Habían pasado más de quince años desde la última vez que vivimos en Zagreb, actualmente la capital de Croacia, cuando regresamos para una breve visita en 2006. Sentados en la vereda de un café, mi esposa Sara y yo vimos carteles que decían: “Marcha por Jesús”, que seguramente no habrían sido permitidos durante nuestros primeros tiempos en la antigua Yugoslavia, cuando los comunistas tenían el poder. En base a la información en los carteles, no se podía discernir qué denominación estaría auspiciando el evento. Sentíamos curiosidad, y luego descubrimos la procesión que recorría alegremente el centro de la ciudad, dirigiéndose hacia lo que los lugareños llamaban Cvjetni trg (“Plaza de las flores”).
Todavía desconcertados acerca de qué tipo de personas podía organizar tal demostración pública de fe, uno de los organizadores nos saludó de repente y exclamó con alegría: “¡Esto comenzó en la sala de su casa!”
Stanko había sido uno de varios líderes jóvenes de la Iglesia Pentecostal que se reunían mensualmente durante 1988 y 1989 para orar con nosotros, superando las barreras denominacionales que normalmente mantenían a las personas en rebaños separados. Bautistas, pentecostales, Hermanos y otras ramas independientes del pequeño movimiento neoprotestante acogieron con beneplácito la oportunidad de debatir, orar y construir lazos de amistad durante los tiempos difíciles que sumieron a la región en el caos y la guerra, a medida que transcurría la década de 1990.
Mucho tiempo después de que regresáramos a Norteamérica, dichos lazos prometedores se habían convertido en cooperación respecto a muchos aspectos del testimonio, de la ayuda en situaciones de guerra y del acercamiento a vecinos, emprendiendo cada una de estas iniciativas como expresión de nuestra propia fe.
En las horas más oscuras de las guerras en los Balcanes (1991-1995 y con posterioridad), las iniciativas de paz basadas en la fe se arraigaron profundamente en las fuentes de cooperación ecuménica e incluso interreligiosa. En Bosnia, Serbia y Croacia, los seguidores de Jesús se sintieron llamados a superar barreras, tender puentes, practicar el perdón y brindar hospitalidad humana a personas que corrían peligro de sufrir graves violaciones por todas las partes involucradas.
Algunos lectores del CMM conocerán el testimonio de Hleb ≈Ωivota (organización humanitaria Pan de Vida) de Belgrado, o de Pontanima (coro interreligioso) de Sarajevo. Estos y muchos otros esfuerzos han hecho una contribución duradera a la construcción de la paz tras las catástrofes causadas por el ser humano en la región.
Debido a mi amplia participación con los cristianos pentecostales en los Balcanes, en los últimos años he tenido el privilegio de participar en diálogos denominacionales oficiales entre la Iglesia Menonita USA y algunos sectores del movimiento pentecostal más amplio.
La Iglesia de Dios (con sede en Cleveland, Tennessee, EE.UU.) ha sido partícipe de varias rondas de debates teológicos sobre la presencia y el poder del Espíritu Santo, en el culto, la promoción comunitaria y la misión. Muchos participantes expresaron gran interés en las experiencias anabautistas en las que los seguidores de Jesús, mediante el poder del Espíritu de Dios, actúan como agentes de reconciliación y paz en los actuales conflictos humanos.
Dios aún está forjando cosas nuevas entre nosotros, en tanto el Espíritu continúa derribando muros de hostilidad, enviándonos como embajadores con el poder del amor de Cristo.
Con ese fin, me siento inspirado por Shane Claiborne, activista cristiana de Philadelphia (Pennsylvania, EE. UU.), que nos insta a aprender lo mejor de lo que las diversas tradiciones cristianas tienen para ofrecerse unas a otras:
“Así como criticamos lo peor de la iglesia, también deberíamos celebrar sus mejores momentos”, escribe Shane Claiborne en el diario Oneing. “Necesitamos explorar los campos de la historia de la iglesia y encontrar los tesoros, las piedras preciosas… Yo quisiera el fuego de los pentecostales, el amor por las Escrituras de los luteranos, la imaginación política de los anabautistas, las raíces de los ortodoxos, el misterio de los católicos y el celo de los evangélicos.”
Estoy convencido de que todos somos una combinación de estas vertientes, mucho más de lo que solemos reconocer. Todos bebemos de corrientes que incluyen antiguas formulaciones de adoración cristiana ortodoxa, tradiciones reflexivas profundamente católicas, sólidas convicciones luteranas, doctrinas reformadas clásicas y prácticas cálidamente pietistas, junto con algunas formas de compromisos y creencias anabautistas que las primeras generaciones podrían reconocer o no como afines a las suyas.
Producimos híbridos, seleccionamos y respondemos a nuevas situaciones mientras nos nutrimos de diversas materias primas. Tomados en conjunto, estos hilos de colores se convierten en nuestro propio tejido nuevo, un tapiz que pertenece a nuestra propia época y está destinado a ser un aporte para nuestros contemporáneos.
Conjuntamente, el poderoso río de los pentecostales de hoy y los herederos de la corriente anabautista de la tradición cristiana podrían parecer bastante alejados entre sí, pero la realidad subterránea está más estrechamente conectada de lo que uno podría percibir inicialmente. Donde nos encontremos trabajando juntos, existe la esperanza de que las fuerzas del celo profético, el testimonio apasionado y la más elemental compasión, puedan revitalizar los caminos del discipulado fortalecido por el poder del Espíritu en un mundo complejo.
—Gerald Shenk, miembro de la iglesia Menonita de Springdale, fue profesor en seminarios de Croacia, Serbia y Estados Unidos (Virginia e Indiana), antes de asumir los deberes de abuelo en una pequeña finca en Virginia.
Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2020. Haga clic aquí para leer otros artículos de este número