Columna del Presidente
Mientras dirigía un viaje de estudios para el Seminario Bíblico Anabautista Menonita en su Egipto natal, el profesor Safwat Marzouk se encontró de pie delante de la mención escrita más antigua de Israel que se conserva. En una inscripción de piedra del año 1200 a. C., el faraón Merneptah se jactaba de sus conquistas imperiales. “Israel se torna inexistente”, expresó con deleite después de asaltar Canaán.
Merneptah estaba equivocado.
Por medio del diminuto Israel, Dios traería a un Mesías para salvar al mundo.
Dios les había prometido a Abraham y Sara que a través de sus descendientes, “todas las familias de la Tierra serán bendecidas” (Génesis 12,3). Dios procura bendecir, no manipular ni coaccionar.
Para el antiguo Israel fue tentador buscar poder político mediante un rey como otras naciones, lo cual terminó en una catástrofe.
Hoy en día es tentador para los anabautistas procurar poder político, pero seguimos a Jesús, quien renunció a los privilegios del poder para humillarse y servir. Si bien nunca debemos usar el ejemplo de la sumisión de Jesús para negar los derechos de las personas oprimidas, no deberíamos usar el poder para dominar.
En un mundo multirreligioso, los anabautistas dan testimonio debidamente desde una posición de debilidad política. Otros movimientos de reforma del siglo XVI en Europa, intentaron un cambio de la sociedad enfocado “de arriba hacia abajo” y de ser necesario, persuadiendo con el uso de la fuerza.
Siguiendo el ejemplo de Jesús, la mayoría de los anabautistas rechazaron dicho uso de la fuerza, y en cambio, testificaron a través de relaciones bondadosas manteniéndose al margen del poder.
Los anabautistas de hoy deberían rechazar la “teología del dominio”, que intenta promover el evangelio colocando a los cristianos en posiciones de poder social y político. Las personas con tales ideas quemaron a los anabautistas en la hoguera. El nacionalismo cristiano provocó la muerte de millones de indígenas en el continente americano.
Aunque los cristianos seguramente puedan desempeñar muchos papeles en la sociedad, no deberíamos desear un gobierno “cristiano” como tampoco un gobierno de otra religión.
El faraón Merneptah no podía haber imaginado cómo la impotente Israel habría de cambiar el mundo. Y nosotros no sabemos cómo el servicio humilde, el amor al enemigo y una invitación amable puedan llegar a hacer lo mismo.
—J. Nelson Kraybill, presidente del CMM, reside en Indiana, EE.UU.
Este artículo apareció por primera vez en Correo en abril de 2021.
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