Reflexiones bíblicas y teológicas sobre el eslogan del CMM

Presentado por Thomas R. Yoder Neufeld al Comité Ejecutivo del CMM en su reunión en Curitiba, Brasil, en abril del 2024.


I. Siguiendo a Jesús – “¿Quién decís que soy yo?”

Introducción

Hace un año, en ‘Camp Squeah’ (Campamento Squeah), Columbia Británica, Canadá, el CE desarrolló un nuevo eslogan para el CMM: “Seguir a Jesús, vivir la unidad, construir la paz”. Desarrollar un eslogan es una especie de ejercicio de marca. Un eslogan es también una aspiración. Es cómo queremos que nos conozcan; es también qué y cómo queremos ser. Pretende ser a la vez una descripción y un objetivo, una prueba de si sabemos adónde vamos, si seguimos en la senda de lo que creemos que Dios nos ha llamado a ser.

Estoy seguro de que no es coincidencia que el “nuevo” eslogan del CMM tenga conexiones con lo que ya está en nuestro imaginario colectivo. Seguramente tiene un gran parecido familiar con la destilación en tres partes de Palmer Becker de lo que él considera característico de un ejercicio anabautista de la fe cristiana:

  • Jesús es el centro de nuestra fe.
  • La comunidad es el centro de nuestras vidas.
  • La reconciliación es el centro de nuestro trabajo.

¿Ve el parecido? Jesús=a quien seguimos, comunidad=unidad, reconciliación=paz. Esto, a su vez, debe mucho a la influyente “visión anabautista” de Harold S. Bender de 1944. Él encontró tres características del anabautismo: el discipulado, la iglesia como hermandad y una “ética del amor y la no resistencia”. Así pues, nuestro eslogan tiene una importante historia familiar.

En primer lugar, me centraré en la primera parte del eslogan, “Siguiendo a Jesús”, e indagaré qué podemos querer decir cuando lo utilizamos.

1. ¿Quién es el Jesús al cual seguimos?

Permítame comenzar con una historia de Jesús y sus discípulos, los que le seguían como alumnos. Se encuentra en los tres evangelios sinópticos (Mateo 16; Marcos 8; Lucas 9). Tras un intenso tiempo de enseñanzas, sanaciones, exorcismos y de dar de comer a multitudes hambrientas, con montones de seguidores entusiasmados y decenas de personas en el liderazgo religioso suspicaces siguiéndoles a todas partes, Jesús decide llevarse a su grupo más cercano de seguidores a la región de Cesarea de Filipo. Lucas hacía hincapié en que Jesús quería alejarse para orar.

Podemos imaginarlos caminando con dificultad por las aldeas de la montaña, cuando, de repente, Jesús pregunta a su pequeño grupo de discípulos: “Entonces, ¿qué dice la gente? ¿quién decís que soy yo?”. Habiendo seguido a Jesús durante el último tiempo, ellos han sido testigos de muchas cosas; y han oído muchas cosas: “¡Algunas personas creen que eres Juan el Bautista resucitado! Algunas personas piensan que eres un profeta, como Jeremías, ¡quizá incluso Elías!

Y entonces Jesús les hace, quizás la pregunta más difícil que jamás les harán: “¿Y USTEDES, ¿quién dicís que soy yo?”. Podemos sentir la tensión nerviosa en el aire, ¿verdad? No nos sorprende que sea el impetuoso Pedro quien responda: “¡Tú eres el Mesías!” Y acierta la pregunta del examen. De hecho, Mateo sugiere que tuvo un poco de ayuda divina con esa respuesta:

“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló ningún mortal, sino mi Padre que está en los cielos. Sobre esta piedra construiré mi iglesia, y la muerte no podrá destruirla. […] Te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos.” (Mateo 16:17-19)

Entonces, Pedro obtiene la respuesta correcta. ¿O no? Cuando Jesús dice ahora a sus seguidores que el Mesías, el Cristo, sufrirá, morirá y resucitará en tres días, Pedro regaña escandalosamente (¡!) a Jesús por decir eso. En efecto: «¡No me refería a eso, Jesús! He dicho que tú eres el Mesías, el vencedor, no la víctima. Quería decir que eres el guerrero y liberador de Dios, que has venido a poner fin a nuestro sufrimiento, a derrotar a nuestros enemigos, a darnos de comer, a curar nuestras enfermedades, a ahuyentar a los demonios. Seguro que no has venido a sufrir y morir como una de las innumerables víctimas a manos de poderosos brutos religiosos e imperiales”. En ese momento, Jesús se vuelve hacia Pedro con una reprimenda aún más fuerte: “¡Apártate de mí, Satanás!”

¡Imagínense la escena! Imagino que todas las personas están profundamente conmocionadas. La conmoción se acentúa cuando Jesús se dirige a sus seguidores y les dice: “¡Si queréis seguirme, tomad vuestra cruz! Quien quiera aferrarse a la vida, la perderá”.

Sorprendentemente, incluso con este inolvidable intercambio entre Jesús y Pedro, las palabras de Jesús no se quedan grabadas. Poco después, en Marcos 10, mientras se dirigen a Jerusalén, Jesús recuerda una vez más a sus seguidores más cercanas que el “Hijo del hombre” (una de las formas favoritas que tiene Jesús de referirse a sí mismo) debe sufrir, morir y resucitar. Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se le acercan inmediatamente:

“¡Jesús, haz por nosotros lo que te pedimos!”

“¿Qué quieren que haga por ustedes?”

“Cuando vengas a tu reino, queremos que pongas a uno de nosotros a tu derecha y a otro a tu izquierda”.

Ambos le ven como el Mesías, pero no entienden mejor que Pedro lo que eso significa. Jesús responde a Santiago y a Juan y al resto de sus seguidores, quizá esta vez menos con ira que con tristeza:

“No sabéis lo que pedís. ¿Sois capaces de beber el cáliz que yo bebo, o de ser bautizados con el bautismo con que yo soy bautizado?”. Ellos respondieron: “Podemos”. Entonces Jesús les dijo: “Del vaso que yo beba, lo beberéis; y con el bautismo con que yo soy bautizado, seréis bautizados”. (Marcos 10:38, 39)

Ya debería quedarnos claro que no hay nada fácil o sencillo en seguir a Jesús, especialmente si no conduce a un picnic con 5,000 personas, a la sanación de un ciego o de un cojo, sino a la cruz. Mientras leía esto, me vino a la mente Juan 6:66. Allí leemos que después de que Jesús tiene unas palabras difíciles para sus seguidores“… muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él”.

¿Y qué de nosotros? ¿Quién es el Jesús que nosotros decimos seguir en nuestro eslogan?

2. Laurelville “Viajes con Jesús”

En el 2008, una veintena de docentes universitarios, pastores, pastoras, misioneros y misioneras menonitas, fueron invitados al Centro de Retiros Laurelville en Pensilvania, EUA, para un evento de varios días de duración llamado “Nuestros Viajes con Jesús”. Cada persona debía compartir su experiencia personal de seguir a Jesús. Las instrucciones eran muy claras: nada de discutir ni criticar, sólo compartir y escuchar atentamente. Fue difícil, ¡sobre todo si eres docente universitario!

Pero nosotros escuchamos. Escuché a personas cuyas ideas conocía bien, y con las que a veces discrepaba fuertemente, oyéndolos hablar de su camino de fe con Jesús. Cuando nos sentamos juntos al final de estos conmovedores días, me vino a la mente la historia de los Evangelios sobre la cual acabamos de reflexionar, y acordamos que cada persona intentaría responder a la pregunta de Jesús, “¿Quién decís que soy yo?”. Y que dábamos nuestra respuesta directamente a Jesús, con el resto de nosotros escuchando. La mayoría se armó de valor y respondió como si Jesús estuviera allí mismo, en la silla vacía que habíamos colocado en medio del círculo.

Interesantemente, las respuestas fueron muy diversas, quizá como la de Pedro, acertadas y equivocadas al mismo tiempo. Pero lo importante era que expresábamos nuestras convicciones más profundas (por muy profundas o superficiales que fueran) con toda la honestidad a la que podíamos atrevernos, no unos a otros, sino a Jesús.

Salí de esta experiencia con un aprendizaje importante, que es relevante para nosotros aquí en el CMM, especialmente cuando las preguntas son difíciles: es importante que nos escuchemos, sabiendo que el principal oyente es Jesús. Imagino a Jesús escuchando lo que dijimos en aquel círculo de Laurelville. Pero, lo que es más importante, él escuchó a través de las palabras, la honestidad y la integridad con la que respondimos. Sobre todo, le imagino escuchando si nuestras respuestas le decían que estamos dispuestos a seguirle, aunque el camino sea escarpado y peligroso y nos lleve a la cruz.

¿Personalmente ,qué respuesta damos a la pregunta de Jesús? Es una pregunta que responderemos una y otra vez como seguidores de Jesús.

3. Respuestas del Nuevo Testamento a la pregunta de Jesús

Permítame volver a la Biblia y centrarme en el Nuevo Testamento. En muchos sentidos, el Nuevo Testamento es una colección de respuestas a la pregunta de Jesús: “¿Quién decís que soy yo?”. Después de todo, tenemos cuatro Evangelios, y tenemos cartas apostólicas que llevan los nombres de grandes líderes como Pablo, Pedro, Santiago y Juan, un sermón anónimo que conocemos como la Carta a los Hebreos, y, finalmente, el Apocalipsis o Revelación de Juan de Patmos. En cada una de ellas se hacen muchas afirmaciones sobre Jesús. Además, los documentos del Nuevo Testamento se escribieron a lo largo de varias décadas – tiempo para que las primeras personas seguidoras de Jesús crecieran en comprensión, para aprender de sus compañeros(as), para dialogar y quizá discutir entre ellas, para escuchar las respuestas de las demás personas a las preguntas de Jesús.

Sin embargo, lo importante es que el Nuevo Testamento no es simplemente una recopilación de las palabras de los seguidores a Jesús, por así decirlo, sino la palabra de Dios a nosotros. Siempre me asombra lo humanas que son las palabras con las cuales la Palabra divina nos habla. Se trata nada menos que de un milagro. La Biblia es como el Emmanuel – Dios con nosotros en nuestras propias palabras.

Permítame ilustrarlo con algunos ejemplos:

Pedro

El Nuevo Testamento describe a Pedro como un importante líder de la Iglesia más allá de Palestina. De hecho, la tradición primitiva nos dice que probablemente fue martirizado en Roma, al igual que Pablo. ¿No es fascinante que, a pesar de ser uno de los mayores líderes de la Iglesia primitiva, ambos escritores de los Evangelios recuerden con tanta honestidad su respuesta correcta – ¡Tú eres el Cristo! ¡Tú eres el Mesías! – así como su incapacidad para comprender lo que él estaba diciendo? Sólo eso debería darnos valor para responder nosotros mismos a la pregunta de Jesús.

Tomás

O recordemos a Tomás, a quien se suele recordar por su duda ante la noticia de la resurrección de Jesús. ¿No es interesante, entonces, que cuando Jesús se encuentra con Tomás, quien duda de su resurrección, ofreciéndole que meta la mano en la herida de Jesús, Tomás responde con la exclamación más sobrecogedora: “¡Señor mío y Dios mío!”. Es imposible dar una respuesta más elevada.

Juan

El desconocido seguidor que escribió el Evangelio que conocemos como Evangelio de Juan comienza su relato con una respuesta igualmente elevada:

En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas se hicieron por medio de él, y sin él no se hizo nada. Lo que ha llegado a existir en él era la vida, y la vida era la luz de todas las personas. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron.

Y luego, en el versículo 14, las asombrosas palabras:

Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (literalmente “habitó”), y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

No es sorprendente que sea en el Evangelio de Juan donde nos encontremos con el Señor y Maestro que lava los pies como un siervo o un esclavo (Juan 13).

Pablo

En sus cartas, Pablo nos ofrece un tesoro de respuestas a la pregunta de Jesús: Hijo de Dios; Icono de Dios; creador de todas las cosas, incluidos los poderes; Sabiduría de Dios; Mesías o Cristo, crucificado y resucitado; aquel “en quien” y “por quien” estamos conectados a él y entre nosotros como miembros de su cuerpo; el Nombre sobre todo nombre; nuestra Paz. Al igual que en el Evangelio de Juan, este Jesús se despoja de sí mismo, asumiendo la forma de esclavo, hasta la muerte de cruz, convirtiéndose en modelo para quienes desean seguirle (Filipenses 2).

Hebreos

De forma muy parecida al Evangelio de Juan, el autor anónimo de la Carta a los Hebreos habla de Jesús como “el Hijo”, el heredero de todas las cosas, sentado a la diestra de Dios, creando y sosteniendo todas las cosas mediante su palabra. Donde Juan habla poéticamente del Verbo hecho carne, Hebreos habla de Jesús como “igual que nosotros”, que no se avergüenza de llamarnos hermanos y hermanas, el pionero de nuestra fe, el que nos abre el camino a seguir. Ambos ven a Jesús en lo más alto y en lo más bajo.

Juan de Patmos

Y luego, como ejemplo final, está el profeta Juan de Patmos, que en su Apocalipsis o Revelación identifica a Jesús tanto como Hijo del Hombre como Hijo de Dios, y, al mismo tiempo, como el vulnerable “Cordero que fue inmolado” y luego resucitado al poder.

Ésta es sólo una pequeña muestra del rico coro de respuestas a la pregunta de Jesús en el Nuevo Testamento. Sin duda podríamos añadir más a esta galería de retratos.

4. ¿Qué hacemos con esta variada colección de respuestas a la pregunta de Jesús?

¿Qué hacemos con respuestas bíblicas tan diversas? ¿Es esta asombrosa diversidad cristológica que vemos en las Escrituras como un supermercado donde podemos comprar el Jesús que nos gusta? “Me gusta Jesús el profeta; lo seguiré. Yo prefiero al narrador de historias.

Yo sigo al Salvador que murió por mí. Yo sigo al Jesús que me colma de todo lo que puedo desear. ¡Me gusta Jesús el abrazador! ¡El que le gusta una buena fiesta! ¡El sanador! ¡El exorcista! ¡Me gusta el Jesús que es como yo! ¿Tienes un Jesús anabautista?”

¿O se trata de una exposición de artesanía en la cual las personas artistas de la imaginación muestran sus creaciones? ¿Dónde luego nos damos el gusto teológico de elegir a quienes nos gustan?

¿O puede que todo esto – ¡juntamente! – sea la obra artística de Dios que nos revela a quién estamos siguiendo, y lo hace con términos, imágenes y vocabulario que surgen de nuestra experiencia humana? Recuerda que, en Mateo 16, Pedro recibe ayuda de su “Padre celestial” para responder a la pregunta de Jesús.

Hace una gran diferencia cómo vemos esta diversidad. Sí, hay mucha imaginación y creatividad humana en la manera de expresar a Jesús y a su importancia. Eso va unido a la encarnación, a la Palabra que se hace carne – en este caso, la Palabra se hace palabras, palabras humanas. Eso va unido a la decisión divina de que Jesús fuera entregado esencialmente a la memoria de sus seguidores. Su testimonio de él, a su vez, nace del Espíritu y se expresa en la creatividad y en la exuberancia imaginativa del culto de adoración.

Debemos tener presente que todos los seguidores primitivos de Jesús sabía que su primera obligación era amar a Dios y sólo a Dios. Poner a cualquier otro en ese lugar se entendía como idolatría, la peor traición que existe a nuestra relación con Dios. Por eso, cuando las primeras personas seguidoras empezaron a seguir a Jesús como uno “igual que ellas” (como dice Hebreos), pero también como “uno con el Padre” (como en el Evangelio de Juan), como “Señor y Dios”, como confiesa Tomás, entonces ellas supieron que estaban en presencia nada menos que de Dios, Emmanuel.

Esto significa que estas primeras personas seguidoras podían confiar en que, en toda su fragilidad, eran comprendidas y amadas por alguien que las comprendía, alguien como ellas. Pero comprendieron que no tenían otra opción que prestar atención a las acciones, enseñanzas y obras de Jesús como Dios que habla y actúa. Al fin y al cabo, aquel a quien seguían por el camino resultó ser nada menos que el Verbo, la Palabra que era de Dios, con Dios y, de hecho, Dios. Escuche a Tomás:

“Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” Jesús le dijo: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto.” (Juan 14:5-7)

Toda persona judía comprendió que con el enfático “YO SOY” Jesús pretendía nada menos que un estatus divino. No es de extrañar, pues, que, como leemos en Juan 6:66, “muchas personas ya no andaban con él”.

El Nuevo Testamento hace imposible separar lo divino y lo humano en Jesús. Él es Dios con nosotros, yendo por delante como pionero de nuestra fe, como dice Hebreos. Jesús no sólo vivió una vida que le trajo problemas, sino que fue Dios metiéndose en problemas, llegando hasta el extremo al entregarse en la cruz para nuestra liberación. Jesús no se limitó a reunir a un grupo de estudiantes afines a sus valores. Eligió a un grupo diverso de gente, a veces torpe, y les exigió que le siguieran en su bautismo, para beber su vaso, pero también en su resurrección, para formar parte de su cuerpo.

¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. (Romanos 6:3, 4)

5. ¿Por qué es esto importante para nosotros en el CMM?

Imaginemos que nosotros, como personas miembros y en el liderazgo del CMM, estamos de excursión con Jesús. Si Jesús nos preguntara a cada uno “¿Quién dicen los anabautistas que soy?”. ¿Qué responderíamos? ¿Sería: “Los anabautistas dicen que eres el salvador, el sanador, el exorcista, el crucificado”? O diríamos: “Los anabautistas dicen que eres el defensor de las personas pobres,enfermas y hambrientas, el activista de la justicia y la paz». Y entonces uno de nosotros diría: “¡Pero los anabautistas dicen que tú eres el Señor, la Palabra, Dios!”. ¿Alguna de estas respuestas es más anabautista que otra? ¿Deberían serlo?

El CMM es un cuerpo, una comunión, que, al igual que la iglesia desde su nacimiento, reúne muchas historias, y con ellas tradiciones y perspectivas que han dado forma a los lentes particulares a través de los cuales vemos a Jesús.

Algunos de nosotros traemos tradiciones menonitas históricas con largos pedigríes, moldeados a lo largo del camino por la persecución, la separación tanto forzada como elegida del resto de la sociedad, llegando a una especie de identidad tribal que en algunas partes de la familia puede llevar a poner el pedigrí por encima de la fidelidad al evangelio. Algunos de nosotros hemos reaccionado a esas historias queriendo distanciarnos de las limitaciones del separatismo, el inconformismo y el conservadurismo, entrando en el mundo con entusiasmo en la educación, la cultura, la política y los negocios. Eso se reflejará en cómo hablamos con y de Jesús.

Otros tenemos historias que surgen de movimientos de renovación marcados por un vivo evangelicalismo, lo que a menudo pone a prueba las relaciones con otras personas menonitas. Sin embargo, otros han experimentado su fe enriquecida y moldeada por lo que llamamos los vientos carismáticos o pentecostales que soplan a través de la iglesia mundial, especialmente en el Sur Global. También responderemos a la pregunta de Jesús a partir de esa experiencia. Y otras personas entre nosotros fueron llamadas a la existencia por esfuerzos misioneros a veces sabios y pacientes, a veces culturalmente insensibles. A veces, eso ha significado volver a aprender a responder a la pregunta de Jesús en nuestra propia lengua. Sin embargo, otras personas han sentido atracción por la comunión anabautista porque el llamamiento al establecimiento de paz y a la reconciliación es muy fuerte. Esto también determina cuál de estas respuestas darían.

Por lo tanto, cuando Jesús pregunta: “¿A quién dicen seguir las personas anabautistas?”, las respuestas probablemente reflejen gran parte de la rica variedad que vemos en el Nuevo Testamento, y más. Por lo tanto, es sumamente importante, en mi opinión, que cuando utilicemos el lema “seguir a Jesús” escuchemos que nos llama a abrazar la totalidad del testimonio bíblico, esa “multiforme sabiduría de Dios” (Efesios 3:10). También nos llama a escuchar y aprender de la sabiduría del prójimo anabautista con quienes caminamos siguiendo a Jesús. Esta es una manera de vivir nuestra unidad. Esa es, en la sabiduría de Dios, la razón por la que tenemos el tipo de Biblia que tenemos. Así como lo tomamos todo como Dios hablándonos individualmente, pero también corporativamente, de modo que asimilemos la diversidad de respuestas entre nosotros, sabiendo que son ante todo respuestas dadas a Jesús, no a nosotros. Tenemos el privilegio de escuchar y aprender unos de otros, para ampliar y corregir nuestras propias respuestas a la luz de ello. Es un don de la unidad que tenemos en Cristo.

Esto también es importante para nuestras relaciones con el cuerpo más amplio de Cristo. En nuestro compromiso ecuménico descubrimos que nuestro énfasis como anabautistas difiere a veces del de otras comuniones. Y, sí, podemos decirnos, y a nuestras comuniones hermanas en la iglesia mundial: “¡No estás prestando suficiente atención a las enseñanzas de paz de Jesús!” Eso puede ser cierto. También es cierto que entonces debemos escuchar a otras comuniones en el cuerpo de Cristo para saber qué falta o está ausente en nuestras propias y diversas comprensiones.

Jesús siempre será más grande que nuestras concepciones, que cualquiera de nuestras respuestas a su pregunta. Con una amplia y profunda apreciación de quién es Cristo, el que vive en nosotros y en quien nosotros vivimos (Efesios 3:14-19), podemos compartir esto con otras comuniones no como “anabautismo”, sino como un aspecto esencial de quién es Jesús para todo aquel que le llama Señor. Pero, precisamente porque Jesús es más de lo que vemos desde nuestro punto de vista, podemos – ¡debemos! – escuchar a nuestros hermanos y hermanas, tanto dentro (¡!) de nuestra diversa familia, donde creo que residen nuestros mayores “desafíos ecuménicos”, como en otras tradiciones y comuniones. No nos atrevemos a tener autosuficiencia ni a sentir satisfacción de nuestra particular visión de Jesús, ni individual ni colectivamente.

6. Conclusión

Permítame concluir esta sección imaginando las palabras de Jesús para nosotros como CMM:

“Quiero que comprendas que YO SOY Dios atrayendo a todas las personas a la familia de Dios, perdonando los pecados, restableciendo la relación con Dios, enseñando la paz y la justicia, restaurando las relaciones entre las personas alejadas y hostiles entre sí.

Estoy trabajando en el Espíritu, utilizando vuestras energías en el proceso, para crear la humanidad que Dios quiso desde el principio. Seguidme en el camino, hermanas y hermanos míos, como aquellas personas que tienen la cruz y la resurrección en sus mentes y en su imaginación. Proclamad el Evangelio viviendo mis enseñanzas y mi ejemplo. ¡Y hacedlo juntos!

Caminaré con ustedes hasta el final en las buenas y en las malas. Son mis seguidores, sí. Pero son más: son mis amistades; más, son mis hermanos y hermanas; más aún, son mi cuerpo. Como dije una vez: “Yo estoy en ustedes y ustedes están en mí, como yo estoy en mi Padre y en vuestro Padre” (Juan 17).

Recuerda que estoy tan cerca como un hermano, independientemente de tu idioma, cultura, raza o sexo. Me parezco a cada uno de ustedes, y a todos juntos. Así que mírense entre ustedes y véanme. Y escúchense ¡A veces me oirán!”.


II. Viviendo la unidad – el corazón del discipulado

El segundo elemento del eslogan del CMM es “vivir la unidad”. ¿Qué entendemos por unidad? ¿Cuál es la base de la unidad que deseamos vivir? A continuación, deseo indagar en ello desde una perspectiva teológica y bíblica.

1. Varias palabras para “unidad”

Hay muchas palabras para «unidad» en la Biblia. Una de ellas significa llegar a ser «uno», unos con otros y con Dios (Efesios 4:1-6; Juan 17). A menudo utilizamos el término “koinonía”, que conlleva muchos matices de significado, todos los cuales utilizamos mucho. Así, encontramos muchas traducciones del término en la Biblia, en inglés como sin duda en las numerosas lenguas utilizadas en nuestras Biblias: “compartir”, “asociación”, “participación”, “hermandad”, “comunidad” y “comunión”.

2. El CMM y la unidad

En su esencia, la existencia misma del CMM de 100 años es testimonio de un largo esfuerzo por realizar la unidad que tenemos en Cristo como comunión anabautista de iglesias y personas. El esfuerzo por reconocer y fortalecer la unidad en la primera reunión del CMM en 1925 reunió a personas menonitas de Basilea quienes eran muy diferentes entre sí en cuanto a la manera de expresar su fe en la práctica y en la teología. Además, acababa de terminar la Primera Guerra Mundial, en la que las personas menonitas habían tomado las armas en ambos bandos de esa terrible guerra. Como lo había sido en los comienzos del movimiento anabautista, la unidad fue desde el principio del CMM tanto una realidad frágil y vulnerable como una meta deseada con urgencia. Volvería a serlo tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el CMM se reunió en 1952 en Chrischona, a las afueras de Basilea. Recordarán que el CG y las Comisiones volvieron a reunirse allí en el 2012.

De la lectura de ‘Becoming a Global Communion’ (Vivir desde el Futuro de Dios), de Alfred Neufeld, se desprende claramente que la unidad estaba muy presente en la mente de todas las personas en la Asamblea del CMM de 1972 aquí en Curitiba. El tema de la asamblea fue “Reconciliación en Jesucristo”. Sin embargo, surgieron profundas diferencias y tensiones. La dictadura militar brasileña estaba en el poder, y las personas menonitas se debatían sobre si responder y cómo hacerlo. Citando el mensaje de la conferencia, esto creó “disensión entre aquellas personas en nuestra hermandad cuya prioridad radica en el área de la salvación personal y aquellas que ven como su deber primordial promover un programa activo para la liberación de la humanidad de todas las formas de opresión e injusticia”. Podemos percibir la preocupación por la unidad cuando el mensaje de la conferencia continúa diciendo que «ambos son aspectos de la obra reconciliadora de Cristo. Sin embargo, hay disensiones que exigen un mayor arrepentimiento y reconciliación. El énfasis en el testimonio total debe llevarnos como pueblo a hablarnos de forma comprensible y a no evitarnos”. (Neufeld, 353).

La unidad no ha perdido su carácter de preocupación urgente, como se demostró, por ejemplo, en Limuru y en nuestro fracaso a la hora de alcanzar un consenso sobre la política de asuntos controvertidos, que posteriormente se retiró de mayor consideración. No pudimos llegar a un consenso sobre cómo comprometernos unos con otros en cuestiones sobre las que no hay consenso entre nosotros.

Tras la Asamblea de Harrisburg, Pensilvania, EUA, en el 2015, se pidió a la Comisión de Fe y Vida que propusiera un cambio de nombre. Surgió de un deseo de incluir de manera más visible a aquellos cuyo nombre no incluye “menonita” y, en segundo lugar, para dar testimonio más plenamente de la koinonía, la comunión, que afirmamos compartir. Ese esfuerzo también está poniendo a prueba nuestra capacidad de vivir la unidad.

Precisamente porque nuestra unión en el CMM atestigua y pone a prueba la koinonía, la unidad adquiere una importancia cada vez mayor. Esto se refleja en nuestra declaración de visión y misión, adoptada en Bulawayo en el 2003:

El Congreso Mundial Menonita está llamado a ser una comunión (Koinonía) de iglesias afines al anabautismo vinculadas entre sí en una comunidad mundial de fe para la fraternidad, el culto, el servicio y el testimonio.

El Congreso Mundial Menonita está llamado a ser una comunión (koinonía) de iglesias afines al anabautismo, vinculadas entre sí en una comunidad mundial de fe para fraternizar, adorar, servir y testificar.

“Comunión”, “comunidad”, “fraternidad” son todas traducciones del mismo término neotestamentario “koinonía”. Y todos ellos juntos se engloban en el término “unidad”.

3. La oración de Jesús para que seamos “Uno”

Conocemos la gran oración de Jesús al final de su última cena con sus seguidores. A menudo se la conoce como su “Oración del Sumo Sacerdote”. Es, en esencia, una oración por la unidad.

“Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” (Juan 17, 21-23).

Hace eco de las palabras de Jesús en su conversación con los discípulos antes de su oración.

“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros. En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si tuviereis amor los unos con los otros.” (Juan 13:34-35)

Cada vez que leo la oración de Jesús, me sobrecoge la naturaleza de la “unidad” de la que habla. La “interpenetración”, por así decirlo, que caracteriza la relación entre el Padre Divino y la Descendencia Divina, que nombramos y celebramos en la Trinidad como Padre, Hijo y Espíritu, está en el centro mismo de la unidad que hemos de compartir. Jesús ruega que nosotros – nosotros juntos como familia del CMM de diversas iglesias, y nosotros junto con hermanas y hermanos de otros miembros del cuerpo mundial de Cristo – seamos atraídos a la unidad que tenemos unos con otros sea del tipo que caracteriza la unidad del Dios Trino.

Jesús quiso que escucháramos su oración, para que podamos conocer el verdadero carácter de la unidad que estamos llamados a mantener, dónde está anclada esta «unidad», más exactamente, de dónde procede.

4. ¿Dónde está anclada la unidad? ¿De dónde surge?

a. La unidad viene de Dios – Padre, Hijo y Espíritu

El hecho de que la oración de Jesús en Juan 17 se dirija a su Padre deja muy en claro que la unidad es una realidad que Dios concede. Nosotros no creamos la unidad. La recibimos. Amerita repetirlo una y otra vez: nuestra unidad no es un logro nuestro; es un don que Dios concede en Cristo por medio del Espíritu. Juan 17 suele ir emparejado con Efesios 4:1-6. El versículo 3 habla de no escatimar esfuerzos para “mantener” la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz (v. 3). Fíjese, que no se nos pide que creemos la unidad; se nos pide que mantengamos lo que Dios nos ha dado en el vínculo de la paz. El término “vínculo” es literalmente “co-cadena”. La paz se convierte en la cadena que nos une. Es Dios quien suministra la cadena de la paz. Ahora siguen siete “unos”, que podríamos ver como los eslabones de la cadena que nos mantiene unidos:

Hay un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos. (Efesios 4:4-6)

Esto significa que, en la medida en que la unidad es un don de Dios, debemos hacer todo lo posible para “mantenerla”, “conservarla”, alimentarla, para que esa unidad sea real en nuestra experiencia, para que dé forma a nuestras relaciones mutuas. Nosotros “la vivimos” y “vivimos en ella”.

Seguramente somos conscientes de que vamos un poco a contracorriente del anabautismo con todo este énfasis en la unidad. Después de todo, tenemos el inconformismo profundamente arraigado en nuestro ADN, aunque no lo vivamos a menudo. Nuestro énfasis en ser diferentes del mundo, y con demasiada frecuencia de los demás, nos ha predispuesto a ver el cisma, la división, el distanciamiento no sólo del mundo sino de las demás personas, no como un fracaso sino como una prueba de nuestra fidelidad. Entonces sospechamos que la unidad se produce con demasiada facilidad a costa de la fidelidad bíblica, doctrinal y ética, ocultando o trivializando lo que son cuestiones serias de fe y de discipulado. Aunque a veces hay buenas razones para tal sospecha, también ocurre que no hemos hecho del trabajo urgente y ansioso por la unidad el centro del discipulado. Corremos el riesgo de dar la espalda con justicia propia a la oración de Jesús.

b. Nuestra unidad está anclada en Jesús

Espero que todos estemos de acuerdo en que nuestra unidad está anclada en Jesús. Después de todo, es a Jesús a quien juntos seguimos, como dice nuestro eslogan. Jesús es el centro, como nos ha recordado Palmer Becker. Me parece muy instructivo prestar atención a quién atrae Jesús a la unidad de la que él es el centro, a quién invita a seguirle.

Al leer el Nuevo Testamento, me ha parecido muy esclarecedor tomar nota de las personas que Jesús atrajo a su koinonía de discipulado. Recuerde conmigo a qué tipo de personas llamó Jesús a su círculo:

  • Pescadores (en su mayoría trabajadores analfabetos)
  • Recaudadores de impuestos (la codicia o la desesperación los convirtió en colaboradores de los señores imperiales)
  • “Personas pecadoras” (entre quienes había prostitutas)
  • Personas enfermas de cuerpo y de espíritu; leprosas, ciegas, endemoniadas.
  • Personas judías, galileas, samaritanas, sirias, “griegas” (grupos profundamente recelosos y a veces rechazantes entre sí)
  • Muchas mujeres, algunas pobres y afligidas, otras ricas y bien relacionadas con la clase dirigente
  • Personas fariseas (aunque con timidez, como Nicodemo); están presentes cuando la iglesia primitiva se reúne en conferencia en Jerusalén en Hechos 15, al igual que Pablo, fariseo hasta el final de su vida
  • Personas revolucionarias, como los hijos del trueno, Santiago y Juan, o, muy posiblemente Judas.

Después de la Pascua, las personas en el liderazgo se dispersaron por gran parte del imperio romano, reuniendo congregaciones compuestas por personas judías diversas y gentiles aún más diversas. Corinto es un excelente ejemplo:

  • Personas judías y gentiles luchando por vivir y adorar unas junto a otras
  • Personas ricas y pobres, luchando por comer unas con otras
  • Creyentes veteranos y personas miembro novatas que necesitaban que se les recordara que no se llevaran a los tribunales ni se acostaran con su madrastra.
  • Las autodenominadas “espirituales” mirando por encima del hombro a quienes despreciaban por “carnales”
  • Y, en relación con nuestro tema de la unidad, inventando una forma embrionaria de confesionalismo: «Cada uno de vosotros dice: “Yo soy de Pablo”, o “Yo soy de Apolos”, o “Yo soy de Cefas”, o “Yo soy de Cristo”». (1 Cor 1:12)

¿Es ésta la “unidad del Espíritu”? Sorprendentemente, Pablo insiste en que lo es. Permítame parafrasear 1 Corintios 1:26-30:

Miren esta foto, hermanos y hermanas: no muchos de ustedes eran sabios según los criterios humanos [iluminados según la carne], no muchos eran poderosos. Está claro que no pertenecen a la élite. Pero Dios eligió lo que es necio, débil, bajo y despreciado en el mundo, para que seamos conscientes de que nuestra unidad no es un logro nuestro. Dios es la fuente de tu vida compartida en Cristo Jesús.

c. Una unidad muy desordenada

¿Qué ocurrió dentro de esta unidad? ¿Peleaban entre ellos? ¿Tenían “asuntos controversiales” que amenazaban su unidad en Cristo? ¡Sí!

  • Por ejemplo, los gálatas se debatían sobre la pertinencia de la circuncisión y otros aspectos de la ley, mientras eran zarandeados por encarnizados argumentos por líderes como Santiago, Pedro y Pablo. Lea la carta de Pablo a los gálatas para hacerse una idea de la gravedad de la controversia.
  • La Carta de Santiago indica que la relación entre la fe y las obras era un tema polémico.
  • También hubo otras discusiones sobre la resurrección y la escatología, y finalmente sobre lo que debía incluirse en el canon de las Escrituras.

Ninguno de los problemas a los cuales nos enfrentamos es más importante o complicado que los que ellos tuvieron que afrontar.

Todo eso, nos dice el Nuevo Testamento, sucedió dentro de la unidad creada por Dios en y a través de Cristo y el Espíritu. Incluso podríamos decir que se permitió que sucedieran gracias a la unidad del Espíritu.

¿Por qué los Evangelios, los Hechos y Pablo describen sistemáticamente una unidad tan improbable? ¿Por qué nuestras Escrituras exponen la confusión interna de la obra de unidad de Dios? ¿Como advertencia? ¿Como modelo? Sugiero que fue precisamente para que las comunidades de creyentes de todo el mundo mediterráneo pudieran verse a sí mismas en los Evangelios y en las epístolas. Lectores(as) de Jerusalén a Roma se reconocían en los retratos de los discípulos que hacían los Evangelios y en las atribuladas congregaciones a las que se dirigían las cartas de Pablo. Por eso recordaban las historias de Pedro o conservaban las cartas de Pablo, a menudo muy embarazosas. Ese somos nosotros, se reconocían, ¡juntos en la unidad del Espíritu!

Estoy profundamente agradecido de que, junto con las inspiradoras descripciones del amor y la reconciliación, el Nuevo Testamento muestre con tanta claridad y honestidad lo desordenada que es la unidad del Espíritu.

Todo esto no quiere decir que el conflicto y el desacuerdo sean buenos, o que las acciones y opiniones de todas las personas sean correctas o igualmente aceptables. Al contrario. Las diferencias serias son importantes. Recuerda la réplica de Jesús a Pedro: “¡Apártate de mí, Satanás!”. O pensemos en la claridad, a veces feroz, de las críticas de Pablo a sus compañeros apóstoles o a sus queridas congregaciones. Significa, más bien, que esto es de esperar, dada la escandalosa hospitalidad de la gracia de Dios, dado a quien Jesús llama a seguirle. ¡Se necesitan cadenas y cinturones de seguridad!

5. Unidad para la transformación y la nueva creación

Es el amor y la gracia de Dios Creador lo que hace que la humanidad diversa, defectuosa y rota se reúna en la unidad del Espíritu. Pero esa unidad tiene un propósito. ¡Es unidad para la transformación! ¡Para la nueva creación! La Iglesia no puede ser una comunidad del tipo «vive y deja vivir» sin abortar la obra transformadora y renovadora del Espíritu. Para los seguidores de Jesús, la unidad se centra siempre en la obra salvadora y transformadora de Dios en Cristo por medio del Espíritu. Sí, Dios reúne a seres humanos distanciados, defectuosos y pecadores, pero es en el “cuerpo de Cristo”, allí juntos para ser creados de nuevo en el “nuevo ser humano”, como dice Efesios 2:15. Y ese proceso de nueva creación no es fácil. Y ese proceso de nueva creación no es fácil.

Lo vemos en el Sermón del Monte, una de las partes favoritas de la Biblia para los anabautistas. El Sermón comienza con bienaventuranzas, bendiciones. Pero fíjese, tan pronto como Jesús ha bendecido a sus oyentes, supera a la Torá en las exigencias que impone a sus seguidores. Parafraseando:

¡No creas que he venido a abolir la Torá! He venido a cumplirla. Si vuestra rectitud, vuestra justicia, no supera a la de los expertos en rectitud, los fariseos, no veréis el Reino de Dios. (Mateo 5:17-20)

La bendición, la bienaventuranza y la gracia de Dios tienen como objetivo una vida transformada (véa Ef 2:10).

Si el objetivo es la transformación, no debe sorprendernos que en el Sermón del Monte nos encontremos ahora con las inquietantes “antítesis” – “Habéis oído que se ha dicho, pero yo os digo…” – en las que Jesús aprieta las tuercas a la Torá en lo referente a la ira, la lujuria, el divorcio, decir la verdad, las represalias y el amor a los enemigos (Mateo 5:21-48).

El círculo de unidad de Jesús nos acepta maravillosamente a cada uno de nosotros con todos nuestros defectos, pero también nos desafía y transforma profundamente. A Jesús se le recuerda escandalosamente comiendo y bebiendo con recaudadores de impuestos y pecadores. Recuerda a Zaqueo en Lucas 19. Jesús se invita a su casa para comer con él. Zaqueo parece haberse dado cuenta de que las cosas cambian radicalmente cuando comes con Jesús. No responde con un “¡Vaya! ¿Comes con un odiado recaudador de impuestos como yo? ¡Iré a preparar un banquete!”. Más bien con:

“He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. (Lucas 19:8-10)

Oramos la oración que Jesús nos enseñó y que encontramos también en el Sermón del Monte (6,9-14). Pero ¿nos damos cuenta de que pedimos a Dios que nos perdone como nosotros hemos perdonado a quienes nos han hecho daño, de que, en efecto, hemos de exigir a Dios nuestros criterios de misericordia?

Y luego, en la última parte del Sermón del Monte, encontramos una de las exigencias más duras que Jesús hace a sus seguidores, pero absolutamente esencial para que esta extraña unidad se mantenga y se alimente: “Por tanto, aceptaos los unos a los otros, como también Cristo nos aceptó, para gloria de Dios.” (Romanos 15:7).

Este es un reto especialmente para nosotros, los anabautistas. Nos esforzamos por pensar y actuar de acuerdo con lo que creemos que agrada a Dios, con lo que significa seguir a Jesús – como deberíamos. Sabemos cómo Cristo nos ha acogido a cada uno de nosotros, y a nosotros juntos como comunión, en su esfera de unidad, ¡y lo costoso que fue para él! Y nosotros debemos aprender de él a acogernos los unos a los otros.

Me acuerdo de la carta de Pablo a los Filipenses. El capítulo 2 comienza: “si alguna comunión del Espíritu,”…entonces “pensad como Cristo. siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hasta la muerte de cruz”. Lo hizo por vosotros, dice Pablo. Así pues, ¡tomad vuestra propia cruz, los unos por los otros! Cristo nos acogió en su unidad transformadora para que pudiéramos ser acogedores unos de otros en ese seno de nueva creación, de transformación a veces dolorosa pero siempre vivificante.

Esa es la mentalidad que puede sostener y mantener la unidad del Espíritu, marcada por la gracia, la misericordia, la comprensión y el perdón. Es la mentalidad de quienes juntos realizan el duro trabajo de la transformación. Así es como el “nuevo ser humano” puede nacer en el seno lleno de gracia de Cristo. “Vivir la unidad” demanda las disciplinas de la unidad: paciencia, tolerancia, perdón, respeto mutuo.

No hay razón para desconfiar de la unidad si es verdaderamente la escandalosamente hospitalaria y exigente unidad del Espíritu, unidad con y en Cristo.

6. Paraklēsis, catequesis, discipulado – Formación para la unidad

a. Paraklēsis

Quiero volver brevemente a Filipenses 2. Justo antes de la frase “koinonía del Espíritu” leemos “si hay alguna paraklēsis en Cristo”. Las traducciones de paraklēsis varían significativamente, lo que ilustra su gama de significados: “Si hay –

  • cualquier ánimo en Cristo”
  • cualquier cosa en Cristo que le conmueva”
  • cualquier cosa que conmueva el corazón”
  • cualquier cosa que le haga fuerte”
  • cualquier cosa que le reconforte”

El contexto deja claro lo estrechamente relacionada que está la paraklēsis con la unidad en Cristo y, por tanto, la clave de lo que se necesita para mantenerla y nutrirla. Permítame centrarme brevemente en este término.

Los sustantivos paraklēsis, paraklētos y el verbo parakaleō son comunes en el Nuevo Testamento. Pablo usa típicamente el verbo parakaleō cuando comienza su exhortación, diversamente traducido como “exhortar”, “urgir”, incluso “rogar”. El sustantivo paraklēsis es especialmente importante en el Evangelio de Juan. Es probable que hayamos oído el término “paráclito” para referirse al Espíritu Santo. Pero escucha con atención Juan 14,16: “Yo pediré al Padre y él os enviará otro paraklētos”. En resumen, Jesús se presenta a él mismo como un paraklētos. A menudo traducido como “consolador”, a veces se traduce como “abogado”. Piense en el paraklētos como en un abogado defensor, como en 1 Juan 2:1, donde Jesús es nuestro abogado ante el Padre cuando pecamos. En resumen, la palabra grupo conlleva el significado de ofrecer consuelo, consolación, aliento, y no menos urgente advertencia, súplica, incluso ruego persistente.

Especialmente relevante para nuestro análisis de lo que significa para nosotros vivir la unidad, el Nuevo Testamento deja claro que no sólo Jesús o el Espíritu son “paráclitos”, sino que también a nosotros se nos pide que seamos paráclitos los unos de los otros. He aquí dos ejemplos:

  • En 1 Tesalonicenses 4:18, Pablo insta a los tesalonicenses a “alentarse, apaciguarse, consolarse mutuamente”, según la traducción. Bien podríamos añadir a la lista “exhortar, instar”.
  • Hebreos 3 deja clara la conexión entre Cristo y nosotros: “Exhortaos (parakaleō; alentar, advertir o instar) los unos a los otros cada día, mientras se llame “hoy”, para que ninguno de ustedes se endurezca por la atracción del pecado”. Porque somos hechos partícipes de Cristo, si es que retenemos firme hasta el fin el principio de nuestra seguridad.” (Heb 3:13-14)

En resumen, como compañeros y compañeras de Cristo nos debemos mutuamente paraklēsis.

b. Catequesis o discipulado

“Vivir la unidad” resulta exigirnos mucho. Mi percepción es que necesitamos mucha formación para convertirnos en verdaderos paracletos los unos de los otros, y para aceptar la paraklesis de los demás. Como compañeros(as) de Cristo, tendremos que “aprender a Cristo, la verdad que está en Jesús”, como muy bien dice Efesios (Efesios 4:20), para “tener la mente de Cristo” (Filipenses 2:5). El término “aprender” en “aprender a Cristo” es la forma verbal de “discipulado”. Ser una persona discípula es ser aprendiz, ser estudiante, alguien en proceso de formación. Eso es lo que el término significa, ante todo. Necesitamos discipulado en el duro trabajo de la unidad.

La humildad, la estima por los demás, escuchar sin resistencia a aquellas personas cuyas opiniones y convicciones nos resultan incómodas o incluso aborrecibles, requieren formación, práctica (véa 1 Corintios 13:4-8; Efesios 4:2, 3; Colosenses 3:12-15; Filipenses 2:1-11). Por eso hay que insistir en ello con claridad y frecuencia. Aprender a decir la verdad, incluso la dura verdad en el amor (¡!) requiere instrucción paciente y práctica. “Aprender a Cristo”, desarrollar la “mente de Cristo”, ser transformados por la renovación de nuestra mente, como dice Pablo en Romanos 12:2, comprender y practicar la verdad que está en Jesús – todo eso requiere práctica, formación, educación, en efecto catequesis, esa antigua palabra eclesiástica para educación en la fe.

En Isaías 50 encuentro una imagen perfecta de un paráclito:

El Señor DIOS me ha dado la lengua de un maestro, [¡o de uno que es enseñado!]

para que sepa sostener al cansado con una palabra.

Mañana tras mañana él despierta – despierta mi oído

para escuchar como quien es enseñado.

El Señor DIOS ha abierto mi oído

y no fui rebelde,

no me volví atrás.

Escuchar sin resistencia, pero también tener una palabra que sostenga a la persona cansada, errante y debilitada, eso es lo que significa ser paráclitos los unos de los otros.

¿Pensamos en nuestras congregaciones como talleres de formación, de discipulado, para aprender y practicar la unidad siempre – transformadora que tenemos en Cristo? ¿Para “vivirla”? ¿Pensamos en el CMM como una escuela de discipulado, “aprendiendo a Cristo” juntos, aprendiendo cómo “vivir la unidad”, precisamente en cómo navegamos nuestras diferencias dentro de la unidad del Espíritu? Debemos saber esto: nunca nos graduaremos de esta escuela. El Espíritu se encargará de ello. Pero también tenemos al Espíritu ayudándonos con los deberes.

7. Para que el mundo conozca

Quiero concluir con el texto con el cual empecé, la oración de Jesús en Juan 17: “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, para que el mundo conozca que tú me enviaste, para que el mundo crea que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado”. (Juan 17:21, 23)

¿Saber qué? ¿Creer qué? ¿Qué es lo que Jesús desea que se comunique con nuestra vivencia de la unidad? ¿Que la unidad es mejor que la división, la polarización y la hostilidad abierta? ¿Que somos una tradición amante de la paz? Todo eso está bien. Pero la buena noticia que debemos proclamar con nuestra unidad en Cristo es que él, Jesús, fue enviado por el Padre, para usar su lenguaje, porque Dios amaba al mundo, a todo el y a sus habitantes.

Nuestra unidad, nuestra vivencia de ella, es evangelización, proclamación de la buena nueva a través de nuestra vida en unidad. Dar expresión pública a las intenciones de Dios de salvar el mundo nos exige toda la sabiduría, paciencia, creatividad y valiente imaginación que podamos reunir. No hay llamado más elevado. Pero sólo lo haremos si juntos caminamos en el amor como cuerpo de Cristo, unidos unos a otros por aquel que es “nuestra Paz”. Nuestro mundo, desgarrado por la violencia, el conflicto, la polarización y el miedo al futuro, necesita desesperadamente oír y ver un Evangelio que conlleva la promesa de sanación, de reconciliación, de salvación y de transformación.

Concluyo con una doxología:

Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, a él sea gloria en la iglesia en Cristo Jesús por todas las edades, por los siglos de los siglos. Amén. (Efesios 3:20, 21.)

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III. Construir Paz – ‘Mi Paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da’

1. Paz versus paz

Hoy reflexionamos sobre el último de los tres elementos del eslogan. He leído las actas de las discusiones durante la formación del eslogan, y está claro que la paz fue central en cada grupo de discusión en relación a lo que caracteriza al CMM y a su misión. Aspiramos la paz y queremos que se nos conozca por ella. Y lo somos. Doy gracias por esta parte de nuestro patrimonio.

Durante gran parte de nuestra historia, nuestra paz pública, lo que llamábamos “nuestra posición de paz”, consistía sobre todo en negarnos a tomar las armas – la no resistencia o la indefensión (Wehrlosigkeit), no tanto la creación de paz positiva. Aun así, si nos fijamos bien, el fruto del evangelio de la paz o lo que podríamos llamar “discipulado de la paz” fue algo más que la no resistencia. Lo vemos en las virtudes profundamente inculcadas de la humildad (aunque a menudo sintamos orgullo de nuestra humildad), de decir la verdad, de la deferencia hacia los demás y de la vida sencilla (creo que todas las personas estamos de acuerdo en que hay que redescubrir algunas de ellas). Pero, en su mayor parte, lo que caracterizaba nuestra tradición como Iglesia Histórica de la Paz era la negativa a portar armas.

Hay que reconocer que incluso eso fue bastante marginal en nuestros esfuerzos misioneros. Las razones son diversas. En primer lugar, el trabajo misionero se realizaba a menudo en contextos en los que la objeción de conciencia ni siquiera era legalmente posible, como ocurre a menudo hoy en día. En segundo lugar, la negativa a portar armas se había abandonado en gran parte del mundo menonita, especialmente en Europa. Incluso allí donde se practicaba, no siempre se consideraba esencial para el Evangelio que proclamábamos en nuestros esfuerzos misioneros. Se trataba más bien como una tradición distintiva, como una característica étnica, importante pero no esencial para el Evangelio. “Paz” se refería más bien a tener “paz con Dios”.

Es evidente que en muchas partes de nuestra familia menonita las cosas han cambiado radicalmente en el último siglo. Donde antes nuestra costumbre era mantenernos al margen de la sociedad, hemos llegado a considerar que la paz exige un compromiso activo, a veces radical, con la sociedad. La “paz” se ha convertido en un elemento central de la identidad anabautista, pero ahora como establecimiento de paz o, como en nuestro eslogan, como construcción de la paz. En muchas partes de nuestra comunión, la no resistencia ha dado paso a la resistencia no violenta a la injusticia.

2. El CMM y la paz

He disfrutado mucho leyendo la historia del CMM de John Lapp y Ed van Straten, “Congreso Mundial Menonita 1925-2000: De la Conferencia Euroamericana a la Comunión Mundial”, así como ‘Vivir desde el Futuro de Dios, de Alfred Neufeld, publicado poco antes de su prematuro fallecimiento.

La primera reunión del CMM en 1925 fue un esfuerzo por reunir a personas menonitas distanciadas entre sí por la guerra y todas las cicatrices que dejó en las personas menonitas de bandos opuestos, pero también por sospechas de la teología, piedad y ética de cada uno. La paz parece haberse centrado inicialmente en las relaciones entre menonitas y en la ayuda a las personas necesitadas.

La segunda reunión en 1930 en Danzig se llamó “Conferencia de la Ayuda Mundial”. Inmediatamente después de la siguiente reunión en Amsterdam/Elspeet en 1936, los comités menonitas de paz europeos y norteamericanos organizaron el Comité Menonita Internacional de Paz para canalizar el apoyo a los menonitas que sufrían por negarse a hacer el servicio militar.

Tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial comenzaron a surgir tensiones. Un cambio de la paz como no resistencia y alivio a la paz como enfrentamiento activo de la violencia y la injusticia en el mundo estaba afectando a la comunidad del CMM. La asamblea de Curitiba en 1972 hizo aflorar estas tensiones, como indiqué ayer, poniendo un serio énfasis en los esfuerzos por la unidad. Cómo responder a la dictadura militar en Brasil, e incluso si responder o no, fue un punto álgido. Los holandeses recordaban de la asamblea anterior en Holanda el fuerte desafío de Vincent Harding, menonita afroamericano y estrecho colaborador de Martin Luther King.

“Esto es lo que sabemos: los mendigos revolucionarios no esperarán más. Cristo ha prometido estar con todos los mendigos y sus promesas son seguras. . . Marchad, santos, y sed contados”.

Para consternación de los menonitas brasileños, los holandeses, en respuesta a la dictadura militar brasileña, decidieron no asistir a la Asamblea de Curitiba, aunque enviaron una pequeña delegación para mostrar sus vínculos con el organismo mundial más amplio. Además, algunos jóvenes latinoamericanos distribuyeron entre los asistentes a la Asamblea una declaración en la cual pedían una “nueva infusión del Espíritu Santo que nos muestre que callar ante estas injusticias significa aceptarlas” y que llamaba a recuperar “la conciencia anabautista del pueblo de Dios como comunidad redentora”. “Redentor” en este caso significaba compromiso con el cambio social y político. Claramente, estaban más en sintonía con el obispo brasileño Dom Elder Camara que con sus compañeros menonitas. Éstos, a su vez, insistían en la prioridad de una reconciliación con Dios, y en la importancia de no perder de vista que la tarea central de la iglesia es la evangelización.

El tema de la asamblea de Curitiba fue “Jesucristo reconcilia”. Como indica el resumen de Alfred Neufeld, se habló menos de paz que de reconciliación. Y la agenda más inmediata era la reconciliación entre estas perspectivas tan apasionadamente sostenidas. “La paz” era evidentemente un “tema controversial”.

A medida que se producía este cambio de la no resistencia al establecimiento de paz activa, la famosa carta de Jeremías a los exiliados judíos en Babilonia cobraba cada vez más importancia. Él les pide que “busquen la paz – el shalom – de la ciudad” (Jeremías 29:7). Esto se convirtió en una especie de grito de llamado a la acción a favor del establecimiento de paz activa por el bien del mundo, nada menos que una postura misionera con respecto a la paz. La negativa a portar armas dio paso al establecimiento de paz activa, y después a la construcción de paz. No es exagerado decir que la no resistencia dio paso a la resistencia. «Paz» y “justicia” se besan, como dice el Salmo 85:10, citado a menudo.

La “justicia” se entiende, sin duda, no como justicia retributiva sino como justicia reparadora, que aborda activamente la violencia y la opresión, incluidas las dimensiones sistémicas y estructurales, desde el ámbito doméstico al público. Recordemos la participación fundamental de Fernando Enns como representante menonita en la Conferencia de Harare, Asamblea de Zimbabwe del Consejo Mundial de Iglesias en 1998, lo que llevó al CMI a comprometerse con el “Decenio para Superar la Violencia”. El vocabulario de “paz justa” o “paz y justicia” encaja perfectamente para describir este cambio.

Mantenerse al margen de los problemas dio paso a meterse en ellos. Por instigación de Ron Sider en su famoso discurso del Congreso Mundial Menonita en 1984 en la Asamblea de Estrasburgo, los menonitas han estado “interponiéndose” en las hostilidades y solidarizándose con las víctimas, como los Equipos Cristianos de Acción por la Paz (ahora Equipos y Comunidades de Acción por la Paz).

O pensemos en los esfuerzos pioneros de los menonitas en materia de justicia restauradora, mediación, resolución de conflictos alternativa y reforma penitenciaria. En nuestra parte de la familia en Norteamérica, el compromiso con la paz ha centrado cada vez más su atención en los abusos sexuales, las relaciones entre indígenas y colonos, el legado del colonialismo, las guerras en Gaza y Ucrania, y cada vez más sobre la crisis medioambiental. Tenemos programas de estudios sobre la paz en la mayoría de los colegios, universidades y seminarios menonitas, e impartimos seminarios y talleres en muchas partes del mundo, tanto dentro como fuera de la iglesia.

En resumen, nos hemos vuelto muy efectivos en “buscar la paz de la ciudad”. Mientras que la no resistencia encaja bien con la separación del mundo, nuestro enfoque actual de entender la paz como un compromiso activo, incluso agresivo, está muy “en el mundo” y “para el mundo.”

Esto ha repercutido en lo que entendemos por “anabautismo”. Para algunas personas ha llegado a identificarse con una postura y una orientación pacifistas activas, a menudo contrapuestas a una agenda evangélica o evangelizadora, y con demasiada frecuencia sólo con un débil vínculo con la participación en la Iglesia. Las preocupaciones de Curitiba en 1972 aún siguen vivas medio siglo después. No es sorprendente que muchas personas se sientan cada vez más alejadas de la idea de hacer de la paz un elemento central del llamado de la Iglesia, especialmente cuando se entiende en términos sociales, sistémicos o políticos que dejan a la propia Iglesia fuera del marco del establecimiento de paz. Para ser más exactos, en su opinión la “paz” está relacionada con las dimensiones espirituales o relacionales, que sienten que se están dejando de lado al centrarse en la paz. Puedo oír el lamento de Jesús: “¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz!”.

¿Qué anunciamos con este tercer elemento de nuestro eslogan – “construir la paz”? ¿O a qué aspiramos? ¿Es un extremo del espectro de los significados de “paz” más anabautista que el otro? ¿Es uno u otro, más fiel a las Escrituras?

3. La Biblia y la paz

Para los anabautistas la Biblia ha sido fundamental. Sin ella, sólo nos queda apelar a nuestra tradición anabautista. Pero con respecto a la «paz», el énfasis actual no ha existido por mucho tiempo, así que ¿hasta dónde debemos escarbar en la tradición para encontrar un fundamento?

La Biblia es un regalo de Dios, un archivo de conversaciones sobre y con Dios, un espacio compartido para que escuchemos a Dios hablarnos y para que nos escuchemos unos a otros. Así pues, exploremos juntos qué contenido puede ofrecernos la Biblia para este elemento del eslogan.

a. Paz integral

En la Biblia hebrea o Antiguo Testamento el término traducido como “paz” es “shalom”. Pero shalom se traduce propiamente no sólo como paz, sino también como salud, bienestar, seguridad, libertad de enemistades y opresión, buenas cosechas, administración veraz de justicia, atención a las personas vulnerables, así como un estado armonía, de equilibrio. Y lo que es más importante, shalom abarca los muchos aspectos de nuestra relación con el Creador, el redentor, el sanador y el juez – el Dios de shalom.

La importancia de esto para el CMM es que el shalom toca la base de todas nuestras preocupaciones – desde el evangelismo, la plantación de iglesias y la teología, hasta la solidaridad con quienes sufren, la construcción práctica de la paz y la justicia, y nuestras preocupaciones en torno al medio ambiente. Todas y cada una de nuestras Comisiones y sus Redes afines, así como el Grupo de Trabajo de Cuidado de la Creación, se sienten atraídos por esta concepción de la paz como totalidad. Todos juntos somos una comisión de paz, por así decirlo.

Cuando los judíos tradujeron las Escrituras hebreas al griego en las décadas anteriores a Jesús, el griego era la lengua más común de la época. Tradujeron shalom como eirene – de donde procede nuestro nombre, Irene. De este modo, trasladaron la carga de significado del shalom hebreo que conocían de las Escrituras a un mundo romano en el que eirene ya gozaba de una amplia difusión, con connotaciones de tranquilidad y calma, o de pacificación mediante la fuerza militar. De este modo, trasladaron el significado del shalom hebreo que conocían por las Escrituras a un mundo romano en el que eirene ya gozaba de gran popularidad, con connotaciones de tranquilidad y calma o de pacificación por la fuerza militar. Para la Roma imperial, estos estaban relacionados. La cruz romana fue concebida como un medio para esa pacificación, la supresión de la revuelta y la resistencia, para crear la calma que orgullosamente llamaban la “pax Romana,” la paz de Roma. Esto representa una enorme colisión en el entendimiento de la paz.

Debemos prestar atención a esto cuando leamos el Nuevo Testamento. Los seguidores judíos de Jesús eran muy conscientes de los conceptos contrapuestos de paz. Por eso cuando se referían a Cristo como “nuestra paz” (Efesios 2:14), que hizo la paz “matando las enemistades mediante la cruz” (2:16), estas personas sabían que era una provocación a la Roma imperial. Y cuando representaban a Jesús como evangelizador de la paz (2:17), reuniendo a judíos y gentiles, hombres y mujeres, esclavos y libres, era una provocación para ellos mismos en sus identidades seguras. O cuando representaban a Jesús como sanador, exorcizador, al dar de comer a las personas hambrientas e invitando a los hambrientos espirituales a dirigirse a Dios como a su propio Abba, vieron al Dios de shalom en acción, instaurando el reino de paz, el reino de Dios.

El término paz no se explica por sí mismo. Los significados pueden superponerse, pero no son lo mismo. Cuando utilicemos el eslogan “construir la paz”, no tomemos el término de la estantería del uso común, sino llenémoslo con el rico y diverso tesoro que nos ofrece la Biblia.

b. La paz es un don de Dios

El segundo punto que quiero destacar es que la paz es un don de Dios. Es Dios quien inicia el shalom. Nosotros no hacemos la paz con Dios, sino que Dios hace la paz con nosotros. Lo vemos en todos los salmos y en los profetas, el motivo de Dios como iniciador de la paz encuentra su máxima expresión en la vida, enseñanza, muerte y resurrección de Jesús. Permítame señalar brevemente tres grandes textos sobre la paz que muestran a Dios como principal impulsor cuando se trata de la paz.

Romanos 5

Vs 1: Justificados (hechos justos), pues, por la fe [fidelidad de Dios], tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo

Vs 6: Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos

Vs 8: Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.

Vs 10: Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida. 

Juan 14:27

La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.

Volvamos a Pablo: En Efesios 2 estamos más que familiarizados con Cristo como “nuestra paz”, derribando muros que dividen, reuniendo a grupos hostiles en un solo cuerpo, creando un nuevo ser humano y matando la hostilidad mediante la cruz (2:14-16). Pero el capítulo comienza con un notable “todos nosotros” – ustedes y nosotros, ustedes gentiles impíos y nosotros, judíos creyentes de antaño – todos somos muertos vivientes, zombis, que respiramos el aire tóxico que nos aleja unos de otros y de Dios. Esa asombrosa imagen ambiental de alienación y muerte anticipa inquietantemente nuestro tiempo, ¿no es así?

“Pero Dios”, versículo 4, en su amor sin límite, nos ha dado vida, nos ha resucitado – a usted y a nosotros – y nos ha sentado junto al Mesías para que todos, incluidas las edades venideras, vean la riqueza inconmensurable de la gracia de Dios.

En resumen, Dios está en una misión de paz en Cristo. La reconciliación entre nosotros y aquellas personas de quienes nos hemos distanciado es una demostración de la gracia de Dios. El Mesías, que es “nuestra Paz”, es Dios pacificador, constructor de paz, en acción. “¡Porque por gracia ustedes han sido salvados!”. Así es.

c. Busca la paz y persíguela

No nos salvamos por nuestro establecimiento de paz, podríamos decir, por nuestra construcción de paz, sino para construir la paz, la buena obra que Dios tiene en mente para nosotros, los humanos, desde antes de la creación (Efesios 2:10). Como agraciados por el Dios de la paz, se nos invita a unirnos al Creador para hacer y construir la paz. Me viene a la mente la frase de 1 Juan 4:19: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”. Podríamos reformularla: “Hacemos la paz porque Dios hizo primero la paz con nosotros”. Como dice inolvidablemente Efesios 5:1: “Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados”.

A los escritores del Nuevo Testamento les encantaba la frase del Salmo 34:14: «Apártate del mal y haz el bien, busca la paz y síguela». 1 Pedro 3:11 cita el dicho textualmente, Hebreos 12:14 en parte. Romanos 12 es una adaptación bastante notable. Aquí es donde Pablo se parece mucho al Sermón del Monte respecto a lo que entre nosotros se conocía como la no resistencia:

No te vengues, deja la venganza a Dios. En lugar de eso, dale a tu enemigo hambriento y sediento comida y agua. Si es posible, en la medida en que dependa de ti, vive en paz con todos. (algunos fragmentos de Rom 12,14-21)

“Si es posible, en la medida en que dependa de ti…” suena un poco a realismo, ¿no? Puede ser. Pero desde luego no es fatalismo ante el mal. Debe leerse, en mi opinión, como una invitación urgente a buscar lo que podemos hacer frente al daño y a la hostilidad. Al fin y al cabo, tenemos el llamado a “vencer», como dice el versículo 21, a salir victoriosos del mal, no tomando represalias, sino haciendo el bien, y eso incluye, sin duda, estar alerta ante cualquier oportunidad y emplear toda la energía que podamos en el establecimiento de la paz.

Romanos 12:13 a menudo se traduce de forma bastante insulsa como “extiende la hospitalidad”. Una traducción literal se acerca mucho más al espíritu del versículo 21: persigue a las personas extrañas con amor; ¡bendice a quienes te persiguen! ‘Pursue’ (Perseguir) y ‘persecute’ (perseguir) son exactamente la misma palabra en griego: diōkō. Debemos “perseguir” no sólo a las extrañas con amor, para traducir literalmente, sino bendecir a quienes nos persiguen o persiguen. Pablo habla aquí de persistencia, de tenacidad, esfuerzos incansables por la paz. Quizá “construir la paz” debería ser más bien “perseguir la paz”. Así son aquellos, dice Pablo, a los que Dios ha perseguido para hacer la paz.

Romanos 14:19 combina “buscad la paz” con “edificaos los unos a los otros”, que es la forma favorita de Pablo de referirse a nuestras interacciones mutuas en el cuerpo de Cristo.

d. La Iglesia como proyecto de Dios para construir la paz

Permítame utilizar este versículo para centrar la atención en la Iglesia y en nuestras relaciones mutuas en el cuerpo de Cristo.

Gran parte de nuestra espiritualidad, gran parte de nuestro evangelismo se centra en la persona, enfocado en lo individual. ¿Yo tengo paz con Dios? ¿He sido yo justificado? ¿Yo me he salvado? El énfasis anabautista en la elección y decisión personal puede contribuir a ese énfasis. No quiero restarle importancia. Nuestra relación con Dios es intensamente personal. Sin embargo, no se detiene ahí. Las Escrituras sitúan la construcción de la paz de Dios en un marco mucho más amplio. La repetida mención de gentiles y judíos en Efesios, por ejemplo, es una forma de hablar de la humanidad en su conjunto, desgarrada por divisiones y hostilidades. Cristo es “nuestra” paz, no sólo “mi” paz, donde “nuestra” incluye a aquellas personas de quienes me he distanciado. Como constructor de la paz, Dios reúne “todas las cosas” en y por medio de Cristo (1:10), y eso incluye a todos los pueblos, de hecho “todas las cosas” en toda la creación.

¿Qué está “construyendo” Dios con este esfuerzo pacificador? Dios está reconstruyendo la humanidad, ampliando la familia de Dios, extendiendo las fronteras del pueblo de Dios. La construcción de la paz por parte de Dios tiene por objeto lograr una unidad, una unidad formada por personas antes distanciadas y hostiles, humanidad rota y pecadora. Dios está construyendo un hogar – la casa de paz. A esto lo llamamos “iglesia”, cuya raíz significa “del Señor”. “Iglesia” es nada menos que el proyecto de construcción de paz del “Señor de paz” (2 Tes 3:16). ¿Somos capaces, aunque sólo sea por un momento, de mirar más allá de las necesarias estructuras e instituciones, de las agotadoras responsabilidades, los agotadores desafíos y las frecuentes decepciones que tan a menudo experimentamos como “trabajadores de la Iglesia”, y ver a Dios, el dador de paz, construyendo un hogar, electrificándolo con el Espíritu, con la esquina y la lápida del mismo Jesucristo?

La construcción de paz en relación con la iglesia, y eso incluye nuestra vivencia de la unidad, no es una distracción de nuestro verdadero testimonio de paz. Ser una “iglesia de paz” no apunta sólo hacia afuera, hacia el mundo. La labor que realizamos en el CMM es, en esencia, participación en la construcción de la paz de Dios. Nuestro compromiso de vivir la unidad en el CMM no es otra cosa que construir en el hogar de Dios, más, de anunciar el evangelio de la paz al mundo – “para que el mundo conozca” (Juan 17). En resumen, la iglesia está en el centro mismo de la construcción de la paz de Dios.

4. Falsa dicotomía

Propongo que tomemos el testimonio de la Biblia como una invitación urgente, no a perpetuar, sino a superar una división que nos ha preocupado durante gran parte de la historia del CMM – entre la construcción de paz, por un lado, y la iglesia y su misión de proclamar el evangelio, bautizar y hacer discípulos, por el otro. Sí, por supuesto, los miembros del cuerpo son diferentes entre sí y tienen tareas distintas. Eso es esencial para un cuerpo (1 Corintios 12). Algunas peronas se sentirán más entusiasmadas y equipadas para algunas partes de la agenda de construcción de paz de la iglesia que para otras. Es muy posible que sea el Espíritu quien conceda dones diferentes. La división del trabajo es posible y necesaria. Pero somos un solo cuerpo, comprometido en última instancia en el mismo proyecto de paz. En mi opinión, ambos extremos del espectro se empobrecen el uno sin el otro. Ambos sufren una falta de shalom, una falta de integridad intrínseca a la paz bíblica.

Al igual que los líderes y las lideresas de la Asamblea del CMM en Curitiba en 1972, yo anhelo la reconciliación. Eso significa algo más que coexistencia y voluntad de llevarse bien. Significa estar lo suficientemente cerca como para que nos contagiemos mutuamente, que nos edificamos mutuamente con “la verdad que hay en Jesús” (Ef 4:21), que damos forma a la imaginación de los demás. Significa que nos comprometemos mutuamente de forma crítica y aceptamos esa crítica como una gracia salvadora.

En mi opinión, nos necesitamos unos a otros, y cada vez nos necesitaremos más. Necesitamos la unidad de quienes tiran de ambos extremos de la tensionada cadena de paz. Es probable que nos enfrentemos a vientos en contra que nos envolverán a todos.

En algunos sectores de nuestra comunión es actualmente la sexualidad la que está desgarrando el tejido de la unidad. Pero la creciente crisis climática nos pondrá a prueba tanto o más. Requerirá que todos nos pongamos manos a la obra.

Gran parte de nuestra construcción de la paz se ha basado, al menos en el Norte Global, en un momento en el que nuestra sabiduría como personas constructoras de paz es apreciada, incluso bienvenida, cuando compartimos el optimismo de que las cosas pueden cambiar. Pero hay indicios de que esto parece estar cambiando con el aumento del miedo, la sospecha e incluso el odio en la esfera pública.

Merece la pena reflexionar sobre el hecho de que gran parte de la teología de la paz, decimos teologías, de la Biblia se forjado bajo la tapa de hierro del imperio, la brutalidad de la persecución, la vulnerabilidad de la vida humana ante la enfermedad y el hambre. Los llamamientos bíblicos a buscar la paz, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, se pronunciaron en contextos de conflicto, desorientación, desplazamiento, exilio y opresión imperial. Esto no fue menos cierto para los primeros anabautistas.

Es importante que hayamos podido aprovechar tan bien este momento insólito de la historia de la humanidad, al menos en el Norte Global. Pero ¿seremos capaces de articular el evangelio de la paz cuando las personas dirigiendo nuestros países atizan la violencia, el odio y el miedo, cuando las estructuras de la democracia parecen cada vez más tambaleantes, cuando la guerra resulta cada vez más atractiva como instrumento de poder, cuando el futuro se presenta sombrío e implacable en lo que respecta a la devastación ecológica? Nos necesitaremos, todos, los analistas, los diplomáticas, los científicos del medio ambiente, los profesionales del medio ambiente, así como los pastores, pastoras, profetas, paráclitos y evangelistas cuya visión del evangelio tenga una palabra que nos sostenga cuando la esperanza se agote, cuando el futuro sea sombrío, que nos impida buscar la salvación de un modo que renuncie a la creación que Dios ama.

Es en tiempos como estos cuando se pone a prueba cualquier teología de la paz que se precie. Sólo sobrevivirá a esa prueba en la medida en que esté anclada en el corazón de un Evangelio muy denso y robusto. Así pues, el llamado a la pacificación en la Biblia está necesariamente ligada al sufrimiento y a la esperanza, a la voluntad de “tomar la propia cruz”. Puede incluso que tengamos que reflexionar y redescubrir la antigua sabiduría de la no resistencia como el duro trabajo de la persistencia paciente y tenaz en la esperanza. Creo que las personas del Norte tendrán que sentarse a los pies de los hermanos y las hermanas del Sur. Gracias a Dios por esta familia del CMM y la profundidad de la experiencia y sabiduría que reside en ella.

Vuelvo a recordar, para concluir, Romanos 5:

Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo; por quien también tenemos entrada por la fe a esta gracia en la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Y no solo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia; y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza; y la esperanza no avergüenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.

Con ese texto somos la fuente misma de lo que necesitamos para sostener la construcción de paz: paz, gracia, esperanza, sufrimiento enlazado a la resistencia, carácter y el amor pacificador de Dios derramado en el núcleo de nuestro ser por el Espíritu. Precisamente para tiempos como estos.

Concluyo con una bendición de 2 Tesalonicenses 3:16:

Y el mismo Señor de paz os dé siempre paz en toda manera. El Señor sea con todos vosotros. El Señor esté con todos vosotros.

AMÉN

Thomas R. Yoder Neufeld es presidente de la Comisión de Fe y Vida (en el momento de redactar este artículo). Es profesor emérito de Estudios Religiosos y Teológicos en la ‘Conrad Grebel University College’ (Universidad de Conrad Grebel) de Waterloo, Ontario, Canadá, y persona miembro de la Primera Iglesia Menonita de Kitchener, Ontario, Canadá.

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