Así como las partes del corazón, las cuatro comisiones del CMM sirven a la comunidad mundial de iglesias afines al anabautismo, en las áreas de diaconado, fe y vida, paz y misiones. Las comisiones preparan materiales para la consideración del Concilio General, brindan guía y proponen recursos a las iglesias miembros, además, propician redes y compañerismo en relación al CMM trabajando juntos en temas de interés y enfoque común. A continuación, una de las comisiones comparte un mensaje de la perspectiva de su ministerio.
Cuando un glóbulo rojo conoció a una neurona por primera vez, exclamó, “¡Ah, un extraterrestre!” “No,” respondió la neurona, “Soy tu hermana.”
La participación en el seminario del aniversario 500 de Menno Simons en los Países Bajos en la primavera de 1997 fue mi primera vez en tomar parte en una reunión internacional de menonitas. Mi reacción emocional fue hasta cierto punto la misma que la del glóbulo rojo: ¿Estas personas son todas menonitas? ¿Por qué su forma de pensar difiere tanto de la mía? ¡En la Asamblea del CMM Pennsylvania 2015, experimenté este sentimiento de una forma aún más poderosa!
Sea que se trate del cristianismo de una antigüedad de 2.000 años o de la iglesia anabautista de 500 años, nacimos de la misma tradición teológica. Debido al paso del tiempo y a las diferencias en el trasfondo cultural y el ámbito social, crecimos para tomar diferentes apariencias. De cara a numerosos y delicados asuntos de la actualidad, también tenemos diferentes puntos de vista y posiciones.
Esto me hace pensar en la metáfora de Pablo sobre el cuerpo: en realidad somos como un cuerpo con partes que tienen diferentes formas y funciones. La iglesia debe ser divergente y diversa – este es el ADN que fue puesto en ella cuando Dios la creó por vez primera.
La iglesia debe aceptar las diferencias, porque esta es su línea vital. A través de mis hermanos y hermanas de África, Europa, Asia, y América del Sur, mis horizontes y perspectivas se amplían. Veo un panorama diferente de la fe. Sin embargo estos “otros”, diferentes culturalmente, vienen del mismo ADN teológico; estas relaciones espirituales de la vida se han convertido en una parte indispensable del “yo” o “nosotros” de la fe. Los hermanos y hermanas de la familia mundial constituyen nuestra co-humanidad en Cristo.
Sin embargo, al mismo tiempo, esta diferenciación a nivel “celular” es para una mayor unidad a nivel superior: hay solo un cuerpo. Nosotros como miembros fuimos integrados dentro del cuerpo divino. Lo que compartimos en común es que todos nos comprometemos a Jesucristo, a seguirlo a Él de forma radical; también tenemos Convicciones Compartidas en común. Por lo tanto, hemos sido hechos uno mismo en nuestra diversidad, sin dejar de ser diversos en la unidad.
A veces la iglesia está llena de luz y de orden y en otros momentos de desorden. No obstante, de este mosaico de la iglesia emerge el rostro del trascendente: Jesucristo. Él se revela a sí mismo a través de la vida de la iglesia en general. La iglesia es la santa imagen de Cristo; su misión es demostrar a Cristo fielmente, para que el mundo pueda ver el rostro del que trasciende.
La imagen del rostro depende de cómo nos conectemos conjuntamente. Cada uno de nosotros – como una célula de la oreja, del ojo o de la nariz – traerá belleza al rostro si nos conectamos correctamente. Por lo tanto, debemos realizar todo esfuerzo para mantener la unidad del Espíritu; la Cena del Señor es un excelente recordatorio de esto. Cada vez que recordamos la cruz de Jesús juntos, recordamos el cuerpo de Cristo. Que se haga la voluntad de Dios.
—Paulus Chiou-Lang Pan, miembro de la Comisión de Fe y Vida del Congreso Mundial Menonita
De este mosaico del cuerpo emerge el rostro del que trasciende: Jesús. Foto de Faith Lin cortesía de Paulus Chiou-Lang Pan.