Al corriente: julio 14, 2017
Los padres de Ben estaban perplejos y sumamente preocupados. Por una llamada telefónica, se enteraron de que su hijo, de veintidós años, estaba siendo trasladado al hospital para un examen psiquiátrico.
Era un chico normal: inteligente, creativo, divertido y solidario. Pero ahora se comportaba de manera inusual para él: hacía acusaciones infundadas, parecía paranoico y pasaba días sin dormir.
Ben se había quejado de las presiones académicas y sus notas se resintieron en el trimestre anterior. No mantenía contacto con sus amigos porque estaba abocado a un proyecto secreto.
La sala de espera del hospital estaba colmada de gente, y allí estaba Ben, esposado, sentado entre dos oficiales de policía. Tenía la mirada alocada y el cuerpo hundido en el asiento, como derrotado.
Miró furiosamente a sus padres y les acusó de querer que lo arrestaran. Los padres de Ben se sorprendieron de que su hijo dijera y pensara tales cosas.
Estaban mortificados, dado que conocían a muchas de las familias sentadas en la sala de emergencias de su pequeño pueblo.
Ben tenía trastorno bipolar.
El trastorno bipolar consta de dos componentes: episodios depresivos y episodios maníacos. Existen diversos tipos de trastorno bipolar, que comprenden diferentes expresiones de episodios depresivos y maníacos.
Un episodio depresivo incluye síntomas tales como: estado de ánimo depresivo, pérdida de interés o de la capacidad de disfrute de lo que solía ser placentero, irritabilidad, cambios drásticos de peso o de apetito, insomnio, fatiga, la sensación de vergüenza o autoestima baja, dificultad para concentrarse, y pensamientos recurrentes sobre la muerte o el suicidio.
Durante un episodio maníaco, una persona se siente grandiosa, necesita dormir poco, es más locuaz de lo usual, tiene pensamientos inconexos, está alterada físicamente y es impulsiva, haciendo cosas que podrían tener consecuencias dolorosas (derroches de dinero, indiscreciones sexuales, apuestas, imprudencia al conducir).
A veces una persona con trastorno bipolar tiene también psicosis, escucha y ve lo que los demás no escuchan o ven, o tiene ideas extrañas o raras. Generalmente, estos síntomas son tan inquietantes que una persona no puede funcionar o quizá necesite ser internada.
La respuesta de la iglesia
Puesto que la iglesia procura ser una luz compasiva para el mundo, entonces, ¿cómo se manifestará en su actitud hacia las personas o familias afectadas por un trastorno bipolar? Una comunidad eclesial comienza reconociendo e identificando el sufrimiento de una persona. Se esfuerza por incluir en la congregación a personas con diversos estados de salud física o mental.
La Biblia nos insta a cuidar a quienes tienen menos (p.ej. Filipenses 2,1–8; Santiago 1,22–27; I Juan 3,16–18; Deuteronomio 15,7–11; Mateo 25,34–46). Muchos de los sin techo tienen enfermedades mentales. Muchos con trastorno bipolar no pueden trabajar, y aun con subsidio del gobierno sólo pueden acceder a viviendas precarias (o incluso peligrosas), y no tienen suficiente dinero para satisfacer todas sus necesidades.
Las personas que se desenvuelven mejor, podrían necesitar apoyo para terminar sus estudios, volver a trabajar o encontrar un empleo adecuado. ¿Podrá la iglesia procurar cómo ayudar a la gente a que se ayude a sí misma?
Eden Health Care Services, una organización perteneciente a la Iglesia Menonita con sede en Manitoba, ha integrado viviendas económicas en dos comunidades, y servicios vocacionales y viviendas transitorias en otra. Se podría y se necesita hacer muchísimo más en lo que a asistencia se refiere.
La lista de valores cristianos fundamentales podría extenderse: amor, perdón, restauración, inclusión, y no juzgar. Son innumerables las formas de practicar dichos valores con personas que lidian con trastorno bipolar y otras enfermedades mentales. La iglesia en general tiene como único límite la imaginación y la determinación.
Valorar los dones
Si tomamos en serio la imagen de la iglesia como un cuerpo, debemos preguntarnos qué podría ofrecer cada persona a la comunidad. “De hecho, algunas partes del cuerpo que parecieran las más débiles y menos importantes, en realidad, son las más necesarias…Por eso, Dios ha conformado el cuerpo de tal manera que reciban más honor y cuidado las partes menos respetadas”. (1 Corintios 12,22.24)
Con frecuencia, consideramos a quienes tienen trastorno bipolar como una carga para la iglesia. Sin embargo, cada persona tiene dones: entusiasmo, dramatismo, honestidad respecto a la vulnerabilidad, experiencia con el sistema de salud mental y otros más.
Una de las mejores maneras para que una persona tenga un sentido de pertenencia es ser participante, o tener algo que brindar a los demás. El cuerpo está compuesto por muchas partes, y nos enriquece cuando estamos abiertos a la diversidad.
No juzgar
Como mencionamos anteriormente, el trastorno bipolar puede causar alteraciones del pensamiento, que lleven a la persona a actuar impulsiva o destructivamente. En la iglesia, con frecuencia, tenemos una manera muy sencilla de abordar comportamientos no deseados o pecaminosos: le decimos a la persona que deje de pecar. La complejidad del trastorno bipolar desafía un enfoque tan básico de los cambios de comportamiento, y plantea preguntas sumamente difíciles.
¿Cuándo, si es que fuera posible, una persona no es responsable de su comportamiento? ¿Qué rol cumplen los factores físicos respecto a las emociones y vínculos? ¿Nuestro cerebro cuánto afecta nuestros vínculos? ¿Y qué hay del poder de decisión y la tolerancia? Si una persona elige un comportamiento que nos resulta problemático, ¿lo podemos tolerar por el bien del vínculo?
Hay consecuencias naturales y a veces legales para los comportamientos que están fuera de las normas. ¿Cómo podríamos tomar en serio las palabras de Jesús, “No juzguen a nadie para que nadie los juzgue a ustedes”? ¿Podríamos defender a una persona en el sistema de atención médica, el sistema judicial, ante un empleador, en una tienda, con miembros de la familia?
Salud mental en el culto
Un aspecto muy perjudicial del diagnóstico de salud mental es el estigma que conlleva. La sociedad y la iglesia a veces perpetúan dicha marginalización por temor y/o incomprensión.
¿Cuán liberador podría ser escuchar las Escrituras, oraciones, cantos y sermones que toman la enfermedad mental tan seriamente como la enfermedad física? ¿Y si se hiciera referencia a las problemáticas de salud mental empleando la primera persona del plural (nosotros) en vez de la tercera persona del plural (ellos)?
Cuando tengamos la valentía de pronunciarnos compasiva, inteligente y públicamente respecto a la salud mental, empezaríamos a promover nuestras congregaciones como lugares seguros para las personas cuyas vidas no están del todo en orden (¡todos nosotros!).
Cuando las cosas se hablan en voz alta, se vuelven menos herméticas, menos vergonzosas, menos vinculantes; existe menor posibilidad de generar temor y reacciones temerosas.
Muchos pasajes bíblicos expresan palabras reconfortantes a quienes están en una situación apremiante de angustia o sufrimiento. Algunas organizaciones de salud mental disponen de listas de recursos que se pueden usar en el culto.
Prevenir agotamiento/fatiga
Aunque todos tengan capacidades para ofrecerle a la iglesia, hay quienes requieren mucho apoyo y atención. En pequeñas iglesias o pueblos, pareciera como si la misma persona o pocas personas están disponibles para prestar ayuda o apoyo en momentos de crisis. Después de un tiempo, dichas personas quedan agotadas por sus esfuerzos.
Existen maneras de prevenir la fatiga. Se requiere un gran esfuerzo para implementarlas, pero finalmente aumentan la calidad del cuidado y de la vida personal del cuidador.
Primero, encuentren un grupo de personas que apoye a un individuo con un alto nivel de necesidades. Si una persona no está disponible en un momento dado, se puede llamar a otra. Las personas podrán tener capacidades y roles específicos: brindar asistencia práctica, contacto social o atención espiritual.
Segundo, establezcan los límites personales. Si el sábado es el día que están con la familia, fijen un límite a las actividades del cuidado que puedan ofrecer. Ser franco es útil, dado que brinda claridad a la relación.
Tercero, conozcan sus límites. Dichos límites pueden implicar factores de tiempo (no puedo dedicarle más de dos horas por semana), comodidad (puedo llevar comida pero carezco de una gran capacidad de escucha), y conciencia del propio bienestar (yo mismo he estado lidiando con depresión últimamente y no cuento con los mismos recursos emocionales que solía tener).
La iglesia está conformada por seres humanos, que nos caracterizamos por nuestra diversidad, singularidad, habilidades y dificultades. Es un lugar donde podemos reunirnos para examinar nuestra común humanidad y crecer juntos, desarrollarnos y así convertirnos en personas que expresan su máximo potencial.
Este es un camino que debemos recorrer juntos, en tanto nos encontramos con un mundo que suele ser complejo, y también encantador. Disfrutemos de nuestras relaciones mutuas.
—Joanne Klassen, Maestría en Terapia de Pareja y de Familia, y Maestría en Teología. Este artículo fue escrito originalmente para Meetinghouse, una asociación de editores anabautistas de Canadá y Estados Unidos.
Este artículo apareció en Correo/Courier/Courrier en abril de 2017.
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