El 23 de septiembre del 2021, el secretario general de la ONU, António Guterres, dijo que el informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático era “un código rojo para la humanidad”. Sin embargo, Guterres se mostró esperanzado al afirmar que “no es demasiado tarde para actuar y garantizar que la acción climática contribuya a la paz y la seguridad internacionales”. Para Guterres, las naciones deben trabajar juntas porque la paz actual no puede separarse de los problemas del clima.
Para los cristianos, es necesario un marco teológico para relacionar los alarmantes problemas climáticos con nuestro compromiso con la paz. El relato de la creación proporciona este marco, en el que la existencia de la humanidad forma parte del hermoso ordenamiento del clima por parte del Creador.
En el Génesis, el primer libro de la Biblia, hay dos relatos de la creación. El primer relato del Génesis1 es famoso para muchos de nosotros. En él, el Creador hizo los cielos y la tierra en seis días. Este relato esboza la creación en frases ordenadas, poéticas y rítmicas, que pueden encontrarse en los rituales religiosos o en los servicios dominicales de la iglesia.
En este relato, el Creador vio que el desorden no era bueno y por ello separó la luz de las tinieblas, el agua de la tierra seca, etc. Estas separaciones prepararon la llegada de los seres humanos como la cúspide de la creación. En el sexto día, Dios creó a los seres humanos según la naturaleza, las plantas y los animales. Hombre y mujer creados al mismo tiempo a imagen de Dios.
Sin embargo, Génesis 2 cuenta la historia desde otro ángulo, invirtiendo el orden de la creación. Dios creó primero al hombre, luego a las plantas y a los animales. Y finalmente, Dios creó a la mujer como ayudante del hombre. La importancia del ser humano puede verse en como primero y último lugar de la creación. Pero aquí, la creación de los seres humanos, las plantas y los animales ocurre dentro de la historia de Dios preparando el clima. El texto dice que “aún no había ningún arbusto del campo sobre la tierra, ni había brotado la hierba, porque Dios el Señor todavía no había hecho llover sobre la tierra ni existía el hombre para que la cultivara. No obstante, salía de la tierra un manantial que regaba toda la superficie del suelo. Y Dios el Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente” (Génesis 2, 5-7).
La lluvia y el manantial están, efectivamente, relacionados con el clima. La palabra para manantial aquí también puede significar vapor o bruma. Los manantiales de agua surgen de la tierra para inundar el suelo y regar la tierra seca. Y el vapor de la tierra llena el aire de agua y cae en forma de lluvia. Aquí se nos ofrece un hermoso relato del origen del clima. Y el primer ser humano fue creado a partir del polvo de la tierra, polvo húmedo, impregnado por la bruma que se elevó de la tierra.
Esto es lo importante: Más que un relato de principios humildes, la creación de los seres humanos en Génesis 2 retrata a los humanos como parte de la historia del clima. El Creador preparó el clima antes de crear a los seres vivos, incluidos los humanos.
Como primeros y últimos de la creación de Dios, los seres humanos son protectores no solo del jardín sino de toda la creación (Génesis 2, 15-17). Deben “labrar la tierra”, la misma tierra de la que surgió el ser humano. Pero también es la tierra húmeda, la tierra que dará frutos porque Dios la ha preparado ordenando el clima y con el trabajo de las manos humanas.
Aquí, el papel del ser humano es ser el mediador entre la tierra y su Creador. El ser humano es responsable ante el Creador de la conservación del suelo, porque su existencia depende de la tierra húmeda en la historia del clima. Como tal, los humanos no son solo emisarios de Dios en la tierra, sino también mediadores que llevan los gemidos de todas las criaturas al Creador.
Orar es el primer paso concreto a través del cual podemos practicar nuestro papel de mediadores en las calamidades climáticas actuales. Cuando oramos, volvemos a conectar nuestra hermosa pero fracturada tierra con el Creador. Al orar, conectamos nuestro deseo con los que anhelan agua y aire limpios, porque, en palabras de la académica y legisladora Maxine Burkett, los que “sufren más agudamente [el desastre climático] son también los menos responsables de la crisis hasta la fecha”.
Cuando oramos, Dios abrirá nuestros corazones a acciones concretas como individuos, comunidades de fe y legisladores por la paz y la seguridad de nuestro hogar común. Amigos, sigamos orando.
—Nindyo Sasongko es candidata al doctorado en Teología Sistemática en la Universidad de Fordham, Nueva York; teóloga residente en la Manhattan Mennonite Fellowship, Nueva York, y miembro del Grupo de Trabajo de Cuidado de la Creación, Congreso Mundial Menonita.