Un día en el que la paz y la justicia se besaron

Una iglesia local en Colombia vive la paz

¿Por qué un país no es capaz de llegar a perdonar? ¿Por qué hay gente que parece preferir la guerra? Estas son preguntas que perturban el alma y nos invitan a buscar respuestas, pero no en las frías calles de la ciudad, sino en las regiones rurales apartadas y en los pueblos pequeños de Colombia afectados directamente por el conflicto armado.

El 19 de julio de 2017, un equipo de la Fundación Edupaz se dirigió a La Esperanza, un poblado rodeado de verdes montañas y un inmenso cielo azul, en busca de respuestas a estas preguntas.

Dada su proximidad con el Océano Pacífico, La Esperanza es una zona estratégica para la producción y el transporte de cocaína. Por décadas, muchos grupos armados ejercieron una intimidante soberanía sobre la población haciendo uso de minas antipersonales, desapariciones forzadas y combates abiertos.

Misael y Luis Yonda. Instalación de la placa conmemorativa en el escenario deportivo La Esperanza. “El perdón no es para quien lo merece, lo busca o lo pide, sino más bien para el que lo necesita, aunque no esté consciente de ello. ¡Nuestra esperanza es la reconciliación para todos! Iglesia de los Hermanos Menonitas “Cristo la Única Esperanza”. 20 de julio de 2017.” Foto: Sebastián Navarro Medina.

Paradójicamente, fue después de un incidente violento que tuvo lugar el 13 de abril de 2015 que esta comunidad de 500 familias empezó a ver la luz. (Lea más.)

Edupaz empezó su trabajo con la comunidad a través de la Iglesia de los Hermanos Menonitas, para facilitar un proceso de sanidad y trasformación. A nuestro paso, encontramos una iglesia dispuesta a construir espacios de paz y reconciliación, utilizando el trabajo organizado e inspirado en la Palabra de Dios.

Sabíamos que iban a haber desafíos. Los habitantes de La Esperanza todavía tenían secuelas debido al temor causado por 50 años de conflicto armado.

En este escenario, surgieron nuevas preguntas: ¿qué deberíamos esperar de una población que rechazaba la guerra? ¿Cuál sería el papel de una iglesia rural para sanar las heridas, compartir perdón y crear espacios para la reconciliación? ¿Qué ejemplo podría dar esta pequeña comunidad de fe a las mega-iglesias urbanas?

Nuestra esperanza era acompañar a toda la comunidad en un evento por la paz, la memoria, el perdón y la reconciliación – con la participación de ex guerrilleros de las FARC-EP de la zona veredal conocida como Carlos Patiño (uno de los lugares donde fueron ubicados los ex guerrilleros para garantizar el cese al fuego y la dejación de armas).

Así, el 20 de julio de 2017 se llevó a cabo un evento de reconciliación. Los niños sonrieron y ondearon la bandera. Combatientes de las FARC-EP caminaron con firmeza hacia una vida diferente. La comunidad dejó de lado las diferencias políticas, religiosas y sociales, y por medio de canciones al Dios eterno dieron lugar al arrepentimiento público y al perdón sincero, para lograr la reconciliación entre víctimas y victimarios.

Foto: Lina Maria Forero Segura

Todos se dirigieron hacia el centro deportivo del pueblo. Este escenario de la infamia ya no sería más recordado como un lugar donde la muerte, el terror y los males de la guerra se encontraron una noche lluviosa de abril, sino más bien como un lugar donde la comunidad se unió para adorar, perdonar y amar.

Durante la actividad todo sucedió en perfecta armonía. Los niños hicieron una representación de lo que la guerra representaba para ellos. La gente entonó cantos de paz como oraciones dirigidas al cielo. La iglesia invocó la presencia y el respaldo de Dios. Los líderes sociales y representantes del Estado dieron mensajes de esperanza, además, un ex combatiente pidió perdón por lo ocurrido en ese lugar.

Una placa conmemorativa fue puesta con el lema del día: “El perdón no es para quien lo merece, lo busca o lo pide, sino más bien para quien lo necesita, aunque no esté consciente de ello.”

Foto: Lina Maria Forero Segura

Finalmente, bajo un cielo iluminado por las estrellas, cientos de habitantes del pueblo sostuvieron velas encendidas representando la chispa de esperanza que ilumina al país. Esa noche todo era abrazos, unidad y mensajes de reconciliación. Fue la primera reunión de aquellos hijos, hijas y padres que una vez hicieron parte de la guerra pero que ese día esperaban regresar a sus hogares para construir una vida nueva y sanar las heridas causadas por la violencia.

Ahora, esta comunidad está siendo transformada en un lugar de sonrisas y de puertas abiertas. La gente está lista para contribuir en el establecimiento de una paz estable y duradera. Fiel a su nombre, La Esperanza se ha convertido en un ejemplo para los colombianos, mostrando que el perdón y la sanidad son posibles, cambiando una imagen gris y sombría en un cielo azul de esperanza.

Ese día en el estadio, con la presencia y la participación de muchos, el amor infalible y la verdad se encontraron; la paz y la justicia se besaron (Salmos 85:10).

Juan David Morales Sánchez, Coordinador del programa de incidencia “Actuar desde la palabra” de la Fundación Edupaz, una organización sin ánimo de lucro fundada por la Iglesia de los Hermanos Menonitas en Colombia para promover la paz y la resolución de conflictos por medio de sesiones de capacitación y acompañamiento.