“Crean y sean bautizados: Un diálogo mundial sobre el bautismo”

Tras un diálogo de cinco años con teólogos de las tradiciones católica romana y luterana, el Comité de Fe y Vida invitó a los miembros del Congreso Mundial Menonita a considerar juntos nuestras prácticas anabautistas en Renovación 2027, en dos seminarios web titulados, “Crean y sean bautizados: Un diálogo mundial sobre el bautismo”.


Contexto bíblico, teológico e histórico del bautismo de creyentes

El 21 de enero de 1525, un pequeño grupo de jóvenes se reunió en secreto en la ciudad suiza de Zúrich para un culto inusual. Habían sido criados en la tradición católica, pero durante varios años se habían estado reuniendo para estudiar y discutir la Biblia con su mentor, Ulrico Zuinglio, sacerdote de la iglesia principal de la ciudad (Grossmünster).

Al leer las Escrituras, el grupo comenzó a cuestionar varias prácticas de la Iglesia Católica, incluido el bautismo de infantes, aunque quienes participaban tenían distintas opiniones acerca de qué hacer al respecto. Zuinglio, apoyado por el Ayuntamiento de Zúrich, insistía en realizar reformas moderadas e introducirlas gradualmente. Los miembros del grupo de estudio bíblico se resistían. Argumentaban que si las Escrituras eran claras, los cambios en la práctica de la iglesia debían realizarse de inmediato, independientemente de las consecuencias políticas o sociales.

Por tanto, ese día de enero de 1525, el pequeño grupo renunció formalmente a su bautismo de infantes y, siguiendo el modelo de Jesús y Juan el Bautista, recibió el bautismo de adultos como símbolo de su compromiso voluntario de seguir a Cristo y de apoyarse mutuamente en esta nueva etapa de fe.

Para los cristianos modernos, dicha acción parece casi trivial. Después de todo, ¿cuán problemático podía ser el hecho de que un grupo de personas se reuniera a orar para luego verter agua sobre sus cabezas? Sin embargo, esta acción –que marcó el comienzo del movimiento anabautista (o “rebautizador”)– tuvo profundas consecuencias. A los pocos días, el Ayuntamiento de Zúrich ordenó el arresto y encarcelamiento de cualquiera que participara en tales bautismos. Hacia 1526, las autoridades declararon el bautismo de adultos un delito capital. Y en enero de 1527, Félix Manz, en cuya casa se había reunido el grupo, sufrió la consecuencia final de sus convicciones. Con las manos y los pies atados a un poste de madera, Manz fue “bautizado” una vez más, empujado a las gélidas aguas del río Limmat en una ejecución pública.

A medida que se extendía el movimiento anabautista, los líderes políticos y eclesiales los condenaron como herejes. Durante las siguientes décadas, unos tres mil creyentes fueron ejecutados por el delito de ser “anabautistas” o “rebautizadores”.

Sin embargo, el movimiento que iniciaron sigue vivo. Actualmente, unos 2,2 millones de cristianos en todo el mundo se definen como parte de la tradición anabautista, incluidas las 107 iglesias nacionales miembros que conforman el Congreso Mundial Menonita

Los ingredientes parecen bastante sencillos: agua, una reunión de testigos y algunas palabras elegidas cuidadosamente. Para una persona laica que mira desde afuera, le puede parecer difícil entender por qué la práctica cristiana del bautismo es tan importante. Pero, a pesar de su sencillez, prácticamente todos los grupos cristianos consideran el bautismo un acontecimiento fundacional, un ritual que expresa convicciones básicas de su fe.

Pocas prácticas son tan fundamentales para la iglesia cristiana y, sin embargo, pocas han sido la fuente de tantos desacuerdos y debates entre cristianos.

  • ¿Es el bautismo esencial para la salvación?
  • ¿Cuál es la edad apropiada para el bautismo?
  • ¿Cómo se debería realizar el ritual?
  • ¿El bautismo confiere salvación en sí mismo o es un símbolo de la salvación ya recibida?

El bautismo en la tradición cristiana

Foto: Mariano Ramírez

Las raíces del bautismo cristiano se inspiran en las imágenes bíblicas del agua, un símbolo perdurable de purificación, renovación y de la vida misma. En el Antiguo Testamento, el agua a menudo se asocia con la presencia sanadora de Dios: un manantial en el desierto, un pozo vivificante o la justicia que fluye “como un río impetuoso”.

El símbolo del bautismo cristiano proviene directamente de la historia del Éxodo del Antiguo Testamento, cuando Dios dividió las aguas del Mar Rojo para permitir que los hijos de Israel huyeran de la esclavitud en Egipto y escaparan de los ejércitos del Faraón. Esta dramática acción de “cruzar las aguas” señaló el renacimiento de los hijos de Israel. Habiendo cruzado las aguas, ya no eran esclavos, se habían convertido en la nueva comunidad del pueblo de Dios, comprometidos mutuamente por el don de la Ley y por su dependencia de Dios como guía y sustento.

Resuenan claramente los ecos de la historia del Éxodo en el relato de Juan en el Nuevo Testamento, a quien apodaron “El Bautista”. La ardiente predicación de Juan llamó al arrepentimiento: la transformación del corazón simbolizada por un rito de purificación en las aguas del río Jordán. Según los evangelios, Jesús comenzó su ministerio formal solo después de haber sido bautizado por Juan. Esa acción, acompañada por la bendición de Dios y la clara presencia del Espíritu Santo, significó para Jesús un “cruce” hacia un nuevo ministerio de sanación y enseñanza que culminó tres años después con su crucifixión, muerte y resurrección.

Los primeros cristianos entendían el bautismo como un símbolo pleno de significado, proveniente tanto del Antiguo Testamento como de la vida de Jesús. Como el Éxodo, el bautismo en la iglesia primitiva simbolizaba la renuncia a una vida esclavizada por el pecado y un “cruce” hacia una nueva identidad como parte de una comunidad de creyentes que, como los Hijos de Israel, estaban comprometidos a vivir en dependencia de Dios.

Muchos de los primeros cristianos también consideraban el bautismo una representación de la muerte y resurrección de Cristo. Los candidatos al bautismo entraban al agua desnudos, despojados y vulnerables, como Cristo en la cruz, negándose a sí mismos. Después de salir del agua, se vestían con túnicas blancas como símbolo de la resurrección y de su nueva identidad como seguidores de Jesús

Existe fuerte evidencia del siglo II y III que sugiere que los primeros cristianos bautizaban solo a adultos; y solamente tras un largo y riguroso período de instrucción y capacitación. Es decir, la iglesia primitiva reservaba el bautismo para aquellos que habían experimentado una transformación del corazón, que estaban comprometidos con una vida de discipulado diario, y estaban dispuestos a formar parte de una nueva comunidad de creyentes.

Del bautismo voluntario al bautismo de infantes

Sin embargo, en algún momento durante el siglo IV, esta práctica comenzó a cambiar. Un elemento fundamental de este cambio en la práctica bautismal fue la conversión del emperador romano Constantino en el 312 d.C., un acontecimiento que transformó lentamente la naturaleza misma de la iglesia cristiana. Durante el siglo posterior a la conversión de Constantino, la iglesia pasó de ser una pequeña minoría perseguida, a convertirse en una poderosa institución cuyos obispos llegaron a depender de los ejércitos del imperio romano para su protección y como medio para eliminar la herejía.

Gradualmente, el cristianismo se convirtió en la religión “oficial” de los emperadores romanos, una especie de “pegamento” religioso-cultural que podía ayudar a unir un imperio que se estaba fragmentando.

Dado que todos en el territorio ahora estaban obligados a ser cristianos, ya no tenía sentido asociar el bautismo con el arrepentimiento, con una transformación de vida, o con una nueva identidad en una comunidad de creyentes.

Casi al mismo tiempo, surgieron nuevos argumentos para defender la práctica del bautismo de infantes. Por ejemplo, a fines del siglo IV, San Agustín (354-430) insistió en que desde el mismo momento del nacimiento, los seres humanos estaban atrapados en la esclavitud del pecado. El bautismo de infantes, argumentó, era necesario para la salvación del alma del niño. En su enseñanza decía que el propio acto del bautismo confería al niño el don espiritual de la gracia. El sacramento del bautismo incorporaba al niño a la iglesia, salvando su alma de la mancha del pecado original y de las garras del infierno.

En la sociedad medieval posterior, el bautismo también implicaba la membresía del niño en la comunidad cívica, y se registraba como un sujeto que algún día pagaría impuestos y le debía lealtad al señor feudal local.

Los líderes de la Reforma, Lutero, Zuinglio, Calvino y otros, acordaron que los niños debían ser bautizados al nacer. Lutero argumentó que el bautismo de infantes confirmaba que éramos totalmente dependientes del don gratuito de la gracia de Dios para nuestra salvación, no de nuestras propias acciones. Zuinglio señaló que Jesús enseñó que debemos volvernos “como niños” para entrar en el Reino de Dios. El bautismo de infantes, como la circuncisión para los judíos del Antiguo Testamento, era una señal de inclusión en el cuerpo de creyentes y un compromiso por parte de los creyentes de criar a ese niño en los caminos de Dios.

Interpretación anabautistamenonita del bautismo

Cuando los líderes anabautistas comenzaron a desafiar la práctica del bautismo de infantes, la gente reaccionó con confusión, enojo y finalmente con violencia.

Para los anabautistas, el argumento principal a favor del bautismo de los creyentes, a diferencia del bautismo de infantes, se basa en un principio fundamental de la Reforma misma: “Solo la Escritura basta”. En su lectura del Nuevo Testamento, los anabautistas del siglo XVI no pudieron encontrar ninguna justificación bíblica para la práctica de bautizar bebés. En cambio, las enseñanzas de Jesús vinculaban explícitamente el bautismo con el arrepentimiento y la fe, algo que un niño claramente no podía hacer. Por ejemplo, mientras instruía a los discípulos que predicaran las buenas nuevas del evangelio, Jesús prometió: “Todo el que crea y sea bautizado, será salvo” (Marcos 16,16). La secuencia aquí es clara: la fe viene primero, luego el bautismo.

Al final de su ministerio, en una amonestación final a los discípulos, Jesús volvió a hablar del bautismo. “Por tanto, vayan”, les dijo a los discípulos en Mateo 28,19-20, “y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a obedecer todo lo que yo les he mandado”.

Aquí nuevamente, el orden es importante. Jesús exigía a sus seguidores que primero “hicieran discípulos” y luego que bautizaran, con la expectativa de que a los nuevos conversos también se les enseñaría a obedecer los mandamientos de Cristo. Por tanto, las personas se convierten en seguidores de Jesús al escuchar, comprender y responder a un llamado, tal como lo habían hecho los primeros discípulos.

Esta misma secuencia se repite en la historia de los primeros bautismos de la iglesia apostólica, como se registra en Hechos 2. La historia comienza con Pedro predicando un sermón a una multitud de judíos, que se ha reunido en Jerusalén para la celebración anual de la Pascua. Pedro termina su sermón con un llamado al arrepentimiento. “Los que aceptaron su mensaje”, concluye el relato, “fueron bautizados”.

Para los anabautistas, y los grupos que los siguieron, el compromiso de seguir a Jesús implicaba una conversión o un “cambio”. Es decir, una reorientación radical de prioridades, simbolizada por el bautismo, que podía llevar a la persecución e incluso a la muerte. ¡No es una decisión que pueda tomar un niño!

El significado del bautismo: un cordón de tres hilos

El pastor Sang Nguyen Minh
bautiza a Nguyen Thi Lien en Vietnam.
Foto: Iglesia Menonita de Hoi An

Los anabautistas no creían que el acto del bautismo, en sí mismo, convirtiera a una persona en cristiana. Más bien, el bautismo era una “señal” externa o un “símbolo” de una transformación interna.

Los símbolos, por supuesto, pueden tener más de un significado. Basándose en un versículo de 1 Juan 5, los anabautistas describían frecuentemente el bautismo como un cordón de tres hilos: espíritu, agua y sangre, y todos apuntaban a las cualidades esenciales del bautismo:

Los hijos de Dios son aquellos que creen que Jesús es el Cristo y siguen sus mandamientos. Según 1 Juan, tres son los que dan testimonio de que Jesús es el Hijo de Dios: “el Espíritu, el agua y la sangre; y los tres concuerdan” (1 Juan 5,8).

1. . En su nivel más básico, el bautismo es un signo visible de la obra transformadora del Espíritu Santo. Es un reconocimiento público de que el creyente se ha arrepentido del pecado, ha aceptado el perdón de Dios y ha “entregado su vida a Cristo”. El bautismo celebra el don de la salvación: el don de la gracia bondadosa, misericordiosa y propiciadora de Dios.

2. Al mismo tiempo, el bautismo es también una señal de pertenencia a una nueva comunidad. En el bautismo de agua nos sometemos al cuidado, a la disciplina y hermandad de la comunidad. En el bautismo prometemos dar y recibir consejo, compartir nuestras posesiones y servir en la misión más amplia de la iglesia. En la tradición anabautistamenonita la salvación nunca es puramente privada o hacia dentro; nuestra fe siempre se expresa en nuestras relaciones con los demás.

3. Finalmente, en el bautismo los nuevos creyentes prometen seguir el camino de Jesús, vivir como él vivió y enseñó, aunque incluya —como sucedió con Jesús— malentendidos, persecución, sufrimiento o incluso la muerte. No es suficiente afirmar el perdón de los pecados o que tu nombre figure en una lista de miembros de la iglesia. El bautismo también implica una manera de vivir que se parezca a la de Jesús: una manera de vivir que ame a Dios de todo corazón y al semejante como a sí mismo. Los anabautistas del siglo XVI procuraron recuperar estas enseñanzas, que habían perdido claridad en la historia de la iglesia. Basándose en los conceptos bíblicos, entendieron el bautismo como una señal de la presencia transformadora del Espíritu, como un símbolo de la pertenencia a una comunidad, y de la disposición a seguir a Cristo incluso a costa de grandes sacrificios.

Los anabautistas del siglo XVI procuraron recuperar estas enseñanzas, que habían perdido claridad en la historia de la iglesia. Basándose en los conceptos bíblicos, entendieron el bautismo como una señal de la presencia transformadora del Espíritu, como un símbolo de la pertenencia a una comunidad, y de la disposición a seguir a Cristo incluso a costa de grandes sacrificios.


 

John Roth, secretario de la Comisión de Fe y Vida y profesor de historia de Goshen College, es miembro de la Iglesia Menonita de Berkey Avenue, Goshen, Indiana, EE. UU.

Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en octubre de 2021.

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