Hijos de luz

Algunos recordamos que el término “anabautista” fue ante todo un insulto. Esta palabra, que literalmente significa “rebautizadores”, pertenece al arsenal de otros insultos que les fueron lanzados a nuestros ancestros, no por paganos o musulmanes, sino por otros cristianos en Europa. Nos decían, “entusiastas, herejes, sediciosos y blasfemos”. Nuestros antepasados respondían al trato que recibían, por lo menos de palabra. El líder anabautista George Blaurock dijo ante el tribunal: “El Papa y su séquito son ladrones y asesinos; Lutero y sus seguidores son ladrones y asesinos, y Zwinglio [y sus colegas] son ladrones y asesinos de Cristo”.

Este tipo de lenguaje no era nuevo para los cristianos en el siglo XVI. El lenguaje y las actitudes violentas también impregnaron la comunidad en la cual había nacido Jesús. En su Rollo de Guerra, los esenios del primer siglo, quienes se retiraron al desierto para formar una comunidad pura, describieron sus expectativas de una gran guerra en la que Dios los dirigiría contra sus enemigos: “El primer ataque de los Hijos de la Luz será realizado contra las fuerzas de los Hijos de las Tinieblas”. Con frecuencia se compara este texto con I Tesalonicenses 5:5, en el que el apóstol Pablo llama al pueblo de Jesús “hijos de luz”. Ahora bien, generalmente I Tesalonicenses no se considera fuente de enseñanza en cuanto al conflicto dentro de la iglesia. Los estudiosos de la Biblia que procuran mayor claridad respecto a esta cuestión suelen recurrir a I Corintios. Dicha carta plantea múltiples cuestiones problemáticas: creyentes que se denuncian ante los tribunales, gente que argumenta que el matrimonio es malo, miembros ricos de la comunidad que comen en exceso en la Cena del Señor, y, si la resurrección es realmente el núcleo central de su fe.

O recurrimos a Filipenses, donde Pablo presenta a Cristo, quien tomó la naturaleza de esclavo, como nuestro modelo. Luego, Pablo nos insta a “tener esa misma manera de pensar”, y luego, a dos mujeres líderes en la congregación a que “se pongan de acuerdo”. O recurrimos a la gran carta a los Romanos, en la que Pablo procura ayudar a los creyentes judíos y gentiles, a quienes no conoce, a que se den espacio entre ellos a pesar de las muchas diferencias.

Pero, ¿y I Tesalonicenses? Ciertamente, esta primera carta no fue una respuesta a los conflictos entre los creyentes de Jesús. De hecho, el tema principal de la carta parece ser que ellos esperaban tan fervientemente el inminente regreso de Jesús que los asuntos de la vida cotidiana parecían de poca importancia, hasta que murieron algunos creyentes. Pero incluso aquí, en medio de todo el fervor escatológico, la importancia de la vida comunitaria diaria de los creyentes constituye el núcleo básico de las convicciones de Pablo.

Algunas de las imágenes de la Tesalónica de Pablo podrían haberles parecido familiares a los moradores del desierto de Qumrán, porque, como ellos, estaba usando los escritos del Antiguo Testamento para reflexionar sobre “el día del SEÑOR”. Pero Pablo tiene un enfoque diferente al del Rollo de Guerra de Qumrán. Para los miembros de la comunidad de los Rollos del Mar Muerto, los líderes corruptos de Jerusalén y sus brutales amos romanos representaban físicamente a los “hijos de las tinieblas”. Pablo reconoce la realidad del poder de las tinieblas en la sociedad al señalar que, “la gente que se embriaga se emborracha de noche” (v. 6). Él critica directamente a las tropas romanas que mantienen la “paz y seguridad” (v. 3). Pero para Pablo, ser “hijos de luz” es una tipificación de la comunidad, en medio de las fuerzas de oscuridad, que no son personas sino poderes. En ese mismo contexto, los seguidores de Jesús bien pueden esperar el día del SEÑOR con confianza, sin violencia ni temor.

Pablo sabe que los profetas del Antiguo Testamento, refiriéndose al día del Señor, con frecuencia definen a Dios como guerrero. En Isaías 59:17, Dios se pone la “rectitud/justicia como coraza”, el “casco de la salvación”, “vestiduras de venganza”, y “mantos de celo”. Según Tom Yoder Neufeld, quien hablara ayer, las vestiduras de guerra de Dios demuestran la respuesta de Dios a la injusticia.

En tal caso, las imágenes de “mantos de celo” representan la pasión necesaria para responder a situaciones de profundo sufrimiento humano. Al mismo tiempo, Pablo reconoce que el celo, o la pasión, incluso en procura de lo que es bueno, puede ser malo. Pablo podría haber estado pensando en el “celo de Finees”, quien mató a un israelita y a su esposa extranjera (Números 25). Quizá reflexionaba sobre la matanza de los profetas de Baal por parte de Elías. (Como la bendita memoria de Millard Lind nos lo ha recordado, aunque Dios le ordenara a Elías que desafiara a los profetas de Baal, Dios no le ordenó que los matara.) Pablo sin duda incluyó su propio pasado en dicha oscura compañía y, ciertamente recordó el asesinato de Esteban: “En cuanto al celo, [fui] perseguidor de la iglesia” (Filipenses 3:6).

Según gran parte de nuestro análisis de los contextos políticos, económicos, culturales y religiosos en que vivimos, el pueblo de Jesús es semejante a los autores del Rollo de Guerra. Sabemos que los tiempos son sombríos. Sin embargo, al describir las cosas particulares que suceden en nuestras comunidades y nuestro mundo, la mayoría estaría de acuerdo en que los acontecimientos del mundo, o incluso los acontecimientos en nuestras iglesias, no parecen seguir el plan de Dios. Los creyentes de Tesalónica es probable que tuvieran vivencias de su mundo de una forma parecida. Así que es muy significativo que en esta carta, Pablo describa al pueblo de Dios, más que a Dios mismo, poniéndose una armadura. Ahora somos nosotros los apasionados, los henchidos de celo, que ingresamos al mundo donde Dios nos ha puesto. La imagen verbal de Pablo sobre la armadura cristiana tiene una sorprendente perspectiva en relación a su fuente en Isaías 59. En efecto, nos ponemos esta armadura, pero en vez de “vestiduras de venganza” y un “manto de celo”, lo que los seguidores de Jesús se ponen parecen las virtudes destacadas en I Corintios 13: la “coraza de la fe y del amor, y por casco la esperanza de salvación”.

Entonces, de qué manera esta carta a los tesalonicenses—una de las primeras escritas por Pablo—nos brinda una guía para vivir como hijos de luz, especialmente cuando estamos en desacuerdo. Sabemos en qué momento vivimos. No importa qué más se podría incluir en nuestras creencias y prácticas; sabemos que es hora de que los seguidores de Jesús se encuentren en lugares donde la oscuridad sea una amenaza, ya sea con víctimas de violencia racial, religiosa o sexual; donde estén aquellos atrapados por el aplastante peso de la pobreza o de los demonios del abuso de sustancias psicoactivas. Debemos estar presentes incluso con la gente sentada junto a nosotros en la iglesia, ávida de una experiencia más profunda con Dios ante el trabajo excesivo, el entretenimiento excesivo o la comida excesiva. El consejo de Pablo parece sencillo: “Anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo” (v. 11).

Uno de los propósitos fundamentales del Congreso Mundial Menonita ha sido que los miembros de nuestra familia cristiana de fe se edifiquen mutuamente. Pero todos sabemos que en muchas ocasiones y lugares no lo hemos cumplido muy bien. La selección del lugar para la primera Asamblea del CMM en el Sur global generó cuestionamientos importantes sobre la conveniencia “política” del lugar para una reunión del CMM. La presidencia del CMM, reunida en 1969 en Kinshasa, Rep. Dem. del Congo, confirmó los planes para realizar la Asamblea de 1972 en Curitiba, Brasil. Motivados por el deseo de realizar la próxima reunión en el “Tercer Mundo”, los miembros de la presidencia consideraron que una reunión en cualquier país de América del Sur, África, o Asia “significaría que las condiciones políticas y de otra índole serían diferentes de aquellas que generalmente prevalecen en Europa o América del Norte”, y que tales diferencias, “no se consideraban insalvables”. Sin embargo, a fines de 1969, un dossier presentado al Papa Paulo VI por sesenta líderes eclesiales europeos, reprobaba la tortura y represión de disidentes políticos en Brasil. En respuesta, los luteranos cambiaron su sede para la reunión mundial en 1970 de Brasil a Francia, y los menonitas de los Países Bajos comunicaron públicamente la posibilidad de que no enviaran delegados a la Asamblea de 1972 si se realizaba en Curitiba.

A lo largo de 1971 y hasta la Asamblea de Curitiba en julio de 1972, se dio un debate por medio de cartas al director, comunicados de prensa y declaraciones oficiales del CMM sobre la acción apropiada a realizarse, que fue difundido a través de las páginas de publicaciones menonitas norteamericanas. Un grupo menonita internacional se reunió en Curitiba en enero de 1971, y anunció la continuidad de los planes para realizar la Asamblea allí. Además, el grupo comunicó que las autoridades brasileñas le habían informado acerca de las reglamentaciones vigentes respecto a las discusiones políticas durante la Asamblea. El secretario ejecutivo del CMM comentó, en aparente acuerdo con dicha prohibición: “Hablar de política sería (para la mayoría de los menonitas de todo el mundo) vulnerar los propósitos fundamentales del Congreso Mundial Menonita”. Los menonitas de América del Sur estaban de acuerdo, calificando los informes sobre la represión como “propaganda y medias verdades inspiradas por los comunistas”. Varios meses después, y en respuesta a un informe oficial del CMM, un profesor menonita canadiense comentó irónicamente que tampoco se harían presentaciones sobre “el señorío de Cristo, dado que siempre ha sido claramente una categoría política”. Un escritor de Ohio pronto criticó la opinión del profesor, calificándola de “extrema”.

Las respuestas oficiales del CMM respecto a la controversia se esforzaban por defender la idea de una reunión “no política”. Sin embargo, en el transcurso del debate, el llamado a fraternizar con hermanas y hermanos, parecía un argumento más convincente a favor de la reunión en Brasil. El presidente de la Convención Menonita de América del Sur dijo que aquellos que querían retirarse de Curitiba no manifestaban un “espíritu fraterno”, mientras que el secretario ejecutivo del CMM señalaba que los menonitas sudamericanos, “anhelan nuestra fraternidad y aliento”. Un escritor, al reflexionar previamente sobre el tema elegido para la Asamblea, “Jesucristo reconcilia”, extendió un llamado a los menonitas de todo el mundo a que derribaran las barreras entre ellos mediante expresiones prácticas de los vínculos que los unían, siendo éste un llamado indirecto a participar en la Asamblea.

En la redacción del material elaborado para la propia Asamblea de 1972, aún se sentía el escozor de las heridas causadas por el conflicto. Refiriéndose a Curitiba como la “ciudad sonriente”, el folleto del programa preparado por los menonitas brasileños describía las atracciones turísticas de la ciudad, y mencionaba brevemente la llegada a Brasil de menonitas provenientes de Rusia, en 1929 y 1930. El folleto del programa además afirmaba que, “por primera vez los menonitas realizarán su Asamblea en un país perteneciente al llamado ‚ÄòTercer Mundo‚Äô,” y agregaba: “Los que vivimos en Brasil no tenemos conocimiento de un gobierno ‚Äòcorrupto‚Äô, ‚Äòterrorista‚Äô o ‚Äòabusivo‚Äô.” El mensaje oficial de la Asamblea, sin embargo, reconoció indirectamente los cuestionamientos que habían sido planteados respecto a la reunión en Brasil: “Como seguidores de Jesucristo, levantamos una voz profética contra todo ejercicio de represión violenta, persecución y encarcelamiento injusto, tortura y muerte, especialmente por razones políticas… Como menonitas, que en su historia han vivido lo que representa la persecución, creemos que el agradecimiento por una vida tranquila y sin perturbaciones no puede llevarnos a que cerremos los ojos a las muchas injusticias inherentes a las estructuras sociales y económicas del mundo actual”.

Aunque esta tensión entre menonitas se resolvió sólo parcialmente, en otras partes de nuestra historia y en la historia de los ancestros cristianos de otras culturas, las historias de edificación mutua se tejen como diminutas hebras de oro en el tejido de los problemas institucionales. Estas historias nos señalan algunos caminos, no fáciles ni sin obstáculos, sino lugares para subir por senderos escarpados y pedregosos, en medio de conflictos profundos y no resueltos.

Uno de estos ejemplos es el de Hilda de Whitby, una abadesa inglesa del siglo VII. Desde el principio, había grandes discrepancias entre los cristianos respecto a cuándo celebrar la resurrección del Señor. Algunos cristianos honraban sus orígenes en el judaísmo, mientras que otros se negaban totalmente a celebrar la Pascua judía el mismo día que se celebraba la Pascua [cristiana]. Muchos cristianos celtas, enraizados en su propio calendario ancestral, establecieron la fecha de la Pascua judía de acuerdo con sus antiguas costumbres. Pero recibieron presiones por parte de los dirigentes de Roma, que insistían en que la Pascua [cristiana] nunca pudo acontecer en la Pascua judía.

Se realizó un sínodo decisorio en el monasterio de Hilda en 664. Aunque Hilda favorecía el calendario celta, la perspectiva romana fue dominante. El liderazgo de Hilda fue una razón importante por la que los cristianos celtas aceptaran la decisión romana, aun cuando se contraponía a sus creencias y cultura. Asombrosamente, después de la reunión, Hilda siguió siendo recordada como una líder respetada y consultada por todos, incluso aquellos que discrepaban con ella. Hilda estaba motivada por el mandamiento, “edifíquense unos a otros”, aun cuando diera lugar a perspectivas distintas a las suyas.

Más de mil años después, algunos cristianos de Estados Unidos empezaban a tomar conciencia sobre su complicidad en el tráfico de esclavos en el Atlántico. Los cuáqueros, al igual que los anabautistas, protestaron contra la coerción del Estado y el uso de la violencia, pero tenían también entre sus miembros quienes poseían, compraban y vendían esclavos. John Woolman, un comerciante cuáquero, escribió en su diario en la década de 1750, sobre el extenso y penoso debate en su comunidad de fe en relación a este asunto.

Según Woolman, “el asunto de la tenencia de esclavos me pesaba mucho”, a sabiendas de que algunos colegas cuáqueros poseían esclavos. Así pues, Woolman asistió primero a la Reunión Cuatrimestral de los Amigos de Philadelphia y luego a la Reunión Anual. Aunque el lenguaje de Woolman suena pesado y florido, escuchar sus palabras directamente también nos ayuda a comprender la importancia de este proceso: “En esta Reunión Anual se consideraron varios asuntos de suma importancia y, hacia el final lo referente a las personas que compran esclavos. Durante varias sesiones de dicha reunión, mi mente estaba frecuentemente protegida por la oración silenciosa, y podría decir con David, ‚Äòque las lágrimas fueron mi pan de día y de noche‚Äô. El asunto de la tenencia de esclavos me pesaba mucho, ni tampoco encontré alguna oportunidad para hablar directamente de cualquier otro asunto antes de la reunión”.

Sin embargo, finalmente Woolman habló sin reservas: “En las dificultades que nos acompañan en esta vida, nada es más precioso que la apertura de la manifestación de la verdad interior; y es mi ferviente deseo que en este importante asunto podamos sentirnos verdaderamente honrados al ser bendecidos con un entendimiento claro de la verdad interior, y que podamos seguirla; esto podría ser de mayor provecho para la Sociedad que cualquier médium sin la claridad de la sabiduría divina. El asunto es difícil para quienes tengan esclavos, pero si dejaran de lado su egoísmo, y llegaran a desprenderse del deseo de obtener fincas, o aun de apoderarse de ellas, cuando la verdad exige lo contrario, creo que se allanaría el camino de tal modo que sabrían cómo conducirse en medio de dichas dificultades”.

A pesar de tal desafío a los intereses económicos de los cuáqueros esclavistas, en la reunión no se pudo resolver el desacuerdo. Pero sí se pusieron de acuerdo en formar un grupo de Amigos que visitaran a sus hermanos y hermanas que fueran dueños de esclavos. En 1758, los cuáqueros de Pennsylvania, “establecieron como un acto de inconducta involucrarse en el tráfico de esclavos”. Y aunque continuaron debatiendo durante décadas la cuestión en sus reuniones, los cuáqueros desempeñaron un papel cada vez mayor en el movimiento abolicionista.

A partir de nuestro pasado, profundos desacuerdos que llevaron a la separación de los anabautistas de las iglesias patrocinadas por el Estado en Europa, todavía dificultan nuestras relaciones con otros cristianos. Pero ahora estamos conversando con antiguos enemigos cristianos sobre los asuntos que hace quinientos años solían separarnos violentamente. Los teólogos del CMM, junto con teólogos luteranos y católicos romanos, mantienen actualmente diálogos sobre el significado del bautismo. Ser anabautista aún significa, para la mayoría de nosotros, ser bautizados cuando tengamos la edad para comprender el compromiso que asumimos. Un participante menonita señalaba: “Todos procuramos repensar los temas en términos del siglo XXI, no sólo del siglo XVI… [Todos] somos conscientes de que sólo a través de la obra del Espíritu Santo es que este diálogo nos aproximará más a la manera de pensar de Cristo”.

Cuando analizamos el pasado, o las iglesias muy lejos de nosotros, quizá pensemos que sus conflictos sean ridículos. ¿Será que la fecha de la Pascua realmente tiene importancia? ¿Será que el bautismo por aspersión o inmersión realmente tiene importancia? Cuando surgen preguntas respecto a quién puede ser ordenado pastor, o si los miembros pueden prestar servicio en las fuerzas militares, o si hablar en lenguas determina nuestros cultos, o quién está a cargo de los ingresos provenientes de las propiedades de la iglesia, o qué idioma tendrían que hablar los líderes, es mucho más complicado.

Actualmente, algunos líderes menonitas del Congo les enseñan a sus hermanas y hermanos a cimentar su labor en la paz con Dios. Dichos líderes requieren dos disciplinas en su labor: “la disciplina del discernimiento”, y una “vida Cristocéntrica radical”. Algunos líderes de Estados Unidos llaman a avanzar como “una comunidad unificada aunque diversa”, “unificada debido a la centralidad de la persona de Jesucristo”, y negándose a “permitir que nuestras discrepancias tengan el poder de provocar divisiones entre nosotros”.

El apóstol Pablo nos dice que sabemos en qué momento vivimos: es hora de que [los hombres y mujeres] del pueblo de Dios en Cristo Jesús sean los hijos de luz en nuestro mundo. Sus palabras referentes al fin de los tiempos no son un llamado al temor, a la violencia ni a la división. Él quisiera que todas sus iglesias hagan lo que él está haciendo: edificarse mutuamente. Se vuelve incluso más insistente sobre este aspecto en la sección del pasaje que sigue: “Vivan en paz unos con otros…. amonesten a los holgazanes, animen a los desalentados, sostengan a los débiles y sean pacientes con todos. Asegúrense de que nadie pague mal por mal; más bien, esfuércense siempre por hacer el bien, no sólo entre ustedes sino a todos. Estén siempre alegres, oren sin cesar” (I Tesalonicenses 5:13‚Äì17). En muchos contextos del mundo menonita, en lugar de continuar lo que hemos venido haciendo, nos vemos tentados a pelearnos, dividirnos, y hablarnos con un lenguaje duro y violento. Es hora de tomar en serio el consejo de Pablo y las singulares historias cristianas que hemos escuchado. Nos recuerdan que podemos “edificarnos unos a otros”, aun en medio de las desgarradoras diferencias de la vida.

Ojalá que podamos aproximarnos más al corazón pastoral Cristocéntrico de Pablo y a aquellos que escucharon su llamado, a fin de que nuestra luz como hijos de Luz, haga un aporte significativo, hoy, este año, y mientras Dios nos convoque a su misión en esta tierra.

—Nancy R. Heisey, profesora de Estudios Bíblicos e Historia de la Iglesia en Eastern Mennonite University, y presidenta del CMM de 2003 a 2009.