Cada paso es una oración.
Cada paso es una súplica al Dios que sabe lo que significa deambular durante meses o años en busca de una tierra prometida.
Cada paso es una protesta sagrada, que clama a Dios por misericordia y justicia.
De este modo, se elevaron millones de oraciones, mientras amigos volaban hacia el oeste desde naciones como Camerún y Senegal, mientras amigos caminaban hacia el norte desde los barrios de Honduras y El Salvador, buscando una respuesta a sus peticiones a Dios.
A principios de este año, pasé un tiempo con una delegación de conciudadanos Menonitas en la frontera de EE. UU. y México con New Sanctuary Coalition (NSC) cuya sede central se encuentra en Nueva York. NSC sugirió que usáramos la palabra “amigos” como una manera de reformular la narrativa de cómo nombramos a aquellos que buscan una vida abundante y nuestras relaciones con ellos.
En sus viajes hacia la frontera sur de los EE. UU., nuestros amigos simbolizaron el deseo de experimentar una vida libre de abusos, vida libre de la guerras, vida que pasa tiempo con los hijos o los padres. Más que nada, estos amigos buscaban la vida misma.
En la frontera San Diego-Tijuana, aunque el ritmo de los viajes se hizo más lento, las oraciones no fallaron. En todo caso, las oraciones se hicieron más fervientes a medida que nuestros amigos enfrentaban la barrera que habían soñado alcanzar, la entrada a la “Tierra Prometida”. Los obstáculos reales y numerosos, para la entrada, a menudo eran más grandes de lo que ellos habían imaginado; más grandes de lo que yo, una ciudadana estadounidense con cierto conocimiento de la ley de inmigración, había imaginado. Muchos amigos, que ya habían caminado durante meses, ahora se encontraban en la frontera por otros meses adicionales, esperando turno hasta que su número fuera llamado (un sistema ilegal que demoraba deliberadamente la entrada de inmigrantes en el sistema de inmigración de los Estados Unidos).
Mientras aún se encontraban en México, muchos de los que buscaban asilo fueron preparados por amables abogados de inmigración de los EE. UU. para su “entrevista de un miedo creíble” con Inmigración y Control de Aduanas. La totalidad de los casos de asilo de nuestros amigos reposaban en esas entrevistas. Con su destino pendiendo de un hilo debiendo demostrar “un miedo que fuera creíble” ¿Cómo escuchan nuestros hermanos del mundo mayoritario la invitación de Pablo a los Filipenses en el capítulo 4: 6? En el cual Pablo le pide a los creyentes que “no se aflijan por nada, sino que presenten todo a Dios en oración” ¿Qué significa eso para aquellos que enfrentan largas esperas en centros de detención deplorables? ¿O para aquellos que están obligados a esperar sus audiencias judiciales “al otro lado” en México?
La esperanza que Pablo alienta aquí no está establecida en la capacidad del sistema de inmigración para impartir justicia verdadera hecho por los humanos. Más bien, Pablo les recuerda a los creyentes acerca del Dios que sufre con ellos, cuya profunda empatía no puede mantenerse fuera de las llamadas hieleras (celdas de detención). El Dios que conoce el dolor de los refugiados que huyen de la violencia, y que conoce la completa angustia de un niño que es separado de sus padres.
Las palabras de Pablo también hacen eco en los corazones de los creyentes en los Estados Unidos, al recordarnos al Dios que disuelve los límites. Las comunidades de fe aquí se reúnen para orar y actuar con la esperanza de que el amor de Dios derribará las barreras que nos separan unos de otros. Hay un fuego en cada paso de aquellos que proveen refugio, que marchan por el cambio, que acompañan a los amigos a la corte para las audiencias.
Juntos, no nos preocupamos por que el sistema de inmigración de los Estados Unidos sea justo: no lo será. En todo lo que hacemos, abrimos nuestros corazones, mentes y cuerpos para presentar nuestras esperanzas a Dios. Ya sea desde el norte o el sur, el este o el oeste; cada paso que damos es una oración. Una oración para que la dura frontera entre nosotros se rompa bajo el peso del amor de Dios. Una oración para disolver los corazones callosos y los sistemas injustos. Una oración para liberar a los cautivos. Una oración por la paz de Dios, que supera todo entendimiento y nos lleva a una comunión más profunda con los demás y con Dios.
Cada paso es una oración.
—Valerie Showalter, Comunicado del Congreso Mundial Menonita
Este testimonio hace parte de los recursos para la adoración del Domingo de la Paz 2019. Haga clic aquí para ver más: www.mwc-cmm.org/domingodelapaz