Amar a las personas generosas de la República Democrática del Congo (RDC) no es difícil, pero la maldad que tiene lugar en las zonas rurales de Kasaï en ese exuberante país es difícil de comprender.
En diciembre del 2017, los sobrevivientes de la guerra civil, contaron a una delegación de la Comisión de Diáconos del Congreso Mundial Menonita sobre ataques sorpresa en contra de sus pueblos por parte de milicias perpetradoras de actos de saqueo. Con armas de fuego o cuchillos, dichos grupos masacran hombres, niños y a todos aquellos que son asociados de alguna manera con el gobierno.
Las victimas mueren frente a sus propias familias, en frente de mujeres y niños quienes también podrían ser asaltados o asesinados. Las aldeas yacen en ruinas; miles han huido a pie. Los sobrevivientes traumatizados lo han perdido todo: propiedades, familia, comunidad. Algunos llevan cicatrices de tortura. La mayoría nunca regresará a sus lugares de origen.
Yo fui parte de la delegación haciendo esa visita pastoral, y regresé a casa con gratitud por los menonitas en la RDC que nos recibieron con generosidad y amor a pesar de su sufrimiento.
En un país con desafíos económicos y políticos abrumadores, los menonitas llenan las casas de adoración con cantos maravillosos y mensajes de reconciliación llenos de esperanza. Vimos a los menonitas en las ciudades de Kikwit y Kinshasa cuidando de las personas desplazadas de cualquier tribu, en una nación en donde es común solo cuidar de aquellos que pertenecen a la misma familia.
Un grupo de sobrevivientes traumatizados se encontró con nuestra delegación en Église Frères Mennonites Nouvelle Jerusalem (Iglesia de los Hermanos Menonitas Nouvelle Jerusalem) en Kikwit. La agonía de las historias que contaron me hizo anhelar el cumplimiento de la visión de Juan: “Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor…” (Apocalipsis 21:4).
Las causas del caos en partes de la República Democrática del Congo incluyen la lucha por controlar las minas de diamantes o de oro, la rivalidad tribal, la rebelión política, la intervención extranjera y la actividad criminal. Las personas que huyen de la agitación con frecuencia soportan semanas o meses de peligro al viajar cientos de kilómetros hasta Kikwit u otras ciudades. Las mujeres dan a luz durante este difícil viaje hacia la seguridad.
Durante nuestra visita, a menudo pensé en Michael J. Sharp, un joven adulto menonita de mi comunidad local en los Estados Unidos, quien fue asesinado en la región de Kasaï el año pasado mientras estaba en una misión de paz con la Organización de las Naciones Unidas. La muerte de Michael me conmovió profundamente a mí y a muchas personas en el CMM. ¿Qué están soportando las hermanas y hermanos de la RDC quienes enfrentan innumerables pérdidas?
El Comité Central Menonita y otras organizaciones anabautistas están respondiendo a la crisis en la RDC; por su parte, el CMM ayudó a coordinar la conversación entre varias agencias. En un proyecto llamado la operación “Buen Samaritano”, los menonitas en Kikwit que tienen poco dinero para proporcionar socorro han abierto sus hogares para recibir sobrevivientes que, en ocasiones, ni siquiera conocen.
Conocimos a un agotado médico menonita congoleño que se ocupaba de personas desplazadas en Kikwit, quien nos relató lo difícil o imposible que es adquirir suministros médicos esenciales.
Hay más de 400 tribus en la RDC y esto crea tensión incluso para algunos anabautistas. Pero el amor incluyente que vimos en Kikwit es un ejemplo para la iglesia mundial. Francisca Ibanda de Kinshasa, representante regional del CMM para el occidente de África, dijo, “No es un problema tener tribus, porque en Cristo, las tribus pueden trabajar unidas. Podemos amar incluso a aquellos pertenecientes a tribus que se supone que son nuestros enemigos”.
—un comunicado del Congreso Mundial Menonita escrito por J. Nelson Kraybill