Una vida sin pecado

¿En qué piensas cuando oyes la palabra hospitalidad? Por lo general, me recuerda la experiencia que tuve cuando visité un país de otro continente.

Creía que los colombianos eran buenos anfitriones hasta que me hospedó una familia de una cultura diferente. Fue algo increíble: la cantidad y calidad de la comida que me ofrecían, sus esfuerzos tan evidentes en hacerme sentir bienvenido, cada detalle de mi habitación, sus preguntas, su respeto y buena disposición para servirme tanto como fuera posible.

No obstante, lo que me conmovió más que cualquier otra cosa fue su actitud. Estaban dispuestos a dejar de lado todas sus actividades y concentrarse muy generosamente en servir a su huésped.

La hospitalidad se define como la capacidad de prestarle atención a un huésped. Esto es muy difícil porque estamos preocupados por nuestras propias necesidades. Nuestra ansiedad nos impide desviar la atención desde nosotros hacia los demás. Si pecado es cuando el alma se centra en sí mismo, como lo definiera Agustín de Hipona, entonces una vida sin pecado sería poder centrar nuestra atención en los demás. Es decir, cuando uno vive brindando hospitalidad, vive sin pecado.

Jesús es el mejor ejemplo de lo que significa la hospitalidad. Mediante su vida y muerte en la cruz, Dios ingresa al mundo de la existencia humana. Por medio de su compasión, centra su atención en los demás, en vez de en sí mismo. Es a través del sufrimiento y quebrantamiento de Jesús que Dios comparte la mortalidad, fragilidad y vulnerabilidad de la humanidad. Y entonces, en el libro de Apocalipsis, Jesús hace lugar en su gloria para la multitud de todas las naciones que llegan a adorarle. 

La actitud y atención de Jesús en el otro trae sanación a las personas que han sido abusadas, que han padecido dolor y sufrimiento. Ni la injusticia de las heridas de Jesús ni la realidad de su triunfo y señorío finales lo llevan a cuidarse de sí. Está presente, cual pastor, para brindar consuelo y guía a los demás. Jesús ha venido a servir, no a ser servido, y esto es así aun en su gloria.

Actualmente, al afrontar la crisis de los refugiados que observamos en todo el mundo, nuestro llamado a la hospitalidad como cuerpo de Cristo nos convoca a revelar la presencia de Dios en medio de dicho sufrimiento y dolor. Es un llamado a brindar esperanza, sanación, guía y cuidado. Es un llamado a  centrar nuestra atención en los perseguidos, enfermos y sin techo. Aunque quizá tengamos muchas necesidades y bastantes motivos para estar preocupados, el llamado a servir a los demás aún está presente. Al margen de nuestra pobreza, falta de recursos, desacuerdos, conflictos, proyectos y planes, el llamado a centrar nuestra atención en los demás aún está presente. 

Ésa es la razón por la que este número de Courier/Correo/Courrier aborda dicho tema. La familia que me recibió fue una anfitriona excelente, tanto por su cultura como por la manera en la que vivían su experiencia con Cristo. Que Dios guíe a nuestra comunidad mundial a fin de responder a los demás con la misma actitud, viviendo nuestra experiencia con Dios, ¡siguiendo los pasos de nuestro Señor Jesucristo!

—César García, secretario general del CMM, desde su oficina en la sede central en Bogotá, Colombia.

Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2016. 

 

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