Crecer desde el desconocimiento

Países Bajos 

Vivimos en una sociedad –en Europa Occidental– que ya no habla nuestro idioma. Hemos sido la cultura dominante durante siglos y siglos… ya sea católica romana, protestante o menonita. El lenguaje cristiano, la imaginería cristiana, las normas y los valores cristianos eran absolutamente dominantes en la cultura holandesa. Y en una generación, todo ello desapareció. 

Por supuesto, antes tuvimos la secularización. Ha estado sucediendo durante algunas décadas. Y la aceptamos. 

Nuestras iglesias siempre han sido pequeñas, nuestras congregaciones también. Eso nos gusta. Nos gusta el hecho de conocernos. 

Pero, al parecer, hubo un punto de inflexión al que llegamos sin darnos cuenta. Algunos de nosotros ni siquiera lo reconocemos aún. 

No se trata sólo de la secularización. Se trata de que desaparece una cultura entera con todas sus referencias, en un abrir y cerrar de ojos. 

Pero esa es la cuestión: la gente que nos rodea ya no nos entiende ni entiende nuestra historia. Es como Pentecostés al revés. Hablamos y contamos nuestra historia, utilizando el mismo idioma que la gente que nos rodea. Pero nadie entiende lo que decimos. Las palabras que empleamos no tienen sentido, o incluso tienen otro significado para nuestros oyentes. 

Nos despertamos en una realidad extraña, muy extraña. Incomprensible. 

Esto es diferente a la decadencia. Este es un mundo nuevo. 

Y me gusta. 

Estamos más allá de intentar salvar lo que fue. Estamos más allá de intentar cambiar la marea. Estamos a punto de reinventarnos, nuestras iglesias, nuestra manera de contar historias. Estamos en el camino del descubrimiento. 

No hay otra opción. Ni siquiera nuestro dinero podrá salvarnos ahora. Eso da mucho, mucho miedo. 

Y me gusta. 

Exiliados en nuestra propia tierra 

Esto lo reduce todo a su mínima expresión. Incluso el Evangelio. Es necesario leerlo, estudiarlo, reencontrarlo. ¿Qué vale la pena? ¿Qué es verdad? ¿Qué es la tradición? ¿Qué historia? ¿Cuáles son las respuestas antiguas a preguntas aún más antiguas? ¿Y qué nos sigue hablando ahora, a nuestro corazón, a nuestra alma? Debemos escudriñarnos, escudriñar nuestros motivos, nuestras confesiones. No hay una salida fácil. 

Y esa es la cuestión. Por ahora nuestro crecimiento debe medirse espiritualmente. No en números, sino en gentil sabiduría. En humanidad. En comunidad. 

Es necesario que profundicemos. Debemos asimilar el hecho de que ya no nos sentimos como en casa en esta tierra, en este mundo, en este idioma, y lamentar esa pérdida. 

Y la Biblia nos dirá cómo.  

Ya lo hemos hecho antes. Una época, un lugar y una situación diferentes; el mismo problema. Estamos exiliados en nuestra propia tierra y continente: «Ríos de Babilonia», aunque seamos los únicos que quedamos que entendemos esta referencia (y no nos referimos a la canción de Boney M). 

Y entonces encontramos nuevos caminos. 

No le hablamos a la gente de nuestra fe. La vivimos. 

Un mundo diferente 

Muchos de nuestros jóvenes han conocido a la iglesia a través de AKC, nuestros campamentos de verano. En dichos campamentos no se pronuncia ni una palabra sobre el Evangelio. Pero en los campamentos creamos un mundo que es totalmente diferente de lo que estos niños y jóvenes adultos conocen en casa o en la escuela. Un espacio de sanación, sin presiones ni juicios. Un espacio donde aprenden que los caminos del mundo que nos rodea quizá no sean la respuesta definitiva. 

No presionamos, no sermoneamos. Nos divertimos, sostenemos el espacio… y esperamos. 

En un momento dado, sienten curiosidad. Empiezan a hacer preguntas: ¿Qué es tan diferente aquí? ¿Y cuál es la razón? 

En la casa de la hermandad (broederschapshuis) donde trabajo, llega y se queda todo tipo de gente. No compartimos nuestra fe salvo que nos lo pidan. Pero les pedimos a todos que se reúnan, que trabajen juntos, que formen parte de nuestra comunidad mientras permanecen allí. 

Al lavar los platos juntos, nos encontramos con Dios, o al menos con preguntas sobre Dios. En cada pregunta procuramos encontrar algo que podamos aprender. 

Ya no tenemos respuestas. Pero las preguntas de la gente que no sabe nada de Dios ni de la fe nos muestran el camino. 

Me conmueve cuando una persona joven voluntaria de nuestra broederschapshuis visita nuestra iglesia por primera vez, encuentra el valor para ponerse de pie y dar su testimonio: “Aquí descubrí algo. Aún no tengo palabras para describirlo, pero ahora vive en mi corazón”. 

En nuestra situación, eso es un testimonio de fe. Porque es verdad: no tenemos palabras. Sin embargo… 

Nuestro crecimiento no se centrará en los números, sino en ser humanos-con-Dios. Nuestra misión es nuestra propia búsqueda del Camino. Y al hacerlo, procuramos vivirlo plenamente. 

La gente se da cuenta. La gente hace preguntas. Procuramos responderlas y fracasamos. Y eso es lo hermoso. Es lo que fomenta la conversación, impulsa el proceso de aprendizaje. 

Creceremos desde el desconocimiento. Y dubitativamente, nos sentiremos bien con eso. 

Demos gracias a Dios. 

—Wieteke van der Molen, pastora y directora espiritual de la Iglesia Menonita Holandesa (Algemene Doopsgezinde Sociëteit); y codirectora de Dopersduin, una casa de la hermandad menonita y centro de retiros en Schoorl, Países Bajos. 


Correo 39.2&3