorramos las páginas de la historia de los primeros anabautistas –conozcamos las historias de los sacrificios que debieron padecer– y no podremos menos que reconocer que la motivación subyacente era ser obediente y fiel a Cristo, a la iglesia y a las escrituras según su entendimiento.

    Confesar y aceptar a Cristo como Señor, constituye un llamado a considerarlo la máxima autoridad de nuestras vidas. Por consiguiente, los discípulos deben seguir concienzudamente todo lo que él diga. Con dicho espíritu, los primeros anabautistas tomaron en serio las palabras de Cristo –particularmente el Sermón del Monte– porque no cumplirlo podría producir “un gran desastre”, como lo indican los últimos versículos del sermón de Jesús (Mateo 7:24-27).

    Por lo tanto, ¿qué significa practicar el discipulado cristiano?  Dicho de otra manera, ¿qué significa obedecer a Cristo?

    Confianza que a veces lleva al sufrimiento

    La necesidad de obedecer es fundamentalmente la necesidad de confiar en Dios y en el hijo de Dios, Jesucristo. No confiar en Dios lleva potencialmente a la idolatría. Desagrada a Dios. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento de la Biblia contienen muchas historias que destacan la necesidad e importancia de obedecer a Dios y su Palabra.

    Es sorprendente que la obediencia a Dios –aunque elogiada y bendecida– no conduce necesariamente a una vida de felicidad absoluta. De hecho, para muchos cristianos de todo el mundo en el presente y en el pasado, muchas veces derivó en sufrimiento. Los primeros anabautistas descubrieron en esta verdad una fuente de fortaleza, y perseveraron. Estos discípulos, merced a su obediencia a Dios, sufrieron en manos de quienes se oponían a la voluntad de Dios. En medio del sufrimiento hallaron ánimo en las historias bíblicas de personas como Moisés, Elías, Daniel, Jeremías, y Sadrac, Mesac y Abednego, y especialmente en la vida y enseñanzas de Cristo.

    Nuestros antepasados hubiesen respondido con un resonante “¡amén!” a las palabras del pastor y escritor estadounidense Chuck Swindoll, quien escribiera: “Cuando sufres y pierdes, no significa que estés desobedeciendo a Dios. De hecho, podría significar que estás justo en el centro de su voluntad. La senda de la obediencia está marcada con frecuencia por momentos de sufrimiento y pérdida.

    Llevar una vida de obediencia depende de una elección personal. Dios no nos obliga a obedecerle. Le obedecemos voluntariamente en toda circunstancia, al reconocer que Dios siempre sabe qué es lo que más nos conviene, y qué es lo mejor que él puede lograr a través de nosotros mientras transitamos juntos en medio de las pruebas y los triunfos de la vida. Según la misionera Elizabeth Elliot, “Dios es Dios.  Y porque él es Dios, es digno de mi confianza y obediencia. Hallaré descanso sólo en su santa voluntad, que excede increíblemente todas mis expectativas en cuanto a lo que él nos depara”.                               

    Es según este estilo de vida de confianza en Dios que uno puede cantar confiadamente con los fieles: “Seguiré donde él me guíe / Dondequiera, fiel le seguiré”. Como discípulos de Cristo, debemos comprender que el sufrimiento es inevitable. Y aunque no deberíamos aceptarlo ciegamente, es sin embargo un signo del verdadero discipulado, de nuestra confianza en Dios.

    Confianza en Dios, en la pobreza y la plenitud

    El llamado a la obediencia en la iglesia siempre se ha entendido como un llamado de fidelidad a las escrituras. Por tal razón, los anabautistas consideran el Sermón del Monte como una guía normativa de la conducta de sus vidas en relación a Dios, a los demás, a sus enemigos e instituciones terrenales como el Estado.

    Consideremos las vidas de los primeros anabautistas. La mayoría era pobre, y algunos fueron obligados a una pobreza forzosa por la persecución, a causa de su fe en Cristo y su interpretación de las escrituras. No sorprende que estos creyentes fuesen atraídos por pasajes como Mateo 6:25-34, que requieren confianza en Dios para las necesidades de la vida. La sobrevivencia diaria estaba de verdad en manos de Dios. Para ellos, Dios realmente era un Dios que lo abarcaba todo.

    Tales pasajes también atraen a nuestras comunidades que viven situaciones de opresión, conflicto o injusticia. Para aquellos hermanos y hermanas de todo el mundo para quienes la incertidumbre de la vida es el pan de cada día, la obediencia a dichas palabras de Cristo no es una opción, sino un signo de fidelidad que se necesita para seguir perseverando.

    Por otra parte, los que tiene el privilegio de asistir a los necesitados por obediencia a las escrituras, sienten el desafío de dar de modo que su “mano izquierda no sepa lo que hace su mano derecha”; y así son recompensados por el Padre que ve en secreto (Mateo 6:1-4). La obediencia en tal sentido significa fidelidad a las palabras de Cristo al abordar cuestiones éticas. Significa que revisemos constantemente qué motiva las decisiones que tomamos y las acciones resultantes que realizamos en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios el Padre por medio de él (Col. 3:17).

    Vivir la verdad sin necesidad de juramentos

    Los verdaderos discípulos de Cristo viven en la verdad y con la Verdad. Nunca hay excusas para vivir una vida ambigua. La verdad debe ser la rúbrica de la persona.

    Los primeros anabautistas ejemplificaron este tipo de vida honesta. Por ejemplo, dichos creyentes se abstenían de hacer juramentos. En esa época, hacer juramentos se percibía como un reconocimiento de que había ocasiones cuando el “sí” de uno no era un “sí”, y el “no” de uno no era un “no” (Mateo 5:33-37). ¿Los verdaderos cristianos no tendrían que vivir vidas honestas todo el tiempo, no solamente cuando hablan con funcionarios del gobierno o hacen negocios?

    En este sentido la obediencia a Cristo –en un mundo que exaltaba hacer juramentos– significaba negarse a participar en dichos actos, y enfrentar las consecuencias.

    La senda de la obediencia a Cristo está plagada de diversas prácticas, algunas nacionales y otras culturales; algunas aparentan ser inocuas aunque malignas para nuestra fe. Como cristianos, nunca debemos ser ingenuos y de juntos examinar detenidamente nuestros contextos a la luz de las escrituras, abandonando las prácticas que nos impidan vivir la verdad del evangelio de Jesucristo. En otras palabras,  que nuestro “sí” sea “sí”, y que nuestro “no” sea “no”. Nuestra obediencia a Cristo debe manifestarse en el modo en que abordamos las cuestiones éticas y morales de nuestro tiempo. 

    Un espíritu de amor y humildad, y no de temor

    No se puede hablar de obediencia cristiana sin considerar a Cristo como nuestro modelo. Cuando Jesús expresaba su obediencia a Dios el Padre, decía, “Mi comida es hacer la voluntad del que me envió y terminar su trabajo”.  Jesús se sujetó a la autoridad de Dios el

    Padre, porque lo amaba. En la oración sacerdotal en Juan 17:20-26, se vislumbra la íntima relación entre Jesús y Dios. Frases como, “Padre, así como tú estás en mí y yo en ti”  y “como tú y yo somos una sola cosa”, nos permiten entender muy bien la relación entre los dos. Un comentario final: “yo te conozco y éstos también saben que tú me enviaste. Les he dado a conocer quién eres, y aún seguiré haciéndolo, para que el amor que me tienes esté en ellos”, demuestra cómo dicha intimidad se manifiesta en el ministerio terrenal de Jesús.

    Quisiera dejar en claro que Jesús se vinculó íntimamente con Dios el Padre, y que el amor mutuo era intenso. Al tratar el tema de la obediencia es importante destacar que Jesús obedeció a Dios por amor y no por temor y coerción.       

    Por nuestra parte, nosotros obedecemos a Cristo por amor, con el mismo amor intenso que sentimos por él, y que expresa por nosotros en esta oración poderosa. Jesús estaba dispuesto a seguir hasta el fin y pagar con la vida –muerte de cruz– porque él sabía que Dios lo amaba incondicionalmente. La iglesia de Jesucristo sólo podrá destacarse reflejando la gloria de Cristo al entregarse con total sumisión y amor por él.

    La vida de obediencia que demuestra Cristo no sólo fluye de un corazón bondadoso, sino también requiere que asumamos una virtud muy importante, la humildad. El himno en Filipenses 2:5-11 nos permite ver cómo la humildad se vincula con la verdadera obediencia. De parte de Cristo había una disposición a despojarse de su naturaleza divina para asumir la menos sofisticada naturaleza humana de servidor. √âl sometió su autoridad voluntariamente a la de Dios. Cristo escuchó esa autoridad superior a fin de realizar eficazmente la misión para la cual había venido. Estaba dispuesto a perder aquello que en el presente se consideraría valioso e importante, para ganar lo que todavía no se veía, pero que tenía una importancia cósmica mayor.

    Por consiguiente, la obediencia que Cristo ejemplifica –dicho en términos románticos– está dónde el amor y la humildad se unen. La obediencia verdadera que enseña la iglesia es la buena disposición a sujetarse al señorío de Cristo, por amor a él, y en humilde sumisión a él, estar dispuestos a hacer todo lo que el Señor nos ha encomendado.

    Amar y orar por los enemigos

    Jesús no se disculpaba cuando decía, “si me aman obedecerán mis mandamientos” (Juan 14:15). Por consiguiente, necesitamos tomar seriamente uno de los importantes –aunque a veces difíciles– mandamientos dados a cada verdadero seguidor de Cristo: “También han oído que antes se dijo: ‚ÄòAma a tu amigo y odia a tu enemigo‚Äô. Pero yo les digo: amen a sus enemigos, y oren por quienes los persiguen‚Ķ Porque si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué premio recibirán? Y si saludan solamente a sus hermanos, qué hacen de extraordinario?” (Mateo 5:43-44, 46, 47) 

    Estos versículos intimidan, aunque son muy profundos. La iglesia hoy día no puede permitirse la lectura de dichas escrituras sin hacerse un profundo examen de conciencia; la iglesia de antaño hacía lo mismo. Por consiguiente, no sorprende que nuestra teología de la no violencia como anabautistas se base en tales pasajes.

    Uno no puede obedecer el mandato de Jesús de amar al enemigo, y a la vez quitarle la vida al así llamado enemigo. Pablo escribe, “Pero Dios prueba que nos ama, en que, cuando todavía éramos pecadores [sus enemigos], Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8). En otras palabras, Dios amó a sus enemigos –nosotros– de tal modo que en vez de aniquilarnos, nos dio vida a través de Cristo. Obedecer a Cristo significa que debemos amar a quienes nos persiguen, y como Dios, desearles la vida en vez de la muerte.

    El mandato es que oremos por los que nos persiguen. Muchos cristianos creen en el poder de la oración. Muchos pueden decir sin pensarlo demasiado que, “la oración cambia las cosas”. Muchas veces los cristianos no están dispuestos o son reacios a orar por sus enemigos. Quisiera proponer algunas razones por ello. Primero, saben que la oración cambia las cosas. Tienen temor de que Dios les muestre misericordia a sus enemigos. Preferirían verlos sufrir o morir. Segundo, no quisieran que Dios abra los ojos de sus enemigos para que vean la verdad, y lleguen a aceptar la salvación de Dios. No quisieran compartir con sus enemigos la gloriosa herencia del reino de Dios.

    Cuando oramos por nuestros enemigos, Dios, general y ciertamente aborda las actitudes negativas que tenemos hacia nuestros enemigos. Dichas actitudes fomentan y alimentan el espíritu de venganza. Por lo tanto, albergarlas proviene de un espíritu rebelde que dice, ¡“Dios, déjame solo. Voy a resolver mis problemas a mi manera”!           

    No debería sorprendernos que Cristo, cuando concluye su enseñanza sobre la oración (Mateo 6:5-13), hace una fuerte declaración sobre el perdón: “Porque si ustedes perdonan a otros el mal que les han hecho, su Padre que está en el cielo les perdonará también a ustedes; pero si no perdonan a otros, tampoco su Padre les perdonará a ustedes sus pecados” (Mateo 6:14-15). Esta enseñanza está vinculada a la enseñanza sobre amar a nuestros enemigos y orar por nuestros perseguidores.

    Los que aman y siguen a Dios por medio de Cristo, amarán a sus enemigos hasta el final, aun sacrificando su vida. Orarán por ellos anticipando cuando ellos acepten a Cristo como Señor y Salvador. Al hacerlo, podrán ser “invitados al banquete de bodas del Cordero” (Apocalipsis 19:9).

    Conclusiones

    Esta enseñanza la he denominado mi legado. Es mi tesoro, y procuro pasársela a la próxima generación para que hagan lo mismo.

    El mundo es mejor gracias al servicio de una iglesia obediente: discípulos de Cristo comprometidos a entregarle todo a él a fin de ganarlo todo de él. Así es nuestra iglesia cuando toma conciencia de que tiene todos los recursos necesarios para ser una fuerza transformadora eficaz en el mundo de hoy.  

    por Danisa Ndlovu

     

    Danisa Ndlovu, Presidente del Congreso Mundial Menonita y obispo de la Iglesia de los Hermanos en Cristo de Zimbabwe (Ibandia Labazalwane kuKristu eZimbabwe).        

                                                                                                                                    

  • Desigualdad económica: Examinemos nuestro compromiso común en pos del Shalom

    Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el compromiso de procurar el shalom. En dicha búsqueda, creemos en la necesidad de intentar alcanzar la justicia y de compartir nuestros recursos, sean materiales, económicos o espirituales. Nuestra enorme diversidad implica llevar a la práctica este compromiso de muchas maneras. En el número de abril 2014 de Courier/Correo/Courrier, líderes de toda nuestra hermandad –promotores del shalom y seguidores de Cristo–relatan cómo los anabautistas abordan las problemáticas relacionadas con la desigualdad económica y las brechas de riqueza en nuestras comunidades.

    Generosidad, no caridad

    Portugal es un país pequeño, de aproximadamente 92.000 km.² Sin embargo, a este pequeño país siempre le ha fascinado el crecimiento y la expansión. En el pasado, salimos a la mar en busca de nuevos países y nuevos modos de desarrollo económico. Dicha era de descubrimiento y exploración le dio al país una perspectiva más internacional. De hecho, no sería erróneo definir a Portugal como el primer país global del mundo.

    Pero en un momento de nuestra historia, Portugal sencillamente se quedó detenido en el tiempo. Esto ocurrió principalmente a causa de un dictador que “congeló” el país –económica, política y socialmente– por más de cuarenta años. Este periodo de estancamiento ha afectado la mentalidad de los portugueses hasta el presente.

    Cuando Portugal logró liberarse del gobierno dictatorial el 25 de abril de 1974, el país esperaba el inicio de una nueva etapa de desarrollo. Cuando nos adherimos a la Unión Europea doce años más tarde, de inmediato se hicieron evidentes los beneficios de esta adhesión: la construcción de nueva infraestructura, el surgimiento de nuevas oportunidades de empleo y las nuevas inversiones fortalecieron la economía. Había llegado la hora de que Portugal se pusiera a la altura del resto de Europa.

    Lamentablemente, los políticos no pudieron ver la otra cara de la moneda del desarrollo. Año tras año el gobierno portugués tenía déficit presupuestario. La deuda creció tanto que la Unión Europea, el Banco Europeo y el Fondo Monetario Internacional tuvieron que intervenir en el verano de 2011.

    De pronto, la economía de Portugal estaba en bancarrota. La tasa de desempleo subió a 16%. (Datos recientes indican que dicha cifra llegó a cerca del 20%.) La gente volvió a emigrar, mayormente las generaciones más jóvenes. Una vez más, la lucha por sobrevivir se convirtió en una realidad del presente.

    Los Hermanos Menonitas de Portugal empezábamos a percibir dicha realidad en nuestra propia comunidad. Sabíamos que debíamos responder de alguna manera. Lo primero que hicimos fue pedirles a nuestros miembros que todos los domingos donaran pequeños artículos que pudieran ser entregados a los necesitados. Además, durante los últimos años habíamos recibido donaciones de Alemania –principalmente ropa, artefactos, muebles y alimentos– enviados por camión cada dos o tres meses. Dichas donaciones brindan una manera más de vincularnos a las personas pobres que viven en nuestro entorno.

    No obstante, queríamos evitar la respuesta “fácil” de sólo hacer donaciones. Así fue que en octubre de 2013 inauguramos una tienda de artículos de segunda mano; algo pequeño pero que, mediante la ayuda de Dios, sigue funcionando bien. Está ubicada en un barrio pobre en las afueras de Lisboa, la ciudad capital; provee los artículos que recibimos de Alemania y brinda la oportunidad a personas de bajos ingresos de adquirir ropa y otros productos a un precio simbólico. Creemos que en vez de entregárselos sin costo alguno, es mucho más eficaz que los clientes paguen aunque sea un pequeño monto de dinero. Y hemos descubierto que, pese a sus dificultades económicas, los clientes pueden comprar los artículos.

    Aunque una persona no tenga el dinero, se busca la forma la manera de lograr un intercambio digno: puede llevar un kilo de arroz, un paquete de fideos u otro alimento y cambiarlo por lo que necesite. Una vez, un hombre muy pobre que vivía en la calle en nuestro barrio, quería comprar un saco pero no contaba con el dinero en ese momento. Le dijimos que podía pagarlo más adelante, y le dimos el saco. A fin de mes, regresó a la tienda para cumplir con su compromiso.

    De esta manera, le enseñamos a la gente a ser responsable, aun cuando tenga que pagar sólo un pequeño monto de dinero.

    Nuestra pequeña tienda también brinda la oportunidad de testificar. A los clientes les suele impresionar la manera en que damos testimonio del amor de Dios. Contamos con literatura cristiana a disposición de cualquiera que venga a la tienda a curiosear, y a veces algunas personas del barrio se acercan a nuestro culto dominical. Creemos que así también podrán tener una experiencia vivencial con Cristo y lleguen a comprometerse con él.

    Una vez por mes nos reunimos con personas del barrio para compartir una comida. Este día es especial porque vemos que la gente llega no solamente a comer sino también a escuchar el Evangelio durante unos diez o quince minutos. Realizamos esta predicación planificada entre el plato principal y el postre: un breve “intermedio” para escuchar la Palabra de Dios, y luego disfrutar de algo rico.

    La comunidad de nuestra iglesia está integrada por personas de bajos recursos. Y sin embargo, debido a nuestro ADN anabautista –evidente desde que comenzó la obra de los Hermanos Menonitas en Portugal en 1984– es muy fácil convocar a nuestras iglesias a fin de extender el amor y bendecir a los que nos rodean. No se trata de hacer el bien por el hecho de hacer caridad, sino de actuar compasivamente unos con otros porque reconocemos que en el Reino de Dios somos todos hermanos y hermanas que se reúnen todos los domingos para alabar a Dios, algunos ricos y otros pobres, pero unidos en Cristo.

    Por tal motivo, nuestra comunidad de Hermanos Menonitas está muy comprometida, deseosa y dispuesta a ser generosa, no caritativa, a fin de apoyar a los necesitados. En consecuencia, se observa el crecimiento de nuestras iglesias, y se ven las enseñanzas de Dios y su influencia en la vida del pueblo portugués.

    José Arrais es presidente de la Associação dos Irmãos Menonitas de Portugal (Asociación de Hermanos Menonitas de Portugal).

  • Cuando Conrado Grebel bautizó a sus amigos el 25 de enero de 1525 en Zúrich, Suiza, ni idea tenía que esta pequeña acción marcaría el origen de la familia mundial de fe que conocemos como el Congreso Mundial Menonita. Desde Suiza, el movimiento anabautista se extendió hacia el norte a Alemania, Francia y los Países Bajos. Tras la debacle en Münster y con el liderazgo de Menno Simons, los menonitas migraron hacia el este a Prusia y posteriormente a Rusia y Ucrania. Más tarde, los menonitas se trasladaron a América del Norte y América del Sur, y luego a todos los continentes del mundo.

    En los países de origen, permanecieron grupos de menonitas. Actualmente, existen congregaciones muy antiguas en Francia, Alemania, Suiza y los Países Bajos, miembros del CMM desde su inicio.

    Estas antiguas iglesias menonitas han heredado la rica historia y tradición de los anabautistas y menonitas de siglos pasados. Sin embargo, las antiguas iglesias de Europa occidental viven tiempos difíciles, no a causa de la persecución sino de la secularización. La membresía decae y las congregaciones desaparecen porque ya no hay suficientes miembros nuevos. Pero aunque sean más pequeñas numéricamente, las iglesias siguen siendo fieles a su identidad menonita y anabautista, y llevan a cabo la obra de Dios, cada una en su propio contexto.

    Los líderes de cada convención nacional y sus representantes en el Concilio General del CMM, se reúnen todos los años para compartir unos con otros e intercambiar las novedades de sus países y del CMM. Desde hace algunos años, las comunidades menonitas más nuevas del sur de Europa –en Portugal, España e Italia– han participado también de esta reunión, junto con los representantes de las convenciones de Austria y Bavaria, y de algunas comunidades que eran anteriormente Umsiedler. Está surgiendo una nueva forma de colaboración entre los menonitas de Europa, en la que comunidades nuevas y antiguas aprenden unas de otras y se inspiran mutuamente. Las iglesias nuevas están ávidas por aprender sobre las raíces de los menonitas; la misión, dinámica y modalidades que aportan las iglesias nuevas sirven de inspiración a las iglesias antiguas.

    Estos acontecimientos han convencido a los líderes de la importancia de intensificar el contacto entre todas las iglesias menonitas europeas, y convocar a más iglesias menonitas europeas –tales como las de Ucrania y Bielorrusia– a participar. Por dicho motivo, después de debatirlo varios años, se resolvió en la reunión de octubre de 2013, en Mainz, Alemania, nombrar un Coordinador menonita europeo, a partir de julio de 2014. Aunque no todas las convenciones han determinado su grado de apoyo, los líderes confían en que habrá suficiente respaldo para financiar dicho cargo, al menos durante los próximos años.

    Este acontecimiento es una clara señal de esperanza. Las comunidades menonitas de los países europeos, aunque pequeñas, tienen un gran compromiso con la tradición, identidad y misión menonitas y anabautistas. Juntas –sean más o menos conservadoras, evangélicas o pietistas– son parte del cuerpo mundial de Cristo. Y al colaborar, cada una en base a su propia identidad y con una maravillosa combinación de lo nuevo y lo antiguo, aprenden, se inspiran y se apoyan unas a otras.

    Henk Stenvers (Países Bajos) es secretario de la Comisión de Diáconos del CMM y secretario general/director de Algemene Doopsgezinde Sociëteit (Iglesia Menonita holandesa).

  • El cristianismo está experimentando un fuerte retroceso en Europa. Hemos pasado en las últimas dos o tres generaciones de ser una cultura exteriormente cristiana, a otra cosa posterior. En general las estadísticas del Congreso Mundial Menonita indican que la evolución de las antiguas iglesias menonitas europeas refleja también esa tendencia.

    Una excepción a este fenómeno es España, donde en menos de cuarenta años ha surgido una realidad anabautista floreciente. Vemos este crecimiento como una obra soberana del Espíritu, que sobrepasa nuestros esfuerzos inadecuados.

    Nuestros hermanos en las iglesias menonitas antiguas de Europa (que datan desde el siglo XVI) nos dicen que nuestra realidad les produce aliento y esperanza. Nosotros, a cambio, valoramos sus siglos de testimonio y fidelidad y nos sentimos honrados de que nos tengan en cuenta en actividades y organizaciones menonitas del continente.

    Historia

    La primera actividad documentada de menonitas en España fue durante la Guerra Civil Española (1936-1939), cuando el Mennonite Relief Committee (Comité Menonita de Ayuda Humanitaria) envió varios cooperantes desde Estados Unidos, para un programa de alimentación de niños refugiados de guerra. La victoria del bando fascista, de ideología nacionalcatólica, puso fin a la presencia menonita al concluir la guerra.

    En los años 70 empezó a ser posible enviar misioneros a España. Tras consultar con los líderes de las iglesias evangélicas españolas, los misioneros menonitas decidieron en principio cooperar con ellas en lugar de establecer otra denominación en el país. Los primeros misioneros, Juan y Bonnie Driver, fueron bien recibidos por la frescura de su mensaje hondamente bíblico, cuyos énfasis anabautistas resultaron renovadores para muchos jóvenes evangélicos. Los Driver permanecieron en España unos 10-15 años antes de regresar a Sudamérica, donde culminaron una dilatada carrera misionera.

    Entre tanto, se había establecido en Barcelona la primera iglesia menonita. El grupo que la impulsó llegó desde Bruselas (Bélgica), donde habían migrado años antes y donde se habían ido incorporando a la iglesia menonita en una misión norteamericana. José Luis Suárez fue el líder inicial de este grupo, y su pastor durante muchos años hasta su jubilación.

    Por aquella misma época, hubo novedades interesantes en la ciudad de Burgos. Allí se estaba produciendo un movimiento de conversiones entre adolescentes y jóvenes, dentro del seno de la Iglesia Católica. Con un fuerte componente de música y arte y de comunidad de vida en viviendas compartidas, este movimiento conmocionó la ciudad entera. Los líderes del movimiento invitaron a Juan Driver a hablar en Burgos, y su forma de enfatizar la enseñanza de Jesús cautivó la imaginación de estos cristianos jóvenes.

    Más tarde tres de los «ancianos» del movimiento realizaron un viaje a Estados Unidos para visitar comunidades cristianas radicales, y allí conocieron a Dionisio y Connie Byler, de Argentina. Les invitaron a venir a Burgos para dar continuidad al ministerio de enseñanza que habían recibido de Driver. La familia Byler ha seguido en Burgos desde 1981, con el apoyo de la Red Menonita de Misión. En los años 90, la comunidad de Burgos adoptó una identidad menonita.

    En los años 90 llegaron a Madrid Bruce y Merly Bundy, misioneros de Hermanos en Cristo (HEC), inaugurando otra zona de influencia anabautista en el país. Gracias a sus esfuerzos y los de otras personas, los HEC tienen ahora dos iglesias en la región de Madrid. Más recientemente, Juan y Lucy Ferreira, de Venezuela, han empezado una obra HEC en Tenerife (Islas Canarias), que se relaciona con las iglesias HEC de Madrid.

    Otra obra empezó a principios del presente siglo, cuando la Organización Cristiana Amor Viviente (una convención menonita de Honduras) envió a Antonio e Irma Montes a España para encabezar un impulso misionero. El fruto de sus esfuerzos incluye ahora dos iglesias en Catalunya y un grupo pequeño en Madrid.

    Encuentros Menonitas y asociación fraternal

    Desde los años 80 estos grupos diferentes en España, muy dispersos en ciudades distantes entre sí, han procurado conocerse y apoyarse mutuamente y fomentar juntos una identidad anabautista o menonita. Desde 1992, esta relación se cimenta en Encuentros Menonitas Españoles (EME), que se celebran cada dos años.

    Al cabo de algunos años nos organizamos como asociación fraternal con las siglas AMyHCE (Anabautistas, Menonitas y Hermanos en Cristo – España). Como AMyHCE participamos en FEREDE, la asociación de iglesias evangélicas españolas (donde somos conocidos como una de las «familias denominacionales» del protestantismo español) y también en el Congreso Mundial Menonita. En CMM tenemos la particularidad de que todas nuestras iglesias, con su diferente filiación denominacional histórica, participamos juntas con esta representación única.

    Por último, nuestra identidad anabautista o menonita se ha fortalecido mediante relaciones fraternales con las iglesias menonitas antiguas de Europa. En 2006, por ejemplo, se celebró en Barcelona el Congreso Menonita Europeo (MERK). MERK reúne a menonitas del continente europeo para mutuo estímulo y diálogo.

    Características sobresalientes

    Como indica esta breve reseña histórica, uno de los rasgos de AMyHCE es nuestra gran diversidad. Diversidad de vinculación con denominaciones históricas del anabautismo mundial, pero también diversidad de énfasis y vivencia. A pesar de ser tan pocas nuestras comunidades, se pueden encontrar entre nosotros prácticas más o menos pentecostales, pero también un cierto recelo del emocionalismo. Teológicamente hay entre nosotros tendencias fundamentalistas y también liberales —pero tampoco nos falta una «tercera vía» anabautista, que explora otras formas de explicar la fe cristiana.

    Aunque pocos en número, nuestras iglesias no han olvidado el servicio y las misiones. Durante años la congregación en Burgos fue conocida por su centro de rehabilitación de drogadictos, mientras que la de Barcelona tenía un hogar de ancianos y otro para discapacitados mentales. La iglesia de Burgos ha establecido un hogar de niños en Benín (África) y un ministerio con ex niños soldados en Costa de Marfil. Este ministerio en África tiene la bendición de recibir apoyos de otras iglesias e individuos.

    Desde los comienzos en los años 70, hay entre nosotros un componente importante de exploración bíblica y teológica en clave menonita o anabautista, que se expresa en ministerios de enseñanza y en literatura, en imprenta y en la internet (www.menonitas.org). Y ahora desde 2010, el Dr. Antonio González, pastor de una de las iglesias HEC, lidera con otros un pequeño centro de estudios teológicos —CTK, Centro Teológico Koinonía— para la formación de una nueva generación de líderes.

    Algunos otros énfasis claramente anabautistas afloran reiteradamente en nuestras comunidades:

    • La iglesia como comunidad estrecha, como familia con fuertes vínculos afectivos y ayuda mutua.
    • Jesús como Maestro y ejemplo, además de Salvador y Señor.
    • No violencia y objeción al servicio militar.
    • Una teología pragmática, más que dogmática: interesa más la integridad del seguimiento personal de Jesús, que afirmaciones teóricas.

    Mirando hacia el futuro

    Este nuevo vástago del cristianismo anabautista o menonita en España ha de afrontar algunos retos importantes. En los próximos 10-15 años, la mayoría de nuestras iglesias deberá abordar un importante relevo generacional. Surgirán líderes nuevos o bien habrá de importarlos desde otras iglesias. ¿Conservará este liderazgo de segunda generación un sentido de identidad más allá de una identidad genérica evangélica? La creación de CTK espera contribuir a dar forma a la respuesta a esa pregunta. Pero es sólo el paso de los años que dará una respuesta definitiva.

    Por otra parte, el cristianismo evangélico en general —y el cristianismo anabautista o menonita como una de las formas del cristianismo no católico— son de implantación relativamente reciente en España. No es una casualidad que llegaron precisamente en la generación cuando los españoles empezaron a replantearse la antiquísima conexión entre la identidad española y la religión católico romana. Pero el debilitamiento del poder del catolicismo sobre el pueblo español no supone necesariamente una apertura a otras formas de cristianismo. Es, al contrario, una señal más de una tendencia en toda Europa, hacia otra forma de entender la existencia humana: una forma postcristiana, hondamente atea. Están en alza la superstición y una credulidad ingenua.

    Esta cultura emergente no es necesariamente hostil al cristianismo, pero pronuncia el cristianismo absolutamente carente de interés, acaso primitivo y desfasado. El reto para nuestras iglesias —conjuntamente con iglesias hermanas de todas las tradiciones— es hallar una forma de encender la llama del interés, la curiosidad y el compromiso. Esencialmente, esto constituye un llamamiento a ser una iglesia donde desborda la vida y presencia del Espíritu de Dios.

    No nos hacemos ilusiones de ser capaces de generar con nuestros recursos humanos el fuego de un interés, una convicción y una pasión por Cristo. Y sin embargo, naturalmente, estamos comprometiendo nuestras energías y recursos para ese fin. No nos engañamos imaginando que el hecho de nuestras oraciones genere automática y mecánicamente una respuesta de Dios. Y sin embargo redoblamos nuestro compromiso con la oración, rogando de rodillas a Dios, que derrame su Espíritu sobre este país.

    Al final va a ser que este último retoño del cristianismo anabautista o menonita en Europa comparte con nuestras iglesias hermanas mayores de origen anabautista, la realidad de que nuestra supervivencia —ni qué hablar de propagación— depende absolutamente de la gracia de Dios. Sólo la gracia de Dios nos podrá asegurar un futuro.

    Aunque parezca extraño, esta es precisamente la razón de nuestra esperanza y confianza y fe en un futuro para nuestras iglesias.

    Dionisio Byler es un escritor y es profesor en la Facultad de Teología SEUT, en El Escorial, cerca de Madrid. Viene siendo secretario de AMyHCE desde su creación.


    Lo que significa ser anabautista en España

    Agustín Melguizo
    Pastor, Comunidades Unidas Anabautistas (Burgos)

    Algunas de las demandas del anabautismo original, han sido asumidas por la mayor parte de las iglesias evangélicas contemporáneas con las que convivo: separación iglesia-estado, bautismo de adultos‚Ķ Eso significa convivir y colaborar con diferentes iglesias cristianas con las que tenemos diferencias pero también mucho en común.

    También significa vivir con la atención puesta en el entorno para llevar la luz de Jesús a cualquiera que se abre a él, y desde el testimonio personal y comunitario, presentar una conversión que afecta a todas las áreas de la vida y también implica ser un discípulo durante toda la vida.

    David Becerra
    Pastor, Iglesia Menonita de Barcelona

    Soy menonita porque un día descubrí que el mensaje y la vida de Jesús estaban revestidos de una no violencia radical. La lectura del Evangelio desde esta perspectiva me llevó a declararme objetor de conciencia al servicio militar.

    Soy menonita porque un día el pastor de la iglesia Menonita de Barcelona se arrodilló, y de forma completamente inesperada me lavó los pies. Este gesto me reveló la auténtica manera de ser autoridad: siendo el servidor (esclavo) de todos.

    En el contexto español ser menonita es entender y vivir el Evangelio de una manera diferente a la habitual, centrada en Cristo y en Su mensaje de reconciliación.

    Antonio González
    Pastor y Teólogo, Iglesia de Hermanos en Cristo

    Para mí, ser anabautista en España no es una mera coincidencia biográfica, sino más bien el resultado de una opción. Durante un tiempo, el Señor me fue llevando a la búsqueda de un modelo auténtico y radical de cristianismo. No se trata primeramente, por tanto, de la opción por una iglesia local o por una denominación. Mi camino con el Señor (y sin √âl), y mi búsqueda teológica me fueron llevando a buscar una conexión más cercana con el proyecto de comunidad que pretendieron Jesús y los apóstoles.

    Ciertamente, muchos cristianos actuales podrían reclamar también una vuelta a los orígenes. Sin embargo, en esa vuelta se suelen olvidar algunos aspectos del mensaje de Jesús, como el pacifismo, o la dimensión comunitaria de la fe, que para mí son esenciales, aunque hayan sido olvidados por las corrientes principales del cristianismo occidental.

  • El poder en el liderazgo de la iglesia: En busca de un compromiso común para edificar juntos la iglesia

    Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el común compromiso de edificar juntos la iglesia. A la vez, reconocemos que la iglesia necesita líderes que se hagan responsables de guiar el rebaño. En medio de esta similitud, reconocemos que el poder se ejerce de diferentes maneras en diversos contextos del liderazgo de la iglesia. En el presente número de Courier/Correo/ Courrier, escritores de toda nuestra hermandad consideran distintas maneras en que los anabautistas abordan cuestiones de poder en el liderazgo de la iglesia, las luchas y desafíos, y también las bendiciones y beneficios.

    No así con nosotros

    El anabautismo surgió en la vida del cristianismo en Corea del Sur hace menos de dos décadas. En 1996, un grupo de cristianos de ideas afines –que compartía una visión emergente del anabautismo– rompió un vínculo de larga data con las iglesias de origen, que eran principalmente protestantes. Tras mucho tiempo dedicado al estudio intensivo de la Biblia y a la investigación de la historia y teología de la iglesia, descubrieron que lo que querían era establecer una nueva iglesia fundada en el Nuevo Testamento.

    Una cosa era romper con las iglesias principales, y otra muy distinta era iniciar una nueva iglesia. El anabautismo todavía tenía mala reputación en ese momento, y aceptar su visión era como ir contra la corriente de la tradición predominante. Desde una perspectiva más contracultural, su objetivo era retornar a los comienzos de la iglesia del siglo I.

    Desde entonces, la red anabautista de Corea del Sur ha crecido gradualmente, conforme la gente es atraída a un nuevo concepto de lo que significa ser iglesia.

    Quizá algunos preguntarán: ¿por qué estas personas de ideas afines tendrían que abandonar sus iglesias de origen e iniciar un nuevo movimiento de la iglesia? Mientras que muchas cuestiones produjeron divisiones, una de las cuestiones clave –quizá el factor más decisivo– era cómo interpretaban la propia naturaleza de la iglesia.

    Para ellos, la iglesia no era una denominación institucionalizada, que en sí misma genera una estructura de poder inevitablemente desigual. En cambio, concebían la iglesia como el cuerpo de Cristo, donde el poder se comparte igualitariamente entre hermanas y hermanos.

    El poder es algo que los seres humanos desean naturalmente. A través de la historia, nadie se ha librado de la atracción del poder. Incluso Jesús fue tentado por Satanás para usar su poder. De igual manera, no han sido eximidas las personas que pertenecen a la iglesia; de hecho, muchos líderes de la iglesia están tentados a ejercer su autoridad para dominar a otros.

    Esto es exactamente lo que le ocurrió a los discípulos de Jesús hace dos mil años. Debatían quién era el mejor de todos. Y dos de ellos en particular, Santiago y Juan, solicitaron un lugar especial, uno a la izquierda y otro a la derecha de Jesús en su gloria (Marcos 10:37). Hasta su madre quería que Jesús les concediera poder: “Manda que en tu reino uno de mis hijos se siente a tu derecha y el otro a tu izquierda”. (Mateo 20:21). Tales pedidos inquietaban a los otros discípulos, impulsándoles a tratar indignamente a Santiago y Juan; con razón discutían por tal motivo.

    Finalmente, Jesús los reunió y les dijo: “Como ustedes saben, los que se consideran jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños, y los que tienen algún puesto hacen sentir su poder. Pero no será así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser el más importante entre ustedes, que se haga servidor de todos; y el que quiera ser el primero, que se haga esclavo de todos. Porque ni aún el Hijo del Hombre vino para que lo sirvieran, sino para servir y dar su vida como precio por la libertad de muchos” (Marcos 10:42-45).

    Es penoso ver que los cristianos a veces también ansían poder y fama a fin de mantener el estatus quo. Esto lo afirmo no porque sea mejor que los demás, sino porque también estoy tentado desde lo más profundo de mí a ambicionar el poder terrenal, salvo que sea controlado por el Espíritu de Dios. Lamentablemente, muy poca gente reconoce la influencia corruptora del poder, y muy pocos se dan cuenta del uso indebido de dicho poder por los así llamados “líderes” de la iglesia.

    A uno le gusta que lo llamen “líder.” Todos tendemos a ambicionar dicho título, y el poder y fama que éste implica. Pero lo que procuramos no es el tipo de poder que enseña el mundo, sino el poder que recibimos de Dios desde nuestra debilidad, reavivado por el Espíritu de Dios que nos empodera. Es el poder de ser servidor, no líder. Es el poder de ser humilde, no controlador. Es el poder de amar a nuestros enemigos, no de matarlos. Es el poder de dar nuestra vida por los demás, así como nuestro Señor vino a dar su vida como rescate por muchos.

    No caigamos en la trampa del diablo, quien nos convence de encontrarnos en una mejor posición sólo como un premio de Dios. El costo del discipulado no conlleva tal recompensa. En cambio, ofrece una copa y una cruz: “La copa que bebo, también la beberán ustedes, y serán bautizados con el mismo bautismo que estoy recibiendo; pero no depende de mí que se sienten a mi derecha o a mi izquierda, sino que les será dado a aquellos para quienes ha sido preparado” (Marcos 10:40).

    Que Dios nos conceda poder liberarnos de las expectativas de la sociedad, y depender de su poder aun en nuestra debilidad.

    Kyong-Jung Kim se desempeña como representante regional del noreste de Asia para el CMM. Desde 2004 se ha desempeñado como director del Centro Anabautista de Corea, un ministerio de las iglesias anabautistas de Corea del Sur.

  • El poder en el liderazgo de la iglesia: En busca de un compromiso común para edificar juntos la iglesia

    Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el común compromiso de edificar juntos la iglesia. A la vez, reconocemos que la iglesia necesita líderes que se hagan responsables de guiar el rebaño. En medio de esta similitud, reconocemos que el poder se ejerce de diferentes maneras en diversos contextos del liderazgo de la iglesia. En el presente número de Courier/Correo/Courrier, escritores de toda nuestra hermandad consideran distintas maneras en que los anabautistas abordan cuestiones de poder en el liderazgo de la iglesia, las luchas y desafíos, y también las bendiciones y beneficios.

    Más allá de la dominación y el control

    Cada tanto me solicitan que haga un aporte a líderes locales, iglesias y organizaciones cristianas en cuanto a cómo lograr mayor fidelidad como cuerpo diverso y reconciliado, conforme a la intención de Dios. Hace algunos años habría respondido centrando mis energías en reafirmar la visión de la comunidad cristiana según el Nuevo Testamento, en la que cada barrera ha sido derribada, primero entre judíos y gentiles, y por lo tanto entre cada barrera social existente, incluyendo nuestras divisiones raciales actuales. Podría haber comenzado señalando cómo el evangelio describe las implicancias radicales de la iglesia como una nueva sociedad muy diversa, en la que las viejas identidades de relaciones y redes son reconfiguradas por la obra de Jesús.

    Teológicamente, aún creo que esto es verdad. Aunque, tal aplicación parecería omitir algunas de las fuerzas específicamente históricas y actuales que están presentes en la mayoría de las iglesias de Estados Unidos, y a las que raras veces se hace referencia.

    ¿Será posible que nuestro principal problema no radique solamente en las diferencias y divisiones étnicas y culturales en Estados Unidos? ¿Será posible que el verdadero quid de la cuestión gire en torno a cómo se ha desplegado históricamente el poder entre cristianos en la iglesia y la sociedad en general?

    En Estados Unidos, la iglesia nunca se ha arrepentido plenamente ni se ha apartado de la dominación racial que formaron sus prácticas y teología desde el siglo XVII. Claro que la esclavitud ha sido abolida formalmente, y su implementación posterior fue totalmente estigmatizada, pues ante la mera mención la mayor parte de la sociedad responde negativamente. No hace falta gran valor para examinar la historia de la esclavitud (cristiana) de los Estados Unidos de 1619 a 1865, y denunciar a la vez su incongruencia con las enseñanzas de Jesús.

    Sin embargo, en la mayoría de las comunidades cristianas de Estados Unidos que se reúnen bajo el señorío de Jesucristo, todavía se necesita gran convicción para tratar con paciencia y honestidad temas tan sensibles, como las prácticas de la dominación blanca. Hasta el presente, tales prácticas se siguen dando en y por la iglesia, testimonio que escandaliza al mundo. La esclavitud ha desaparecido, pero la lógica del razonamiento racial que produjo el dominio y control de los blancos en las reuniones cristianas (y más allá de dicho ámbito), se mantiene intacta.

    Debemos considerar por qué la iglesia estadounidense –incluyendo el anabautismo– no ha tenido la capacidad de entender el hecho de que el racismo es, en gran medida, un asunto teológico y del discipulado, aquejado por el despliegue de poder en la iglesia, e inconscientemente justificado por una mirada racial.

    A muchos grupos cristianos les encantaría ser comunidades caracterizadas por una gran diversidad, que manifiesten la reconciliación que Dios ha logrado en Jesucristo. Sin embargo, pocas iglesias han estado dispuestas a abandonar el poder y control que gobiernan sus comunidades. Fundamentalmente, cuando personas “diversas” entran en estas comunidades “acogedoras”, deben convertirse teológica, cultural y socialmente a las normas establecidas. Como se suele decir, “la manera blanca es la correcta”. Estas normas no constituyen valores cristianos puros, ajenos a las normas sociales y culturales; no obstante, a menudo son empleadas y justificadas como si lo fueran.

    En vez de practicar kenosis (Filemón 1:5-11), que sería despojarse de poder personal y animarse a una vulnerabilidad mutua con cristianos oprimidos y marcados por su raza para que pueda darse un encuentro de transformación mutua, el grupo dominante y controlador predomina sobre los demás. Siempre ha existido la tentación de cometer el error de preservar suficiente poder y control sobre las minorías raciales, lo que niega la posibilidad de una auténtica reconciliación, tantas veces deseada. La reconciliación va más allá del hecho de que entidades diversas compartan un espacio cada domingo de mañana. No ha habido reconciliación donde continúen la dominación y el “señorío”. Cuando a las minorías raciales, que han sido históricamente aplastadas y excluidas por las prácticas de poder dentro de la iglesia, no se les da un lugar a la mesa, y cuando el poder para tomar decisiones no se comparte de forma vulnerable, no puede haber una verdadera reconciliación. Cuando la voz del menos poderoso no tiene prioridad, y cuando la entidad local no está dispuesta a privilegiar su voz, el Reino de Dios no reina plenamente entre nosotros.

    Al no tomar en cuenta la dinámica del poder que opera en las relaciones raciales en las comunidades anabautistas de Estados Unidos, fallamos en diagnosticar por qué fracasamos en avanzar más allá de un patrón estancado de conformismo racial, sin dar testimonio de cómo cedemos al poder de Dios en medio de nuestras debilidades humanas en esta área. En las comunidades anabautistas de Estados Unidos necesitamos ir más allá de la dominación y el control, hacia la solidaridad y reciprocidad de manera despojada.

    Ha llegado el momento de reevaluar nuestra teología y nuestras prácticas, a fin de encarnar fielmente el camino de Jesús en una sociedad que establece diferencias en función de la raza. Probablemente, las congregaciones anabautistas sean más propensas que la mayoría a comprender que no debemos dominar o tratar con prepotencia a los demás. Pero debemos actualizar esta teología en respuesta a nuestras iglesias y denominaciones dominadas y controladas por blancos.

    ¿Cuál sería el resultado si las bibliotecas y púlpitos anabautistas, en vez de estar dominados por autores y oradores blancos, adoptaran y bregaran por la totalidad de los dones de la iglesia, especialmente los de aquellos que han sido históricamente dominados y marginados? ¿Cómo podrían nuestras iglesias hacer visible el Reino de Dios ante un mundo que nos observa, siguiendo creativamente la guía de un movimiento cristiano profético, integrado por los vulnerables e indefensos de nuestro día?

    ¿Podría ser que nuestros cultos comunitarios se vieran enriquecidos a partir de nuestra solidaridad cotidiana y convivencia junto a personas que han sido marginadas sistemáticamente a causa de su raza? ¿Cómo el anabautismo contemporáneo, que surgió en el siglo XVI como un encuentro visible de discípulos comprometidos con seguir a Jesús –en su mayoría oprimidos económicamente– podría renovarse por medio de un renunciamiento a la dominación blanca, al control y al “señorío” sobre otros? ¿Cómo se podría procurar el shalom y bienestar de aquellos dentro y fuera de nuestras comunidades cristianas?

    Drew G. I. Hart se autodefine como anabautista negro; es blogger de MennoNerds y ex pastor de la Iglesia de los Hermanos en Cristo de Harrisburg (Pennsylvania, EE.UU.). Es estudiante de doctorado, cuyo trabajo de investigación se centra en la teología negra y el anabautismo.

  • En busca de un compromiso común para edificar juntos la iglesia

    Como comunión mundial de iglesias afines al anabautismo, compartimos el común compromiso de edificar juntos la iglesia. A la vez, reconocemos que la iglesia necesita líderes que se hagan responsables de guiar el rebaño. En medio de esta similitud, reconocemos que el poder se ejerce de diferentes maneras en diversos contextos del liderazgo de la iglesia. 

     

    No así con nosotros (Kyong-Jung Kim, Corea del Sur)

    Quizá algunos preguntarán: ¿por qué estas personas de ideas afines tendrían que abandonar sus iglesias de origen e iniciar un nuevo movimiento de la iglesia? Mientras que muchas cuestiones produjeron divisiones, una de las cuestiones clave –quizá el factor más decisivo– era cómo interpretaban la propia naturaleza de la iglesia.

    Para ellos, la iglesia no era una denominación institucionalizada, que en sí misma genera una estructura de poder inevitablemente desigual. En cambio, concebían la iglesia como el cuerpo de Cristo, donde el poder se comparte igualitariamente entre hermanas y hermanos.

     

    ¿Maldición o bendición? (Doris Dube, Zimbabwe)

    Por tal motivo, he experimentado tantos estilos de liderazgo como número de líderes que me han ministrado. Desde mi postura como una hermana más, todos los líderes tienen poder y el poder del liderazgo puede ser positivo o negativo. Los líderes –que son seres humanos falibles– marcan la tónica en aquellos que les siguen por la manera que ejercen el poder.

     

    Más allá de la dominación y el control (Drew G. I. Hart, EE.UU.)

    Debemos considerar por qué la iglesia estadounidense –incluyendo el anabautismo– no ha tenido la capacidad de entender el hecho de que el racismo es, en gran medida, un asunto teológico y del discipulado, aquejado por el despliegue de poder en la iglesia, e inconscientemente justificado por una mirada racial.

     

  • Como los menonitas (y otros anabautistas) de todos los países del mundo, los menonitas canadienses están enraizados en su nación e inmersos en su historia. En términos mundiales, Canadá es un país muy grande, extendiéndose a lo largo de 7.000 kilómetros desde el Atlántico al Pacífico, hasta el Ártico. También es uno de los países más ricos del mundo, con un importante sistema público de educación y salud. Es mayoritariamente de habla inglesa, con fuertes vínculos históricos con Gran Bretaña, aunque tiene un importante sector de habla francesa en Quebec. Como una sociedad formada por colonos –inmigrantes agricultores, especialmente en Ontario y el oeste de Canadá– también tiene una larga historia de encuentros con pueblos originarios, a veces violentos.

    Dada su base bilingüe, históricamente Canadá ha sido tolerante con culturas minoritarias y, especialmente en el último tercio del siglo XX, recibió a un gran número de nuevos inmigrantes del Sur global. En la actualidad, sólo las dos terceras partes de los 35 millones de habitantes de Canadá aún se definen como cristianos (casi el doble de católicos que de protestantes). Ocho millones de canadienses manifiestan no tener ninguna religión; un millón se define como musulmán; otro millón practica religiones que provienen de la India (hindúes y sijs); e igual número practican el budismo y judaísmo (ambas religiones con 300.000).

    Los menonitas –que han sido contabilizados entre 127.000 (miembros de las iglesias menonitas en 2010) y 175.000 (autodefinidos en el censo de Canadá de 2011)– constituyen una pequeña minoría dentro de Canadá. Son también un grupo muy diverso, ya que más de veinte denominaciones se autodenominan “menonitas”. 

    La Iglesia Menonita y los Hermanos Menonitas

    Los grupos más grandes son los Hermanos Menonitas y la Iglesia Menonita, con aproximadamente 38.000 y 32.000 miembros respectivamente. Están también entre los más urbanizados de los menonitas canadienses, y se destacan por atraer grandes grupos de canadienses no menonitas, como también inmigrantes chinos y latinoamericanos.

    La historia de las congregaciones de los Hermanos Menonitas se remonta a 1860 en Rusia, cuando rompieron con los menonitas tradicionales, enfatizando una fe personal y distinguiéndose por el bautismo por inmersión. La primera congregación de los Hermanos Menonitas se estableció en Canadá en 1888 como un puesto misionero. No obstante, la convención canadiense de los Hermanos Menonitas se mantuvo reducida hasta 1923, cuando empezaron a llegar a Canadá inmigrantes que huían del comunismo en la Unión Soviética.

    La historia de las congregaciones de la Iglesia Menonita es más compleja, conformándose con la fusión de dos denominaciones en 1999, popularmente denominadas “Convención General” (en inglés “General Conference”, GC) y Menonitas antiguos (en inglés “Old Menonites”, OM). Los Old Menonites se constituyeron luego de la llegada de menonitas al Alto Canadá (posteriormente Ontario) desde Pennsylvania, primero en 1786, y en números muy superiores a partir de 1800. Si bien en los comienzos del General?Conference en 1860 existía una congregación en Ontario, la presencia permanente del GC en Canadá comenzó con la fundación de la Convención de los Menonitas en Canadá en 1903, que tomó impulso con la inmigración de menonitas provenientes de la Unión Soviética en las décadas de 1920 y 1940. Dada su diversidad, las congregaciones de la Iglesia Menonita destacan la unidad y fraternidad en la diversidad, así como los programas de justicia social, especialmente vinculados al Comité Central Menonita (MCC).

    Otros grupos anabautista-menonitas de Canadá

    Varias denominaciones de mediana dimensión, que suman entre 4.000 y 6.000 miembros, realzan una amalgama del anabautismo y protestantismo evangélico. La Iglesia de los Hermanos en Cristo surge de la migración al Alto Canadá que ocurrió a fines del siglo XVIII, conformada por menonitas estadounidenses provenientes de Suiza y el sur de Alemania. La Convención Menonita Evangélica (en inglés, Evangelical Mennonite Conference, EMC) y la Convención Menonita Evangélica de Misiones (en inglés, Evangelical Mennonite Mission Conference, EMMC), son grupos que provienen de la migración ruso-holandesa de la década de 1870, y ambos fueron marcados por el evangelicalismo de mediados del siglo XX. Dichos grupos son conocidos por su obra misionera en el extranjero y su apoyo al MCC.

    Quizá sea curioso que diecisiete denominaciones menonitas de Canadá –conformadas por más de 30.000 miembros– representen grupos “Plain” u “Old Order”. Por lo general, estos grupos no se unen al Congreso Mundial Menonita. Se destacan por su estilo de vida sencillo, la no conformidad y el aislamiento social, evidenciado en su vestimenta sencilla, que incluye pequeñas cofias blancas que cubren la cabeza para las mujeres, y camisas de manga larga, abotonadas hasta el cuello, para los hombres. Alrededor del 20 por ciento de estos grupos “Plain” son los llamados menonitas de “caballo y buggy”.

    Canadá constituye también la sede de dos convenciones evangélicas (anteriormente Hermanos en Cristo Menonitas y Hermanos Menonitas Evangélicos, hoy denominadas Iglesia Misionera Evangélica de Canadá y Hermandad de Iglesias Bíblicas Evangélicas respectivamente), que han desistido del nombre menonita. Asimismo, Canadá es la sede de grupos vinculados a los menonitas, como los huteritas y un pequeño número de Amish.

    Instituciones menonitas en Canadá

    Como en otros lugares, la comunidad menonita canadiense se ve fortalecida por una amplia variedad de instituciones. De hecho, es muy posible vivir en contextos mayormente menonitas –especialmente en zonas rurales y ciudades como Kitchener-Waterloo (Ontario), Winnipeg (Manitoba), Saskatoon (Saskatchewan) y Abbotsford (British Columbia). Muchos niños menonitas asisten a escuelas primarias y secundarias privadas. Los jóvenes cuentan con educación religiosa y general en numerosas instituciones anabautista-menonitas de educación superior, en particular, Canadian Mennonite University de Winnipeg, Columbia Bible College de Abbotsford y Conrad Grebel University College de Waterloo. Las familias jóvenes pueden obtener fácilmente préstamos de una docena de instituciones de crédito con fuertes raíces menonitas, siendo la mayor de ellas, Steinbach Credit Union de Manitoba, con un activo de cuatro mil millones de dólares. También cuentan con seguro contra incendios por parte de empresas administradas por menonitas; la más histórica es Mennonite Aid Union, que operó de 1866 a 2002. Asimismo, en años anteriores los menonitas han contado con una oferta de paquetes turísticos, tal como el Crucero del Legado Menonita, para organizar sus vacaciones, aunque “Viajar a lo menonita” también ha sido muy popular.

    En varias ciudades, los menonitas pueden buscar información genealógica en los archivos menonitas o rememorar viejos tiempos en alguno de los museos. Muchas veces los testamentos y legados se gestionan por medio de la Fundación Menonita de Canadá. Además, los ancianos pueden acceder a geriátricos menonitas en muchas comunidades. A modo de ejemplo, Menno Terrace East en Abbotsford, consta de 95 suites en un edificio de seis pisos y un centro de atención de salud. Varias comunidades cuentan con cooperativas de sepelios o funerarias privadas pertenecientes a menonitas.

    Los menonitas de Canadá se han centrado cada vez más en las instituciones nacionales para apoyar sus misiones. Irónicamente, mientras los menonitas canadienses se han abierto al mundo, se han vuelto más centrados en su país, escindiéndose de las instituciones estadounidenses. En 1963, por ejemplo, se constituyó el Comité Central Menonita (MCC) Canadá, diferenciado de la oficina central del MCC en Akron, Pennsylvania, EE.UU., más apto para brindar una “voz unificada para los menonitas canadienses”. En 1967 se creó la Sociedad Histórica Menonita de Canadá para fomentar una identidad histórica unificada, especialmente por medio de los tres tomos de la colección histórica, Menonitas de Canadá, iniciada por Frank H. Epp. La unificación continental de las entidades de los “menonitas antiguos” (Old Mennonites) y de la Convención General (General Conference) a fin de formar una Iglesia Menonita unificada en 1999, conllevó desde su misma fundación una nueva división, a lo largo de la frontera de Canadá y EE. UU., dando origen a la Iglesia Menonita Canadá, junto a su contraparte de Estados Unidos. Situaciones similares se dieron respecto a los Hermanos Menonitas, la Convención Evangélica Menonita, los Hermanos en Cristo y otras convenciones.

    La creación del Comité Central Menonita Canadá permitió también el desarrollo de un vínculo muy estrecho con los gobiernos provinciales y federales. En 1975, por ejemplo, MCC Canadá abrió una oficina de promoción en Ottawa, con el objetivo no sólo de obtener beneficios del gobierno, sino también de definir políticas públicas. De hecho, se ha reconocido la apertura de los menonitas canadienses a trabajar con agencias gubernamentales. El Banco Canadiense de Granos y Alimentos (Canadian Foodgrains Bank), fundado por el MCC, se inició en parte debido a la contrapartida de fondos aportados por el Gobierno federal. Asimismo, un número cada vez mayor de hombres y mujeres menonitas se han desempeñado en el Parlamento federal y las legislaturas provinciales de Canadá.

    Temas del menonitismo canadiense

    Con el tiempo una variedad de temas han llegado a distinguir la identidad de los menonitas canadienses. Por ejemplo, han creado vínculos con menonitas de otras partes del mundo para construir una sólida comunidad mundial. Han constituido organizaciones binacionales, como MCC después de 1920, Mennonite Disaster Service después de 1951 y Mennonite Economic Development Associates después de 1952. Históricamente, los Hermanos Menonitas y la Iglesia Menonita han mantenido lazos estrechos con las misiones norteamericanas, especialmente aquellas en el Congo, la India y América Central. Entre los misioneros canadienses se destacan Susanna Plett, quien inspiró a toda una generación de misioneros de la Iglesia Evangélica Menonita cuando partió a Brasil en 1942, sin el apoyo de la iglesia. Quizá quien obtuvo más reconocimiento mundial fue Jacob Loewen de Abbotsford, un misiólogo de los Hermanos Menonitas, destacado por sus ideas en cuanto a la autocrítica y el liderazgo autóctono. Los Equipos Cristianos de Promotores de la Paz han transformado la manera en que los jóvenes menonitas canadienses enfocan los temas del pacifismo y la no violencia. Las iglesias canadienses han apoyado plenamente el Congreso Mundial Menonita.

    Los menonitas canadienses también han adoptado nuevas maneras de expresarse. Tradicionalmente, han sido cantantes; Benjamín Eby produjo el primer himnario canadiense en la década de 1830, y músicos como Ben Horch de Winnipeg, elevaron la música al nivel de los coros comunitarios y orquestas. También ha habido escritores, entre ellos varios autores reconocidos nacionalmente; Peace Shall Destroy Many, escrito por Rudy Wiebe en 1962, aún es aclamada como una obra pionera. Las películas “menonitas” también se han vuelto populares: por ejemplo. And When They Shall Ask, que relata los sufrimientos en la Unión Soviética, ha atraído a miles de espectadores. Por último, han surgido numerosos recursos por internet, incluyendo la Enciclopedia Mundial Menonita Online (GAMEO), que comenzó como un proyecto de la Sociedad Histórica Menonita de Canadá.

    Tal vez la característica más distintiva de la historia de los menonitas de Canadá ha sido la migración. Siete historias concretas de migración fueron claves. Las tres primeras relatan las migraciones del siglo XIX; cada uno de estos grupos buscó crear exclusivamente comunidades agrícolas de frontera, todas bajo la protección de la monarquía británica. Estos grupos incluyeron menonitas suizo-estadounidenses que llegaron al Alto Canadá una generación después de la Guerra revolucionaria de Estados Unidos; Amish recién llegados de Europa en la década de 1820; y 8.000 menonitas de origen holandés que llegaron a Manitoba en la década de 1870, cuando Rusia cambió sus leyes de exención del servicio militar.

    Los próximos dos grupos llegaron en el siglo XX de Ucrania y Rusia, devastadas por la guerra: 20.000 en la década de 1920 para beneficiarse de la acogida de Canadá a los inmigrantes, y 8.000 familias después de 1948, en su mayoría encabezadas por mujeres.

    El sexto y séptimo grupo son recién llegados del Sur global. Muchos son latinoamericanos que hablan el alemán bajo, descendientes de menonitas que abandonaron Canadá en la década de 1920 para evitar la asimilación inglesa. Los que más han cambiado la antigua imagen de los menonitas euro-canadienses son los recién llegados del Sur global que se unieron a las iglesias menonitas al llegar a Canadá: incluyen a los chin (birmanos), chinos, coreanos, hmong (laosianos), punjabi (hindú y paquistaní), hispanos (latinoamericanos) y vietnamitas, entre otros. Muchas veces estos inmigrantes son refugiados de guerras civiles o de la pobreza.

    Hechos recientes

    En las últimas décadas los menonitas canadienses han renovado también sus cultos y la vida de la iglesia. Janet Douglas Hall fue una adelantada para su época al servir como pastora de una iglesia menonita de los Hermanos en Cristo de Dornoch, Ontario ya en 1886; ha sido una referente para mujeres que se desempeñan cada vez más como pastoras guías, primero en la Iglesia Menonita en la década de 1970 y más recientemente, en las congregaciones de los Hermanos Menonitas, Iglesia Evangélica Menonita y Hermanos en Cristo.

    Algunas iglesias han adoptado liderazgos informales, incluyendo iglesias que funcionan como pequeños grupos en casas en múltiples lugares, como Pembina Fellowship en Morden, Manitoba, o aquellas con un pastor remunerado, como Fort Garry Fellowship en Winnipeg. The Meeting House, una congregación numerosa de los Hermanos en Cristo de Oakville, Ontario, es una “iglesia para personas que no van a la iglesia” y se reúnen en cines ubicados en múltiples lugares conectados por video. Otras congregaciones, como Toronto United Mennonite Church que pertenece a la Iglesia Menonita, son conocidas por “acojer” a miembros de la comunidad LGBT.

    La fundación de iglesias ha sido también parte de la historia reciente. Los Hermanos Menonitas en particular han impulsado distintas versiones muy sólidas de fundación de iglesias, especialmente las √âglises des fr√®res Mennonites en Quebéc. En las últimas décadas, la Convención General de Manitoba procuró acercarse a las comunidades de pueblos originarios y compartir el culto con ellos, abrazando más y más la idea de un Dios Creador.

    Finalmente, muchas iglesias han abandonado los himnos tradicionales, adoptando coros más alegres, con la ayuda de proyecciones de PowerPoint y grupos musicales en vivo. A la vez, numerosas iglesias, como la Iglesia Bakerview de los Hermanos Menonitas de Abbotsford, han incorporado cultos litúrgicos, en respuesta a la creciente atracción de los jóvenes menonitas por las tradiciones clásicas de la iglesia.

    Royden Loewen, presidente de Estudios Menonitas y profesor de Historia de la Universidad de Winnipeg (Manitoba, Canadá), agradece los aportes de Marlene Epp, Bruce Guenther, Mary Ann Loewen y Hans Werner en la redacción de este artículo.

    Pastores y líderes en un encuentro de los Hermanos en Cristo Menonitas en 1907, en Kitchener, Ontario. Hoy, después de varias fusiones y cambios de nombre, este grupo es conocido como la Iglesia Misionera Evangélica de Canadá. Gentileza del Archivo Menonita de Ontario

     

     

     

     

     

     

     

    Líderes de la Iglesia Menonita Hmong (Kitchener, Ontario) en 1991. De izquierda a derecha: Ge Yang, Toua Jang, Lee Xong, Tou Vang. La creciente diversidad étnica constituye algo novedoso en la historia de los anabautistas canadienses. Foto de Larry Boshart/Gentileza _de los Archivos Menonitas de Ontario

     

     

     

     

     

     

     

    Alice Snyder etiqueta paquetes de Navidad para su distribución internacional en 1954, como parte del programa de ayuda humanitaria del Comité Central Menonita, que distribuyó alimentos y ayuda material en zonas afectadas por desastres naturales. Foto de David Hunsberger/Gentileza de los Archivos Menonitas de Ontario

     

     

     

     

     

     

  • ¿Por qué importa la comunidad mundial? Profundizar nuestro compromiso común de ser una familia mundial

    Como Congreso Mundial Menonita, compartimos el compromiso de ser una hermandad (koinonia) mundial de fe y vida. Juntos, anhelamos ser una hermandad que trascienda las fronteras de nacionalidad, raza, clase, género e idioma. Pero debido a nuestra diversidad, cada iglesia miembro del CMM aporta una singular comprensión de la importancia de la hermandad mundial al participar e invertir en el CMM.

    El número de abril 2015 de Courier/Correo/Courrier procura discernir la variedad de razones que motivan a las comunidades anabautistas de todo el mundo a reunirse para constituir el CMM. A continuación, escritores y escritoras reflexionan en sendos artículos sobre la siguiente pregunta: ¿Por qué mi hermandad local o regional necesita una hermandad mundial?

    Vislumbramos la iglesia universal

    Soy pastor de una congregación menonita del pueblo de Enkenbach, cerca de la ciudad de Kaiserslautern, en la región del Palatinado en el sudoeste de Alemania. Nuestra iglesia tiene 260 miembros y una concurrencia promedio de cien personas al culto dominical.

    La congregación fue fundada después de la Segunda Guerra Mundial por refugiados menonitas de Prusia Oriental y Occidental (actualmente Polonia), que tuvieron que dejar su tierra natal a causa de la guerra. (En cambio, otras congregaciones menonitas de la región del Palatinado datan del siglo XVII, cuando refugiados menonitas que huían de la persecución, emigraron de Suiza en busca de refugio.) En Enkenbach, jóvenes no alemanes que realizaban servicio voluntario en Europa a través del programa PAX del Comité Central Menonita -una iniciativa humanitaria de la posguerra-, construyeron casas aquí para refugiados menonitas a modo de asentamientos, haciendo posible que nuestra congregación creciera. La membresía actual está constituida por refugiados que llegaron a una joven edad o por la primera generación de alemanes del “Palatinado”.

    Nuestra congregación es una de las más numerosas de Alemania, mucho más que la congregación menonita de la Convención Arbeitsgemeinschaft Mennonitischer Gemeinden (sin contar las congregaciones más numerosas de trasfondo ruso-alemán).

    La congregación local cumple una función sumamente importante en la tradición menonita alemana. Los primeros anabautistas destacaban el papel fundamental de la congregación local, y este énfasis ayudó al movimiento a sobrevivir en tiempos de persecución. Sin embargo, a lo largo de los años, el congregacionalismo ha dado origen a ciertas debilidades, e incluso un sentido a veces demasiado grande de autosuficiencia. Por ejemplo, miembros de nuestra congregación se creen no sólo menonitas, sino “menonitas de Enkenbach”, y no les interesa tanto otras tradiciones menonitas. En sus comienzos, nuestra congregación tenía alrededor de quinientos miembros y en las décadas subsiguientes esta membresía numerosa mantenía muchos programas, tornando a la congregación bastante independiente de otros grupos menonitas. Esto ha cambiado en el transcurso de las décadas, debido a que ha disminuido el número de miembros. Aun así, persiste un verdadero peligro: la posibilidad de que las congregaciones se pierdan de vista, desarrollando una mentalidad de “somos quienes somos y los demás hacen de las suyas”.

    Afortunadamente, mucha gente de Alemania -incluyendo muchas personas de nuestra congregación- tienen una visión ecuménica. (Es probable que esto surgiera como resultado de la historia alemana, que abarca la principal escisión protestante-católica de la Reforma del siglo XVI.) Valoramos la estrecha colaboración con otras denominaciones a fin de dar mejor testimonio al mundo. En nuestro pueblo, mantenemos vínculos fraternales con congregaciones católicas y otras congregaciones protestantes (Iglesia Unida), albergando el espíritu de unidad de la iglesia cristiana.

    A la vez, nuestra congregación necesita entender que la familia anabautista-menonita es más amplia que nuestra congregación local. Esta visión más ampliada del mundo proviene de nuestra participación en el Congreso Mundial Menonita.

    La participación en el CMM ofrece varios beneficios concretos. Primero, ayuda a fortalecer nuestra identidad común como menonitas anabautistas. En nuestras congregaciones locales, organizamos dos pequeños grupos para leer y estudiar las convicciones compartidas del CMM, utilizando el libro Lo que juntos creemos, por Alfred Neufeld, de la Colección de Literatura Anabautista-Menonita Mundial. Actualmente, otro pequeño grupo le da lectura a otro libro de la Colección de Literatura del CMM: God’s Shalom Project por Bernhard Ott. Estos libros recomendados nos resultan muy útiles.

    Además, la participación en el CMM nos sirve para recordar que la familia anabautista-menonita ha crecido mucho más allá de las culturas étnicas alemanas (suizas o prusianas) de las que el anabautismo se nutrió inicialmente. Por ejemplo, celebramos anualmente el Domingo de la Fraternidad Mundial (WFS, por sus siglas en inglés) en nuestra congregación, y, por consiguiente, recibimos regularmente información interesante sobre la vida de hermanos y hermanas del CMM. Más aun, al celebrar cada WFS recolectamos una ofrenda especial para el CMM, además de lo que donamos a través de nuestra Convención para el Aporte Proporcional Justo del CMM. En 2012, cuando el Concilio General del CMM se reunió en Europa, invitamos a nuestros cultos a dos oradoras (teólogas/pastoras de Japón y la República Democrática del Congo). Esto fue algo singular y nos permitió vislumbrar el advenimiento de la tradición anabautista-menonita en un fenómeno multicultural mundial. En 2011, tuvimos la fortuna de recibir la visita de César García, secretario general del CMM, para dar una charla en nuestra iglesia sobre la labor del CMM, que nos ayudó a mostrarle a nuestra gente la realidad de la fe anabautista mundial.

    Asimismo, hemos sido afortunados de recibir a personas de América del Norte a través del Intermenno Trainee Program (Programa Intermenonita de Capacitación Práctica), una iniciativa de intercambio que convoca a jóvenes a vivir en Europa y obtener experiencia directa con la cultura e idiomas europeos. Además, hemos recibido a voluntarios paraguayos que han servido en nuestro medio; algunos, incluso, se han radicado aquí y se han casado.

    Más allá de las iniciativas en las congregaciones locales, un gran número de miembros que pudieron costearse los viáticos, asistieron a las Asambleas del CMM en India (1997), Zimbabwe (2003) y Paraguay (2009). En cada instancia, nuestra gente ha regresado enriquecida e impresionada, y han informado sobre sus experiencias.

    Sin duda, la interpretación bíblica de la Iglesia es más que sólo la congregación local. Cristianos de muchas tribus y naciones están unidas por algo más que sólo una identidad local. Desde una perspectiva bíblica, la Iglesia es una hermandad de creyentes que trasciende las categorías de nación, etnicidad y raza. Es un cuerpo universal (o católico, en el verdadero sentido de la palabra). Necesitamos al CMM para darlo a conocer y ayudar a que se viva su verdad a nivel de la congregación local. En definitiva, el CMM nos permite vislumbrar la identidad universal, incluso ecuménica, del Pueblo de Dios.

    Rainer W. Burkart es pastor de la Iglesia Menonita Enkenbach de Enkenbach, Alemania. Además, ha integrado el Comité Ejecutivo y la Comisión de Fe y Vida del CMM, y ha copresidido la Comisión Internacional de Estudio de la Federación Luterana Mundial/Congreso Mundial Menonita (2005-2008), que sentó las bases para la reconciliación entre luteranos y anabautistas.