La vida y la fe del pueblo

Nunca nos imaginamos que la llegada de la pandemia y sus secuelas afectaran tanto nuestra vida y la vida de nuestras instituciones. La iglesia no pudo abstraerse de haber vivido una realidad llena de dificultades que, a la fecha, aún marca el rumbo de la “nueva normalidad”. Como iglesia, igual que la sociedad, debimos aprender a reinterpretar nuestra realidad para comenzar a improvisar creativamente a fin de responder a las demandas de la familia, la iglesia y la sociedad. Fue un tiempo de muchísimo aprendizaje en el camino, pero también de muchas pérdidas e incertidumbre.

La respuesta creativa frente a la pandemia

Dejamos de reunirnos por un tiempo y nuestra comunión se fortaleció, porque de forma creativa la comunión se hizo presente.

Ahora comenzamos a descubrir el poder de las comunicaciones virtuales, especialmente puestas en manos de personas jóvenes con criterios de fe bien formados, que nos ayudaron a plantar lo que al principio parecía imposible. Volver al culto en medio de la pandemia y desafiando los inconvenientes de tiempo, espacio, distancia y presencia nos acercaron asertivamente, recreando un culto que de otra manera hubiese sido imposible realizar.

No todos los hogares pudieron hacerlo, pero hubo personas que se arriesgaron y visitaron personalmente, otras a través del teléfono, etc. Los pastores menonitas se aventuraban por los caminos rurales visitando a distancia a los miembros, cuidando su distancia oraban y les leían la Palabra.

La improvisación creativa y el amor por el Señor, hicieron que muchas mentes sortearan los problemas y acercaran a las comunidades al acto de adoración al Señor. Aleluya.

¿Qué aspecto tiene el culto anabautista después de la pandemia?

Creo que el ejercicio litúrgico fue lo que más se afectó, porque la mayoría de las personas percibieron el culto a través de sus pantallas y esto creó una distancia natural entre los participantes. Hoy habrá que volver a trabajar para reconectar el tema de la comunión del Espíritu, para catalizar la fuerza de nuestras relaciones. Hay que recordar que la pandemia y sus secuelas afectaron la parte presencial del culto en la iglesia. La pandemia provocó pérdidas y nos causó dolores, pero no nos derrotó. Descubrimos que la iglesia supo expresar y vivir la resiliencia como cuerpo de Cristo.

La comunión de los santos

Aprendimos que más allá de nuestras estructuras eclesiales, existe el cuerpo de Cristo, que es quien vive la comunión de los santos. Es cierto que la pandemia nos alejó, nuestras relaciones naturales dejaron de ser, y participar de un culto era una especie de “observar a distancia”. Las iglesias que han trabajado mucho en la importancia de vivir una experiencia comunitaria más allá de las circunstancias, tuvieron mejores elementos para mantener viva la comunión.

El culto se sostiene y mantiene del Espíritu de Dios, el cual se hace presente por la sinergia que produce la conjunción de nuestra esperanza, fe y presencia, haciendo viva la comunión que trasciende tiempo, distancia y lugar. El culto trasciende nuestras barreras, porque no depende de nuestra fuerza, sino del poder de la gracia y amor de Dios, quien promueve la comunión de los santos, la comunidad de Espíritu.

Aunque no podían encontrarse o verse presencialmente, siempre supieron que no estaban solos ni solas, porque las intercesiones, oraciones y rogativas estaban presentes por el amor de una comunidad guiada por el Espíritu, que le dio sentido de comunidad al culto a distancia. La importancia de la solidaridad comunitaria, la experiencia de vivir el seguimiento a Jesús en condiciones muy difíciles fue lo más aleccionador porque nos impulsó a ser más que creativos.

Culto como expresión litúrgico-profética

El pastor Donald Munachoonga de la Iglesia de los Hermanos en Cristo de Chilenje, Zambia, predicando. Foto: Donald Munachoonga-Chilenje BIC

El culto anabautista siempre se identificó por ser un culto donde se encuentra la fe y la vida. Tuvieron muy claro la importancia del culto como encuentro entre el Dios de la vida y su pueblo. El culto siempre alimentó la esperanza y espiritualidad de un pueblo en sufrimiento. Es por ello, como sostiene el profesor Amós López: El culto siempre deberá ser una experiencia de adoración en Espíritu y en verdad. “La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad…” (Juan 4,23-24).

La adoración en espíritu y en verdad es la esencia de una espiritualidad litúrgica que sabe que es profética. Amos López sostiene que el ser humano no es una dualidad sino una unidad, “no ‘tiene’ cuerpo y espíritu, sino que ‘es’ cuerpo-espíritu y desde su totalidad se expresa y realiza, con palabras y gestos”. Por lo tanto, nuestros cultos no deben estar dirigidos al “alma” de las personas. Elaborar un culto sin que éste afirme la vida es una experiencia subjetiva que rompe con la visión profética del mismo.

El ejemplo más claro está en el mismo Señor Jesús: la resurrección se dio en su cuerpo, pero también en su espíritu, dándole un contenido liberador que transforma la realidad por muy dura que esta sea, y señala nuevos caminos y horizontes para proyectar la vida digna y en abundancia. Es por eso que sostenemos que la fuerza de nuestras relaciones es por la operación de la comunión como ministerio del Espíritu y no por la fuerza de la costumbre.

Ahora que estamos volviendo a lo presencial, las iglesias tenemos la gran oportunidad de reimaginar nuestro quehacer litúrgico-profético. El culto hoy necesita ser un espacio sanador, vivificador, un espacio que una, un espacio que nutra, un espacio que produzca esperanza. Por lo tanto, el culto nunca debe perder su dimensión litúrgico-profética; estos elementos en su contenido son los que le dan consistencia y sentido al culto. Es litúrgico porque el culto siempre apuntará con sus contenidos litúrgicos a que sea conocida la voluntad de Dios a través de su Palabra, el canto, etc. Y es profético porque siempre apuntará a dar a conocer el propósito de Dios en medio de las circunstancias. Véase al pueblo de Israel como paradigma de esto.

Culto como expresión del amor comprometido y solidario

Somos seres creados para amar, por lo que nuestras potencialidades deben encaminarse hacia la práctica del amor, de la misericordia, de la justicia. Por ello es que el profesor Jaci Maraschin entiende que el don mayor es el cuerpo propio, ya que solo a través de él podemos amar. El Apóstol Pablo, por su parte, sostiene que el mayor don al que debemos aspirar debe ser el amor, y esta afirmación se sitúa en el centro de su discurso acerca de los dones espirituales en la primera carta a la iglesia de Corinto. Aquí se presenta esa unidad indisoluble de gesto, sentido teológico y la actitud de vida que ese gesto provoca. Es decir, un culto que afirme la vida y la vida en abundancia. Si bien estuvo limitada la presencia física, el amor trasciende esa dimensión de forma creativa. Hubo muchas pérdidas, vidas, empleos, recursos, y todo esto en su conjunto afectó la vida de la comunidad. Pero, qué especial saber que en medio de la pérdida, se podía escuchar una voz, recibir un aporte, compartir una comida a distancia, como expresión de amor de Dios.

¿Qué queremos decir cuando decimos “culto”?

Sabemos que existen muchas aproximaciones al tema del culto. En nuestro caso vamos tras los pasos del profesor Nelson Kirst, quien sencillamente nos dice que el culto: Es un encuentro de la comunidad de fe con el eterno Dios de la vida. Claro, encuentro que es posible no porque la comunidad lo quiera, sino porque Dios en su gracia y amor nos lo permite. Por eso no debemos percibir el culto como una rutina religiosa establecida. El culto como encuentro debe ser preparado, anhelado, deseado y disfrutado por una comunidad que sabe que se encontrará con el Dios de la vida y éste con su comunidad. Es por eso que establecemos tiempos, ritmos, espacios, para el encuentro. Además, se encuentra la comunidad con la misma comunidad.

Encuentro que tiene lugar y sentido, no porque al abrir el templo Dios está sentado arriba esperando, sino porque cada uno de los participantes trae consigo mismo la presencia del Espíritu de Cristo, quienes al encontrarse hacen posible entonces que el Espíritu se haga presente, bendiciendo, sanando, perdonando, transformando. Es decir, el culto comienza en la casa.

Somos responsables de la preparación del encuentro con Dios, con todo nuestro corazón, toda nuestra creatividad, toda nuestra disposición y todos los dones que nos ha dado para ponernos al servicio de los demás. El culto es de la comunidad de fe. Es por eso que vemos que este encuentro no es responsabilidad solo del pastor, o los músicos, o los encargados. Es responsabilidad de toda la comunidad de fe. El culto es parte vital de sus vidas y afectará la visión de su experiencia cotidiana.

El carácter específico de un culto

Bailarines litúrgicos de JKI en la Asamblea 17, en Indonesia. Foto: Tiz Brotosudarmo

Cada culto tiene sus propias características.

Las lecturas bíblicas propuestas para el culto son el eje que le da orientación a la forma litúrgica, porque es la palabra de Dios la que orienta los contenidos del culto.

En los cultos de hoy, el canto y la música son un 65% del contenido del culto. Además, ya vimos que la música y el canto están al servicio de la naturaleza del culto. Por lo tanto, los miembros de los grupos musicales, directores o ministros de alabanza deben saber que el culto no les pertenece a ellos, sino a la iglesia como comunidad de fe. Y que ellos y ellas están al servicio de las necesidades reales y sentidas de la comunidad. Deben recordar que los cantos son teología hecha música y, por lo tanto, estos cantos afirman verdades y principios que sustentan la fe.

El culto debe ser inspiración para el servicio. Por eso es importante la dedicación, terminar el culto con una nota propia como, “Sí envíame a mí”, todos y todas dispuestos a servir solidariamente a la iglesia del Señor.

En fin, el culto nos debe perfeccionar para adquirir una forma de ser como Jesús, quien vino a servir y no a ser servido.

Conclusión

Lo que nos ocurrió durante la pandemia nos dejó grandes lecciones que debemos atesorar. La pandemia fue una especie de lección escatológica para una iglesia acomodada.

Es a través de la pandemia que hemos aprendido a percibir que la iglesia debe estar atenta, alerta y dispuesta a acomodarse al signo de los tiempos; y debe romper con las zonas de confort, para poder responder a una población que estuvo sufriendo, esperando, confiando y resistiendo en el nombre de Jesús, y seguir animando la vida y la fe del pueblo.

La iglesia aprendió que es vulnerable, y que necesitamos siempre de la gracia, amor y bendición de Dios. Que nuestras expresiones siempre deberán ser expresiones de humildad que rompan con toda la jactancia de vernos como una superpotencia. Siempre debe ser una iglesia que sabe que se sostiene en la gracia y amor de Dios.

Aprendimos también a ser altamente creativos e improvisar cuando hubo que hacerlo. Por lo tanto, esto nos ha enseñado que los modelos fijos o rígidos en un momento dado, tienen que ceder porque las circunstancias demandan otra cosa.

Que Dios siga orientando nuestros pasos y que su gracia y amor no nos falte nunca.

—José Rafael Escobar Rosal

Notas bibliográficas sobre los autores mencionados en el trabajo:

  • Amós López Rubio, Doctor en teología por el Instituto Universitario ISEDET, Buenos Aires y pastor de la Fraternidad de Iglesias Bautistas de Cuba (FIBAC).
  • Nelson Kirst, Doctor en teología y autor del libro Culto Cristiano. Historia, teología y formas. Serie Colmenas.
  • Jaci C. Maracshin, fue profesor emérito de la Universidad Metodista de San Pablo y autor del libro, La Belleza de la santidad.
  • César A. Henríquez, M.Lic. en teología por el Seminario Evangélico Asociado y en el área de Biblia en la Universidad Bíblica Latinoamericana. Pastor ordenado de la Iglesia Evangélica Libre de Venezuela.

Correo Febrero 2023  

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