El discipulado en la familia

Indonesia

Hace veinticinco años que mi esposa y yo somos una pareja pastoral en una iglesia céntrica de Yakarta, que cuenta con una congregación de unas 250 personas. Disfrutamos mucho del llamado de nuestro ministerio a crecer junto con la congregación que guiamos. 

Tenemos una hija que cursa actualmente el sexto semestre de medicina y se prepara para ser médica. 

Desde nuestra época en el seminario, mi esposa y yo hemos sido mentores de más de 120 adolescentes. Les enseñamos a ser discípulos, de modo tal que muchos de los miembros activos de la iglesia hoy en día son aquellos adolescentes de quienes fuimos mentores. 

Si me preguntaran qué cargo o función es el más significativo, sería ser padre de los muchos hijos e hijas adoptivos que hemos integrado a nuestro hogar y formado parte de nuestra familia. Atesoro esto más que todas las demás funciones que he desempeñado en nuestro sínodo o iglesia nacional, o incluso a nivel mundial. 

Un hogar de puertas abiertas 

Esta historia comenzó cuando mi esposa y yo aún éramos novios en un seminario de Salatiga. 

Sentíamos el mismo amor por los niños y niñas y jóvenes, guiándoles para que conocieran al Señor Jesús y crecieran en todos los aspectos de la vida. Ambos nos dimos cuenta de que nuestra existencia se debía únicamente a la gracia de Dios; queríamos que otras personas también experimentaran la gracia de Dios. 

Cuando nos casamos y nuestra hija tenía diez meses, Dios nos envió a un joven. Él no tenía madre ni padre y había sido rechazado por su familia. Tenía el cuerpo escuálido y un tímpano reventado debido a la violencia de su tío. 

Un miembro de la congregación lo llevó a nuestra casa y esa noche aceptamos hacernos cargo de él. Se quedó con nosotros muchos años. Pudimos guiarle para que conociera al Señor Jesús. 

Aquel joven cursó estudios de teología y de misiones, y hace diez años que sirve como misionero en el interior. 

Desde entonces, Dios ha enviado a nuestra casa a muchos niños y niñas de diversas regiones y orígenes étnicos. 

Aproximadamente 43 niños y niñas han pasado a formar parte de nuestra familia. En general, proceden de familias de escasos recursos de aldeas y zonas remotas que no tienen padre ni madre. Varios de ellos tienen necesidades especiales o padecen enfermedades como epilepsia que deben ser controladas por un médico. 

Traer a tantos niños y niñas a nuestra casa no es cosa fácil. Desde el primer momento, nos comprometimos a utilizar nuestro propio dinero que al principio era muy limitado, incluso para las comidas diarias. Como pareja pastoral, no tenemos grandes ingresos. Se hizo difícil cuando el número de nuestros hijos e hijas adoptivos aumentó de cuatro a diez, luego a trece y después a diecisiete. Sin embargo, consideramos que es nuestra vocación sufragar todos sus gastos: comida, ropa y matrícula escolar. 

Durante dos años comimos pescado salado casi todos los días (lo que hizo que mi mujer sufriera hipertensión). Pero nunca nos arrepentimos de haberlo hecho porque Dios nos brinda alegría. 

A la manera de Dios 

Lo más difícil no es cómo proveer alimentos, sino cómo educar a nuestros hijos e hijas a la manera de Dios, teniendo en cuenta sus diferentes contextos familiares y culturales. 

No estamos creando un orfanato, ni siquiera una residencia para niños y niñas, sino que estamos integrándolos a nuestra familia. A menudo les decimos a nuestros niños y niñas que esta es su casa y esta es una familia, para que redescubran la calidez y la seguridad de una familia que nunca tuvieron. 

Nuestro objetivo no es sólo permitirles perseguir sus sueños, sino educarles para que sean transformados por Cristo y que encuentren su vocación como discípulos suyos. 

Cuando nuestra hija estaba en la escuela primaria, una vez preguntó: “Mamá y papá, ¿por qué traen tantos niños a nuestra casa? Nuestra casa está tan llena. Sería bueno que viviéramos los tres solos y que todo fuera mío”. 

Sin embargo, cuando estaba en el último año de la escuela secundaria, escribió un ensayo para un concurso organizado por el periódico más importante de nuestro país. 

“Fui hija única y debería poder disfrutar de esa bendición sin necesidad de compartirla con los demás. Pero mi padre y mi madre trajeron a muchos niños y niñas para que se criaran en nuestra casa, lo que significaba que tenía que compartirlo todo, incluso a mi padre y a mi madre. Al principio, me entristecí y me costó aceptarlo. Pero mi padre y madre eran personas muy amorosas que anhelaban que otros niños y niñas sintieran el amor de Dios y tuvieran un futuro. Permitieron que su vida se viera alterada para que pudieran ser árboles que dieran cobijo a muchas personas vulnerables. Hoy, mi casa está llena de familiares de toda Indonesia. Ahora entiendo que la vida debe compartirse. ¿Dónde está la belleza de la vida si sólo se vive para uno mismo?” 

Lloramos al leer su reflexión, agradecidos de que ella también haya descubierto que el verdadero sentido de la vida sólo se encuentra cuando compartimos. 

Resultó que ganó el concurso. 

Actualmente, muchos de nuestros hijos e hijas se han graduado y siguen su vocación desempeñándose en el pastorado, en la misión, en el ámbito de la docencia y de la salud, y trabajando en los mercados. Si nos preguntan: “¿Cómo podremos retribuirles toda la bondad que nos han demostrado como padre, madre y hermana?”, siempre respondemos: «Retribúyanlo compartiendo el amor de Dios con los demás, para que no se quede sólo con ustedes. Esperamos visitarles y ver a muchos niños y niñas en sus familias.” 

Por supuesto, hay una gran dinámica en todo este proceso, muchas alegrías y tristezas. Pero Dios ha permitido que nuestro sueño se cumpla. 

Oremos para que nuestros hijos e hijas sigan siendo creyentes y discípulos fieles, sirviendo a Dios según sus dones y llamados. 

¡Bendito sea el nombre del Señor! 

—Agus W. Mayanto es Representante Regional del Congreso Mundial Menonita para el Sudeste Asiático. Él y su esposa Rosmaida han sido copastores de GKMI Cempaka Putih Jakarta en Indonesia desde 1999.

Este artículo es una adaptación del discurso que presentó en Renovación 2024, “Siendo transformados, vivimos a Jesús”, el 6 de abril de 2024, en Brasil.


Correo 39.2&3

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