El corazón de un extraño

La hospitalidad: Consideremos qué significa brindar hospitalidad como seguidores de Cristo

En septiembre del 2015, el mundo occidental tomó conocimiento de la crisis de los refugiados a través de las fotos impactantes difundidas en los medios informativos. Ante una mayor conciencia del problema, la comunidad anabautista mundial considera qué significa recibir al extraño, en tanto personas de diferentes trasfondos religiosos se integran a nuestros barrios.

El número de abril 2016 de Courier/Correo/Courrier procura discernir la variedad de razones que motivan a las comunidades anabautistas de todo el mundo a reunirse para constituir el CMM. A continuación, escritores y escritoras reflexionan en sendos artículos sobre la siguiente pregunta: ¿Cómo el amor de Cristo por nosotros motiva y guía nuestra respuesta a los extraños en nuestro contexto local?

El corazón de un extraño

Una vez escuché que un recién llegado a Canadá describía el alivio que sintió al ser recibido en una comunidad religiosa conformada por otros recientes inmigrantes tras una prolongada etapa de desorientación. Me quedaron grabadas sus palabras:

Sabían cómo abrazar al extraño porque ellos mismos tenían el corazón de un extraño.

Es decir, quienes han vivido la experiencia de ser forasteros –la deseperación y soledad que acompañan la separación de todo lo que es familiar y de todo lo que les brinda seguridad y estabilidad; la frustración de no poder hablar el idioma; lo que significa añorar un abrazo–, ellos son los que tienen el corazón de un extraño; un corazón que esté dispuesto a hacer lugar a los demás.

Elegir lo extraño

Y, sin embargo, la experiencia de ser un “extraño” de una manera significativa es algo ajeno para muchos de nosotros. Algunos nos hemos sentido incómodos al transitar contextos no familiares por elección propia. No obstante, constituyen mayormente los inconvenientes surgidos de las opciones que existen dentro de los parámetros del privilegio. Otras personas ni siquiera han tenido el lujo de ser “extraños” porque nunca han podido viajar más allá de su lugar de nacimiento. 

Pero, ¿cuántos de nosotros habremos sido empujados a tierras lejanas por la violencia, inestabilidad política y pobreza? ¿Alguna vez habremos llegado a una tierra desconocida con pocas pertenencias, sin conocer el idioma, y habiendo sufrido situaciones traumáticas durante años? ¿Nos habremos aventurado en contextos donde pocas personas se nos parecían o hablaban como nosotros, donde las costumbres eran incomprensibles y las creencias insondables? ¿Cuántos de nosotros habremos sido extraños de manera tal que hayamos generado “el corazón de un extraño?” 

Entonces, ¿qué haría falta para adquirir el “corazón de un extraño” en nuestro presente cultural, con tanto discurso que polariza a cristianos (y a otros) respecto a la crisis de los refugiados sirios, y qué exigiría de nosotros? Hay tanto temor y sospechas, tantas palabras cargadas de enojo y desinformación, tanto rechazo reaccionario e impulsivo, tantos brazos que, en lugar de abrirse en un abrazo, se cierran en actitud defensiva. ¿Cómo podríamos avanzar más allá de estas respuestas automáticas y vislumbrar mejores caminos? 

Memoria e imaginación

¿Podría ser tan sencillo como mirar en retrospectiva varias generaciones atrás y recordar que, en algún nivel, casi todos somos parte de una historia de extraños? ¿Podría ser que nuestra reticencia a abrazar a un extraño se debe, en parte, al hecho de que nuestro corazón ha perdido u olvidado, o nunca ha desarrollado la capacidad de ponernos en su lugar? 

¿Podría ser que nuestro principal problema sea más que nada falta de memoria o de  imaginación, no poder recordar cómo es ser el “otro” que anhela ser acogido o ni siquiera imaginar dicha posibilidad? ¿Podría ser que el  “corazón de un extraño” esté tan cerca de cada uno de nosotros en la medida que elijamos recordar e imaginar de manera diferente?

En las Escrituras hebreas, el mandamiento divino de cuidar al extraño está vinculado directamente al hecho de que los hijos de Israel alguna vez también fueron extraños (Deuteronomio 10:19). En el Evangelio de Mateo, Jesús resume toda la Ley y los Profetas –y se deber recordar que “todo” es una palabra bastante amplia– en la sencilla exhortación de que hagamos a los demás lo que queremos que nos hagan a nosotros (Mateo 22:40). Primero, nos insta a que tengamos mejor memoria; segundo, a que tengamos mejor imaginación. Ambas son necesarias si alguna vez habremos de adquirir un buen corazón. Y una vez que empecemos a seguir estos consejos, –una vez que procuremos recordar e imaginar de una manera mejor– será más fácil acercarnos deliberadamente al extraño. 

La iglesia a la que pertenezco recibirá  a nueve personas de Siria en nuestra comunidad y en nuestras vidas; y, durante meses, hemos estado haciendo los preparativos para su llegada. Conseguimos una vivienda, le dimos una mano de pintura, compramos comida, ropa y juguetes. Hicimos contacto con otras personas de la comunidad: otras iglesias cristianas, gente de la universidad, un grupo de médicos locales, y miembros de la comunidad musulmana local. Tuvimos la oportunidad de compartir la mesa con familias sirias que ya vivían en Lethbridge, y de aprender de ellos en clases improvisadas de cocina y veladas de información cultural. Entablamos nuevas amistades. 

Hemos procurado adquirir el corazón de un extraño. Y al hacerlo, descubrimos que, en realidad, el corazón de un extraño no está lejos de ninguno de nosotros, mientras estemos dispuestos a recordar e imaginar correctamente.

Ryan Dueck es pastor de la Iglesia Menonita Lethbridge de Alberta, Canadá. La iglesia forma parte de un Grupo Ecuménico local de Acción Social, que patrocina la reubicación en Lethbridge de dos familias de refugiados sirios. Escribe frecuentemente en su blog en ryandueck.com y colabora con Wondering Fair, “un café online” para el intercambio de ideas sobre cuestiones de fe.

Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2016. 

 

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