• ¿Cómo se interesó en la vida de la iglesia?

    Kraybill: Cuando era niño en Lancaster, Pennsylvania, EE.UU., mi familia participaba muchísimo en la iglesia local. Mis padres colaboraron incansablemente con la congregación realizando diversas actividades, ya sea de maestros de escuela dominical o cumpliendo tareas de limpieza.

    Mi tío Nevin fue misionero en la actual Tanzania. Las historias que relataba cuando volvía de licencia constituyeron mi presentación a la iglesia mundial, despertando mi interés en el cuerpo mundial de Cristo.

    ¿Podría describir su llamado al ministerio?

    Mi llamado principal es al ministerio pastoral. Con los años, he combinado la pastoral con la labor académica y de educación teológica, que me ha sido muy gratificante.

    ¿Qué funciones ha desempeñado a lo largo de los años?

    Mis estudios me llevaron a Goshen College, una universidad menonita en Indiana; al Seminario Teológico de Princeton en New Jersey; y al Seminario Teológico Union, en Richmond, Virginia.

    Durante mi ministerio, fui profesor de Estudios Biblícos en la Academia Menonita Summit Hills de San Juan, Puerto Rico; di seminarios de mediación de conflictos cuando colaboraba en el Centro Menonita de Londres; y fui presidente del Seminario Bíblico Anabautista Menonita de Elkhart, Indiana. Además, fui responsable de la pastoral de una pequeña congregación de Vermont.

    ¿Cuál es su ministerio actual?

    Después de retirarme de la presidencia del Seminario, me dediqué tiempo completo al ministerio pastoral, inesperadamente en mi iglesia local, Prairie Street Mennonite, una congregación multiracial en el centro de Elkhart.

    Ha sido una experiencia tan vivificante: guiando, formando y aprendiendo de una comunidad permanente. Estoy muy contento de servir a estas personas en dicho rol.

    ¿Cómo ha participado en el CMM hasta ahora?

    En 2003, la Iglesia Menonita USA me pidió que fuera el representante de América del Norte en el comité del CMM, y me asignaron la tarea de elaborar lo que luego fueron nuestras siete ‘Convicciones compartidas’. Fui a Zimbabwe a colaborar con un grupo de estudiosos y pastores en la lectura y análisis de 34 afirmaciones confesionales de diversas membresías del CMM. Extrajimos las ideas básicas que definen nuestra identidad como familia mundial de fe.

    ¿Cómo llegó a ser presidente del CMM?

    Hace unos años, el comité de búsqueda encargado de seleccionar al sucesor de Danisa Ndlovu (de Zimbabwe), se comunicó conmigo para preguntarme si autorizaba que me consideraran para dicho cargo.

    Al principio, me opuse. Según habíamos procedido anteriormente, mi esposa Ellen y yo convocamos a un grupo de cristianos que nos conocían y sabían de nuestro interés en la iglesia local y mundial. Les pedimos que orasen con nosotros y nos ayudaran a discernir. Finalmente, me instaron a avalar mi candidatura, percibiendo que este nuevo giro era la voluntad de Dios.

    ¿Qué realiza el presidente del CMM en el día a día?

    Mi rol no es administrativo, sino de gestión. ( César García, nuestro secretario general, es un director ejecutivo muy capaz.) Soy simplemente un voluntario que tiene el privilegio de ser moderador del Comité Ejecutivo y del Concilio General del CMM, los dos grupos que nos ayudan a realizar la labor de la iglesia mundial.

    Me reuniré con los otros directivos del CMM –la vicepresidenta y el tesorero– para tratar asuntos varios: mensualmente (vía Skype), y cara a cara dos o tres veces por año.

    Quizá la mejor parte de mi tarea sea la oportunidad de visitar las iglesias miembro del CMM de todo el mundo. Mi propósito es visitar las iglesias locales de diversos países, y llegar a conocer a los líderes y sus historias.

    En definitiva, considero mi rol en el CMM como el de pastor y animador: alguien con los oídos y ojos abiertos a la iglesia mundial, que ayuda a fomentar esta visión.

    ¿Y cuál es su visión para el CMM?

    La esencia de nuestro ministerio es la reconciliación. Quisiera para mí y para la iglesia, que estemos reconciliados con Dios mediante Jesucristo. Quisiera que conozcamos el poder de su resurrección, y que sepamos que la energía para nuestros encuentros mundiales surge de esa realidad fundamental.

    Pero dicha reconciliación con Dios mediante Cristo es sólo una parte de la ecuación de la reconciliación. La misión es una labor reconciliadora que incluye la dimensión de llamar a individuos a la fe –a la salvación, arrepentimiento, perdón y renovación por el poder del Espíritu Santo– y la dimensión de promover y restaurar los vínculos entre personas dentro y fuera la iglesia, y en el marco de la ecología mundial.

    La visión bíblica de Dios es la de unir todas las cosas en Cristo. Como anabautistas, es necesario integrar la labor de la conversión individual y la labor de paz y justicia. Si perdemos uno u otro aspecto, perderíamos toda la razón de nuestra existencia.

    Devin Manzullo-Thomas, anterior Redactor responsable de Correo, entrevista a J. Nelson Kraybill, nuevo presidente del CMM, respecto a su llamado al ministerio cristiano, sus responsabilidades en su país de origen y en todo el mundo, y su visión para la labor reconciliadora del CMM.

  • Cómo ser independientes estando juntos

    En el principio, el varón estaba solo. Aunque Dios creó todos los animales y se los trajo al varón  para que les pusiera nombre, el varón estaba solo; aun así no se quedó nada conforme. Dios lo advirtió. Sopló suavemente en él un sueño muy, muy profundo, y mientras dormía, tomó una de sus costillas y creó la otra parte del varón: la mujer.

    Desde ese primer día en adelante, la humanidad fue comunidad.

    Desde el día en que nacemos, formamos parte de una comunidad. Ya sea una familia, tribu, orfanato o escuela, nunca estamos solos. La comunidad nos alimenta, nos asea, nos enseña a distinguir el bien del mal, nos cría.

    Nos hace más fuertes de lo que somos, porque allí somos más que una sola persona. Somos muchos. Nos hace más débiles de lo que somos, porque tenemos que someter nuestra voluntad a las reglas de la comunidad, renunciar a nuestra autonomía.

    En comunidad, no podemos permanecer solos. El interés del grupo colisionará con el del individuo, causando fricción, dolor y frustración.  Pero no tenemos otra alternativa. Ser humano es ser parte de una comunidad.  No podemos sobrevivir solos.

    Aun así, todos ansiamos tener autonomía. Al crecer, ponemos a prueba las reglas y límites de nuestras comunidades. Lo vemos en los niños pequeños, desafiando el “no” un poquito más para ver hasta dónde pueden llegar. Lo vemos en adultos jóvenes rebeldes que hacen su propio camino en la vida,  y toman sus propias decisiones. Y sí, autonomía significa literalmente hacer reglas propias. Pero la interpretación moderna se inclina más a cómo uno va forjando su propio camino en la vida para ser independiente.

    Quisiéramos desesperadamente opinar sobre todo lo que nos interesa, tomar nuestra propias decisiones, hacer y ser lo mejor posible. En estos tiempos modernos, nos enorgullece nuestra autonomía, poder arreglarnos solos, vivir según nuestras propias reglas y defenderlas.

    Luchar contra la comunidad

    Pero la autonomía no es ninguna diversión.  De hecho, es una lucha constante. Y siempre lo ha sido, tanto en la época del Antiguo Testamento, como en la tan conocida historia de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham.

    Aun antes de que naciera, Jacob estaba en comunidad. Incluso como bebé no nacido, no le agradaba demasiado. Él y su hermano mellizo pelean terriblemente en el seno materno, tanto es así que su madre Rebeca se pregunta por qué seguirá viviendo. Cuando nace Jacob, todavía estaba agarrado del tobillo de su hermano mayor.

    En el libro de Jacob, Jacob aparece primero. Siempre.  No hay reglas que no sean las suyas. Y acomoda la comunidad a sus reglas.

    Fácilmente, con sólo un plato de comida caliente, estafa a su hermano Esaú para quitarle su primogenitura. Luego, Jacob engaña a su padre. Isaac, ciego a causa de la vejez, pronto a morir, está a la espera de Esaú para darle su bendición. Entra Jacob, fingiendo ser su hermano mayor, y sin piedad le roba la bendición patriarcal.

    Jacob ahora posee todo lo que le pertenecía legítimamente a Esaú. Lo ha conseguido todo y, a la vez, lo ha perdido todo. Ya no puede permanecer en la comunidad que tanto despreciaba. Debe huir para salvar su vida.

    Vivir según las propias reglas y vivir en comunidad no concuerdan demasiado.

    Tomar sus propias decisiones

    Al huir de la escena del crimen, Jacob abandona todo. O eso cree. Pero antes de salir rumbo a lo desconocido, tiene un sueño. Dios promete acompañar a Jacob dondequiera que vaya. Dios lo protegerá, lo traerá de vuelta, Dios no lo abandonará hasta que Dios haya cumplido con su promesa.

    Como siempre, Jacob no está seguro. Llama el lugar, la casa de Dios, pero de inmediato empieza a negociar.  Si Dios de verdad me acompaña, si realmente me protege y provee, pues entonces, Dios sí será mi Dios.

    Jacob no se rinde fácilmente. Si Dios quisiera acompañarlo, pues bien. Pero Jacob es el que decide.  De eso se trata la autonomía, ¿verdad?

    Y la historia continúa.  Es conocido el amor de Jacob por su Raquel. Pero al intentar casarse con ella antes de que se casara Lea, su hermana mayor, una vez más Jacob procura que la comunidad se acomode a sus propias reglas. Curiosamente, no era rival para lo que tramaba Labán, y termina con cuatro mujeres.

    Después de veinte años de duro trabajo, Dios le pide a Jacob que regrese a Canaán. Jacob toma a sus mujeres, sus once hijos y una hija, arrea los rebaños, y desaparece cuando Labán estaba ocupado esquilando las ovejas.

    Nuevamente, Jacob decide sin tener en cuenta a los demás. Vive según sus propias reglas, temores y suposiciones. Al huir junto con sus esposas e hijos, ignoró el hecho de que también formaban parte de la vida de Labán: hijas, nietos, futuro.

    Por supuesto que está en todo su derecho como persona autónoma. Vive según su propia ley. No hay consideración por ningún tipo de comunidad.

    Entregarlo todo

    Sorpresivamente, y a punto de llegar a casa, el leopardo cambia sus manchas. Jacob se da cuenta de que Esaú podría no estar muy feliz de darle la bienvenida, al recordar cómo Jacob lo había engañado. Jacob trata de asegurarse la paz, y envía a algunos mensajeros. Pero éstos regresan, avisando que Esaú venía en camino con unos cuatrocientos hombres. Jacob (impresionado, preocupado, asustado), confronta ahora las consecuencias de sus decisiones anteriores: ¿y si Esaú se quedara con todo, esposas, hijos, rebaños, riquezas? ¿Querría vengarse, tomar represalias?                                                                                                                                                          

    ¿Y si la comunidad sirviera de escarmiento a quien busca autonomía?

    Entonces, Jacob toma una decisión audaz: por voluntad propia le entrega todo a Esaú. Al hacerlo, trata de reparar el daño hecho.  Reconoce su error, y las consecuencias de sus decisiones en la vida de Esaú.

    Al entregar todo lo que había logrado gracias a su autonomía, Jacob de hecho le entrega su propia autonomía a Esaú.

    Y así, nos introducimos en esa escena épica, en la que Jacob lleva a sus esposas e hijos, todo lo que posee, al otro lado del río, y regresa.  Ahora está total y verdaderamente solo. No le queda nada. Ni siquiera su autonomía.

    Y entonces alguien llega y lucha con él. Toda la noche. Alguien. Sin nombre. Sin identificación, excepto la ominosa, ¿por qué me preguntas mi nombre? (32:29) ¿Será Dios mismo? ¿Uno de sus mensajeros? ¿O tendríamos que interpretarlo todo más metafóricamente? ¿Estará Jacob luchando consigo mismo?

    Quizá. Después de todo, la vida de Jacob es una gran lucha con la gente de su entorno, sus reglas y expectativas, consigo mismo y sus propias decisiones, y cómo transita la vida. Quizá al final, lucha con Dios. O consigo mismo. U otra persona metafórica. No importa.

    Lo que importa es que sale ganando. Con una nueva bendición. Con un nombre nuevo. Ya no Jacob: “el agarra-tobillo”, sino Israel: “el que lucha con Dios”.

    Jacob ya no procura enriquecerse agarrando el tobillo de otros, provocando su caída y fracaso. En cambio, lucha el resto de su vida, cada nuevo día. Con la gente a su alrededor, con Dios, y  más que nada‚Ķ consigo mismo.

    ¿Y saben qué? La mayoría de las veces, sale ganando. Apenas rengueando, pero de todos modos, ganando. Y, al cruzar el río, amanece un nuevo día. Nace un patriarca.

    ¬°Qué historia!

    Una lección sobre las consecuencias

    Pero lo realmente asombroso de la historia de Jacob es que no condena explícitamente a Jacob o sus acciones. En ningún momento de la historia, ni siquiera Dios mismo, desaprueba explícitamente lo que Jacob hace.

    Uno puede sentir que no está todo bien ni hermoso, pero la historia en sí lo calla. Sólo muestra las consecuencias, los efectos de las acciones de Jacob: tiene que huir y abandonar todo. Vive siempre con miedo, de Esaú, de Labán, y nuevamente de Esaú. Tiene que volver a empezar una y otra vez.

    La historia nos cuenta todo eso, pero nunca nos dice que Jacob obró mal.

    Uno puede sentirlo. Uno puede leerlo entrelíneas, pero en realidad uno sólo se lo imagina. La historia nunca lo dice.

    Por eso es una historia tan intrigante. Jacob no es ningún santo, ni bueno por naturaleza ni un ser humano maravillosamente piadoso. Constituye un buen ejemplo porque no es en absoluto ejemplar. Es igual a cualquiera de nosotros. Y así, en nuestras mentes y corazones, fácilmente completamos lo que falta. Sentimos cuán equivocadas son algunas de sus decisiones como si fueran nuestras. Temblamos, pensando en las consecuencias. Esperamos, ansiosamente, que todo termine mal en la historia.

    Y nunca ocurre. Pese a que vive según sus propias reglas y casi nunca reconoce los derechos de los demás, no se juzga a Jacob, excepto cuando Jacob se juzga a sí mismo. Fundamentalmente, de esto se trata la historia.  Autonomía. Vivir según reglas propias. Crear tu propia ley.

    Porque autonomía no sólo significa tomar tus propias decisiones y vivir según reglas propias. Significa que uno tiene que juzgarse también a sí mismo. No hay nadie más. Ni siquiera Dios, según esta historia. Uno tiene que resolverlo solo. Dios sencillamente te acompaña, cualesquiera sean las consecuencias.  Es Jacob quien exige e impone condiciones, no Dios.

    Y esa es una lección del Antiguo Testamento para toda la gente moderna como nosotros, que  tiene ansias de autonomía.

    La autonomía conlleva el reconocimiento de que la gente de tu entorno (tu comunidad) limita la libertad de tomar tus propias decisiones y hacer tus propias reglas. Autonomía, en este sentido moderno, no tiene que ver con determinar tus propias reglas sin importarte nada, sino en comprender, aceptar y reconocer a las otras personas en tu vida. Se trata de respetarlas por voluntad propia porque juntos conforman una comunidad.

    Entonces, la pregunta es: ¿seremos capaces, seré capaz de forjar mi propia vida dentro de estos límites? ¿Podré vivir mi vida libre e independientemente (autónomamente) en comunidad?

    ¿Seré lo suficientemente maduro para reconocer el hecho de que no estoy totalmente a cargo de mi propia vida? ¿Podré aceptar que estoy estrechamente vinculado a la gente que amo, a la comunidad que me rodea y a Dios que me acompaña a dondequiera que vaya?

    O, en un sentido más amplio, ¿será posible que iglesias diversas mantengan su autonomía en la comunidad anabautista en general? ¿Estamos preparados para luchar?

    La historia de Jacob nos enseña que no está mal seguir nuestro propio camino en la vida. No está mal probar nuestra fortaleza y esforzarnos por lograr autonomía. No se trata de tener razón o no. Se trata de tomar tus propias decisiones, y a la vez, reconocer las decisiones de la comunidad que nos rodea. Se trata de reconocer el daño, el dolor y la frustración de ambas partes. Se trata de asumir responsabilidad. Por nuestras acciones y por las acciones de la comunidad. Por uno mismo. Y, si fuera necesario, reparar el daño que hayamos causado.

    Ese tipo de autonomía, madura, moderna, no llega fácilmente. Madurar no es fácil. Mantener cierto sentido de autonomía en la comunidad, es como luchar constantemente con la gente, con Dios y, sobre todo, con uno mismo.

    Y aunque ganes, quedarás medio rengueando.

    Wieteke van der Molen, de los Países Bajos, disertó el viernes de noche, 24 julio de 2015, en la 16¬™ Asamblea. Está a cargo de la pastoral de una pequeña congregación rural menonita al norte de √Åmsterdam, y le encanta leer y contar historias. 

     

  • “Caminemos con Dios” es el tema principal de nuestra próxima Asamblea mundial, a realizarse del 21 al 26 de julio de 2015. Sin embargo, ¿cómo podremos caminar juntos si no creemos exactamente lo mismo? Esta pregunta me la formuló un líder unos meses atrás cuando visité su comunidad. Comencé a responder de la siguiente manera: “En el Congreso Mundial Menonita, amamos la diversidad…” Pero él puso fin abruptamente a la conversación al insistir que no era posible caminar con quienes pensaran de modo distinto a uno.

    Éste pareciera ser el mensaje que escuchamos repetidamente en todo el mundo, especialmente al tratarse de diferencias religiosas. Aun en nuestra historia anabautista tenemos un largo historial de fragmentación y divisiones que surgieron a causa de fuertes discrepancias doctrinales y éticas. ¿Es posible –incluso deseable– tener una comunidad mundial cuando existe tanta diversidad de culturas, decisiones éticas e interpretaciones teológicas?

    Diría que en el CMM hemos descubierto que la diversidad no sólo es posible sino saludable. Tal diversidad se manifiesta cuando compartimos el mismo fundamento establecido, que es Jesucristo.

    Cuando indago en las Escrituras, encuentro al menos tres razones por las que haría falta una comunidad mundial multicultural muy diversa:

    Primero, Jesús. Hay cuatro evangelios que se refieren a Jesús. Cada uno refleja la experiencia de su autor con Jesucristo. Estos escritos teológicos no muestran a Jesús de la misma manera. Existe mucha diversidad entre ellos. ¿Por qué no tenemos sólo un evangelio? ¿Por qué hace falta cuatro puntos de vista diferentes que brinden cuatro interpretaciones sobre Jesús? Desde sus comienzos, la iglesia consideró que dicha diversidad era fundamental, que podría ayudarnos a comprender quién era Jesús. La primera iglesia no procuraba armonizar los cuatro evangelios a fin de darnos un relato singular y homogéneo sobre Jesús. Hace falta la diversidad a fin de conocer mejor a Jesús.

    Segundo, la ética. El texto sobre el amor en 1 Corintios 13 se encuentra en un contexto de diversidad y profundos desacuerdos. En dicho contexto, los creyentes, por ejemplo, diferían respecto a lo que podían comer o no. Estos mismo creyentes tomaban distintas decisiones referentes a dicho problema ético, decisiones que son posibles dado que el Evangelio en sí no brinda una respuesta definitiva. En este contexto, el apóstol Pablo exhorta a amar. En base a este ejemplo, pareciera que se necesitan la diversidad e incluso los desacuerdos en el cuerpo de Cristo si quisiéramos conocer el significado de la unidad, el amor, el perdón, la paciencia y la abnegación. Es fácil amar a quienes piensan de la misma manera que uno, pero, ¿seremos capaces de amar a quienes piensen de otro modo?

    Tercero, la visión. Camino a Emaús, los discípulos descubrieron la verdad sobre la resurrección de Jesús sólo cuando se sentaron a la mesa y comieron juntos –con Jesús en medio de ellos– a pesar de las diferencias. Durante la larga caminata desde Jerusalén, resistieron la tendencia a caminar alejados unos de otros debido a sus interpretaciones teológicas divergentes respecto al Mesías. No hallaron a Jesús por medio de largas discusiones teológicas. Podían ser más receptivos sólo al compartir una comida. Obtenemos una nueva visión de otros seguidores de Cristo –y de Cristo mismo– cuando podemos ver a las personas no como nuestros contrarios, sino como miembros de nuestra familia. Con la familia, es posible sentarse a la mesa y comer juntos pese a nuestras diferencias.

    ¿Por qué hace falta una comunidad mundial? Esta pregunta constituye uno de los temas que abordaremos en el presente número de Courier/Correo/Courrier. Hace falta una comunidad mundial y la diversidad que conlleva, a fin de conocer mejor a Jesús; profundizar nuestra experiencia de unidad, perdón, amor, paciencia y abnegación; y estar abiertos a nuevas realidades que propicien vínculos estrechos.

    Que Dios nos ayude a caminar juntos y amar nuestra iglesia mundial tan diversa. Espero poder vivenciarlo de alguna manera durante Pennsylvania 2015. ¡Acompáñenos, y caminemos con Dios!

    César García, secretario general del CMM, desde su oficina en la sede central en Bogotá, Colombia.

  • “Los colombianos no se pelean por dinero. Se pelean por poder”, según una misionera estadounidense, tras varias décadas de ministerio en Colombia. Se refería a la situación siempre presente de vínculos rotos entre líderes de la iglesia a causa de los conflictos.

    Después de veintidós años de servicio en Colombia, debo reconocer que esa es la triste realidad de nuestras iglesias. Durante este tiempo, he sido testigo de muchos conflictos nocivos surgidos en nuestras congregaciones, y también de demasiados vínculos rotos, y por ello, he visto alejarse a gente que quedó dolida.

    Pero, en el breve periodo que he servido en el Congreso Mundial Menonita, he descubierto que la problemática del abuso de poder y los conflictos nocivos entre líderes no se circunscriben únicamente a la realidad colombiana. De hecho, me he dado cuenta que, al parecer, son temáticas transculturales que están presentes en todos los pueblos y naciones, y un gen trans-anabautista que ha afectado a todas nuestras iglesias. Pese a las diferencias culturales y teológicas, la problemática del abuso de poder y los conflictos entre líderes nos han acompañado desde la época de Caín y Abel.

    ¿Cuáles son algunas de las características que he observado en los líderes de la iglesia de todo el mundo, relacionadas con conflictos nocivos y abuso de poder? Por ahora, puedo mencionar las siguientes:

    Necesidades personales no resueltas. Existen debilidades emocionales muy evidentes cuando los líderes enfrentan conflictos. Por ejemplo, algunos líderes tienen gran necesidad de ser reconocidos. Esperan recibir un trato especial o una manifestación de agradecimiento por su servicio. Cuando esto no ocurre, pueden reaccionar agresivamente, o sumirse en la pasividad y la autocompasión. Muy distintas serían nuestras iglesias si aprendiéramos a orar como la Madre Teresa: “Señor, que no busquemos tanto ser amados como amar”.

    Otro ejemplo tiene que ver con los líderes que llenan la sensación de vacío con los privilegios que conllevan algunos cargos eclesiales. Dichos líderes temen perder estos privilegios, y en consecuencia hacen todo lo que les sea posible para aferrarse a ellos. No les importa si por el camino alguien pudiera salir lastimado. Para ellos es más importante satisfacer sus propias necesidades emocionales que la gente por la cual fueron llamados a dar su vida.

    Perfeccionismo extremo. Es evidente cuando los líderes no están dispuestos a reconocer sus errores o a pedir perdón cuando hayan ofendido a alguien. Ser vulnerable no es algo fácil para algunas personas que tienen cargos de liderazgo. Por algún motivo tales líderes piensan que si abrieran su corazón y reconocieran sus errores, perderían autoridad. El concepto de un líder fuerte y solitario, que no expresa sus sentimientos, está avalado por una interpretación cultural que no acepta la idea del liderazgo como servicio, que en términos cristianos se realiza desde una posición de vulnerabilidad y desde nuestras dolencias, y no desde una posición de poder.

    Implementación de la uniformidad. La consecuencia lógica para los líderes que abusan de su poder es la supresión de la diversidad. Este tipo de líderes no tolera a los que piensan de manera diferente. Cuestionan las diferencias teológicas o los diversos estilos de liderazgo, que son definidos como pecaminosos por las personas que ejercen su liderazgo autoritariamente. Como la diversidad se percibe como una amenaza, estos líderes exigen que se usen credos como una herramienta para medir la ortodoxia, sin reconocer que la diversidad ha formado parte de la fe cristiana desde sus inicios.

    Estas características se encuentran en muchos líderes que no conocen otra manera de ejercer su responsabilidad. Es necesario un nuevo modelo de liderazgo en el mundo. ¿Cómo pueden las iglesias responder a tal necesidad? Dios nos llama a brindar una nueva modalidad de liderazgo: un estilo de liderazgo que no busque sus propios intereses sino el bienestar de los demás; un estilo de liderazgo que reconozca sus errores y que se ejerza desde una posición de vulnerabilidad; un estilo de liderazgo que celebre la diversidad en vez de suprimirla o perseguirla. Espero que el número octubre de 2014 de Courier/Correo/Courrier nos ayude, como familia mundial de fe, a avanzar en dicha dirección.

    César García, secretario general del CMM, tiene su oficina en la sede central en Bogotá, Colombia.

  • Si alguien te pidiera que te definieras con unas pocas palabras, ¿cuáles serían? ¿Cambiarías esas palabras para describirte cuando estás con tu familia, en el trabajo o al viajar a un lugar lejano?

    Descubrí que las palabras que empleo para definirme cambian según el contexto cultural. Cuando vivíamos en Toronto, las dos palabrás más básicas que usaba eran “cristiana” y “mujer”. Constituían los dos aspectos de mi vida que marcaban la diferencia respecto al modo en que vivía. Imaginen mi sorpresa cuando nos mudamos a África del Sur y dichas palabras ya no reflejaban los aspectos clave de mi identidad.

    Toda la gente con la que nos relacionábamos se definía como cristiana, así que esto se daba por hecho. Era mucho más importante ser madre que ser mujer. Además, en África del Sur, ser blanca era lo más importante, un aspecto de mi identidad que había dado por sentado en Canadá.

    Mujer cristiana: dos aspectos importantes de mi identidad en Canadá. Madre blanca: dos aspectos distintos de mi identidad que se volvieron los más importantes en Lesoto. Cambió el modo de percibir mi identidad, aunque yo no hubiese cambiado.

    Este cambio ilustra la primera cuestión que quisiera plantear: la cultura importa, porque la cultura define quiénes somos.

    La segunda cuestión es que el lenguaje importa. Sé un poco de varios idiomas, y me fascinan aquellas palabras que existen en un idioma y que no tienen una traducción directa en otro. En Sesotho, aprendí que existe una palabra para una parte del cuerpo que no se cura bien después de una fractura o herida; en inglés no existe tal palabra. En español y francés existe una hermosa palabra, animador/a o animateur, quien facilita el liderazgo de los integrantes de un grupo, concepto inexistente en inglés. Y en alemán existe la hermosa palabra, gemeinschaft, que personas de habla inglesa han traducido como “hermandad” y “comunidad”, aunque dichas traducciones no logran captar la profundidad que tiene en alemán. Cada uno de estos ejemplos destaca el hecho de que el lenguaje importa porque nos brinda los conceptos que son importantes en nuestra cultura.

    Existen algunas diferencias profundas entre los diversos idiomas y culturas de todo el mundo, diferencias mucho más profundas de lo que nos damos cuenta. La cultura, determinada por el lenguaje, repercute en nuestra cosmovisión, el conocimiento de sí mismo y el sentido de identidad. Y esto representa un desafío especial para cristianos y cristianas, cuyas creencias y prácticas están determinadas por la cultura y el lenguaje, aunque nuestra fe trascienda tales categorías.

    Ejemplos bíblicos de diferencias

    La Biblia nos brinda algunas imágenes e historias para explicar y entender nuestras diferencias basadas en lenguas y culturas, y para mostrarnos cómo tales diferencias podrían de hecho ser parte del plan de Dios para edificar la Iglesia.

    El primer libro de la Biblia, Génesis, relata la historia de la Torre de Babel, que ofrece dos razones para explicar los distintos grupos idiomáticos. Una razón es que la unidad basada en la identidad única, lleva al orgullo; y la otra es que la unidad basada en la identidad única, es una respuesta al temor. En Génesis 11:4-6, leemos que la gente quería ser famosa y temía estar dispersa. Ambos impulsos están arraigados en que las personas dependen de sí mismas en vez de depender de Dios: “Veo que todos forman un solo pueblo y tienen una misma lengua. Esto es lo que han comenzado a hacer, y nada les hará desistir ahora de lo que han pensado hacer”.

    El teólogo Walter Brueggeman señala que en esta historia querían ser grandes personas debido a su identidad única: la misma lengua, la misma comida, la misma vestimenta, misma cultura. Se puede lograr mucho en una cultura homogénea. Brueggemann plantea que Dios dispersa a la gente para mostrarle una manera mejor.

    La unidad que Dios quisiera para la humanidad es la de una diversidad de personas reunidas por medio de la fe y valores comunes, y no por medio de la identidad única basada en el idioma y la cultura. Brueggemann sostiene que la variedad de idiomas y dispersión en esta historia no constituyen un castigo, sino que, en realidad, representan una oportunidad de estar a la altura del potencial mucho mayor que Dios desea para el mundo. Dios le dio a la gente de la Torre de Babel la oportunidad de experimentar las diferencias a fin de aprender a depender de Dios, y reunirse por medio de la fe en vez de la cultura. Hace falta una comunidad mundial para ser lo que Dios quisiera que seamos.

    Otra imagen bíblica relacionada con las diferencias aparece al final de la Biblia, en el último libro, en Apocalipsis 7: 9-14, donde leemos que innumerables personas, de cada nación, tribu y lengua, cantan y adoran juntas a Dios. Es la imagen opuesta a la Torre de Babel, y es un pequeño anticipo del cielo.

    Dicha imagen nos viene como parte de la historia en Apocalipsis, relacionada con la apertura de los siete sellos: siete acontecimientos que conllevan terribles consecuencias para la gente. En realidad, esta imagen figura entre la apertura del sexto y séptimo sello, como una pequeña pausa en la historia. Aquí nos encontramos con una imagen del pueblo de Dios, personas de cada cultura y lengua, que juntas adoran a Dios, a pesar de las pruebas, persecuciones y tribulaciones que padecen.

    En la apertura de los sellos, surge una pregunta en el versículo 13: “¿Quién es capaz de resistir todas estas pruebas?” La respuesta se da por medio de esta imagen: el pueblo multicultural de Dios que adora y alaba a Dios, con personas de todos los países y todos los idiomas, capaces de resistir toda persecución y tribulación. Hace falta una comunidad mundial para ser el pueblo que Dios quisiera que seamos, y para ser capaces de no desanimarnos ante la persecución.

    Llegar a ser el pueblo multicultural de Dios

    Para el pueblo judío de Israel, que creía que era el único pueblo elegido de Dios, esta imagen del pueblo multicultural de Dios representa un cambio radical de enfoque. En Efesios 3, Pablo afirma explícitamente que alguna vez los gentiles no sólo eran extranjeros y forasteros sino no circuncidados, y por consiguiente no eran parte de Israel, no formaban parte del pueblo de Dios. Pero ahora, concluye, por medio de Cristo, pertenecen plenamente [al pueblo de Dios]. El comentario de Pablo significó un cambio enorme en el modo de pensar de los cristianos judíos. Sólo a partir de entonces comprenderían que podía haber otras formas de adorar a Dios que sus tradiciones judías, especialmente las prácticas que les otorgaban identidad, tales como la circuncisión y las normas alimentarias.

    Para quienes piensen que su forma de adorar y comprender a Dios es la correcta, o la mejor o incluso la única forma, la imagen del pueblo multicultural de Dios en Apocalipsis 7 representa también un enorme cambio en su modo de pensar. Hace falta una comunidad mundial para ser el pueblo que Dios quisiera que seamos.

    Somos personas culturales, y nuestras tradiciones e idiomas son el medio para que comprendamos y adoremos a Dios. Hay mucho para celebrar de nuestras formas de adorar y comprender a Dios, donde sea que vivamos y adoremos. ¡Pero nuestras formas no son las únicas! Pueden ser más agradables y conocidas, y nuestros/as líderes incluso nos pueden dar explicaciones bíblicas minuciosas de porqué creemos que nuestras prácticas son las correctas. Como la gente en la Torre de Babel, muy a menudo tememos que las diferencias generen desunión y nos dispersen. Estamos muy dispuestos a depender del idioma, la cultura y la tradición para mantenernos unidos, en vez de depender de Dios para mantenernos unidos a pesar de nuestras diferencias. Es necesario que podamos llegar a ser como la gente de Apocalipsis, un grupo multicultural de personas que adoran juntas a Dios, capaces de resistir toda persecución. Hace falta una comunidad mundial para ser el pueblo que Dios quisiera que seamos.

    Un anticipo del cielo en la tierra

    Habiendo estudiado sociología, sé que todo grupo se esfuerza por definir su propia identidad y su propio modo de hacer las cosas, y que tales modos de pertenencia son importantes. Todos/as deseamos pertenecer a un grupo para compartir una determinada identidad; es parte de la naturaleza humana. La pertenencia es algo bueno. Sin embargo, estas historias de Génesis, Apocalipsis y Efesios nos ayudan a ver que Dios pretende que compartamos nuestra identidad fundamental con quienes siguen a Jesús, y no con quienes comparten nuestro idioma, cultura o nacionalidad. Pertenecemos a un pueblo cuya visión del mundo está determinada por Dios, la Biblia y nuestra comunidad de fe. Nuestra identidad primordial es ser cristianos y cristianas. Pertenecemos a una iglesia local y a una iglesia mundial. Esta identidad y pertenencia deberían ser la principal influencia que defina quiénes somos.

    Nuestras congregaciones son lugares de pertenencia, donde nos conocemos y gozamos similares estilos de adoración y seguimiento de Jesús. Pertenecer a una congregación local donde nos gusta cantar los mismos cantos u orar de la misma manera es algo bueno. Muchos/as pertenecemos también a convenciones regionales o nacionales, otro ámbito en el que compartimos costumbres y tradiciones que nos unen en una identidad común. Pero sé que aun en las congregaciones y convenciones siempre existen suficientes diferencias como para generar conflicto y tensión. Estas diferencias se magnifican cuando agrupamos un gran número de congregaciones y convenciones en un solo país, y luego según culturas, idiomas y países.

    Pertenecer al Congreso Mundial Menonita es diferente a pertenecer a una congregación o convención local. El CMM es la comunidad mundial de la iglesia anabautista, donde nos reunimos porque compartimos convicciones respecto a Dios, Jesús, el Espíritu Santo y la iglesia. Es el lugar donde podemos apenas anticipar el cielo en la tierra, un anticipo de cómo adorar a Dios con personas de diferentes naciones, diferentes culturas y diferentes idiomas. Es un anticipo de cómo ser el pueblo que Dios quisiera que seamos, un pueblo unido por medio de algo más que el idioma, la cultura o costumbres y tradiciones locales.

    El CMM es el espacio donde podemos aprender de nuestra diversidad cultural sobre lo que significa seguir a Jesús. Creo que la mejor manera de responder la pregunta, “¿qué significa ser cristiano anabautista hoy en mi contexto cultural?”, es indagar cómo la gente de otros contextos culturales responde dicha pregunta. El CMM es el espacio donde transitamos el camino de la fe con quienes son diferentes a nosotros/as: diferentes culturas, diferentes países, incluso diferentes tipos de anabautistas de diferentes convenciones. El CMM es el espacio en el que estamos unidos por nuestras convicciones compartidas como cristianos y cristianas anabautistas. Juntos, somos un poco del cielo aquí en la tierra. Juntos, tenemos la fortaleza suficiente para resistir persecución y tentación.

    Juntos con todos los santos

    Volvamos al pasaje escrito por Pablo a los cristianos de √âfeso, no a los cristianos judíos sino a los cristianos gentiles. En los capítulos 2 y 3 les recuerda que son conciudadanos del pueblo de Dios, miembros plenos de la casa de Dios, y partícipes de la promesa en Jesucristo. Aquéllo era un concepto nuevo y asombroso, aunque controvertido en ese entonces, que sigue transformando nuestra comprensión de las acciones de Dios en el mundo de hoy día. Somos todos/as miembros plenos de la casa de Dios, y partícipes de la promesa en Jesucristo, pese a todas las diferencias que nos dividen tan fácilmente.

    Pablo ofrece una oración para esta iglesia gentil en Efesios 3:14-21. Ora para que puedan entender la inmensidad del amor de Dios: su amplitud, extensión, profundidad y dimensión. Y ora para que puedan conocerlo “con todos los santos”. Me encanta esta pequeña frase. Creo que se refiere a que no podemos conocer verdaderamente la inmensidad del amor de Dios sin todos los santos. Es sólo en el desorden de las diferencias ‚Äìculturales, ling√ºísticas, políticas, teológicas y económicas‚Äì con todos los santos, que podremos empezar a comprender el amor de Dios. Hace falta una comunidad mundial para empezar a comprender la inmensidad del amor de Dios, y para ser el pueblo que Dios quisiera que seamos.

    Arli Klassen es directora de desarrollo del Congreso Mundial Menonita.

    Anabautistas de todo el mundo comparten la Cena del Señor durante la reunión del Concilio General del CMM en 2012, realizada en Basilea, Suiza. Foto: Merle Good

    Dos mujeres menonitas conversan entre ellas; una es oriunda de América del Norte y la otra de Indonesia. Para la comunidad anabautista, el CMM es el ámbito donde es posible este intercambio intercultural. Foto: Merle Good

  • ¿Por qué importa la comunidad mundial? Profundizar nuestro compromiso común de ser una familia mundial

    Como Congreso Mundial Menonita, compartimos el compromiso de ser una hermandad (koinonia) mundial de fe y vida. Juntos, anhelamos ser una hermandad que trascienda las fronteras de nacionalidad, raza, clase, género e idioma. Pero debido a nuestra diversidad, cada iglesia miembro del CMM aporta una singular comprensión de la importancia de la hermandad mundial al participar e invertir en el CMM.

    El número de abril 2015 de Courier/Correo/Courrier procura discernir la variedad de razones que motivan a las comunidades anabautistas de todo el mundo a reunirse para constituir el CMM. A continuación, escritores y escritoras reflexionan en sendos artículos sobre la siguiente pregunta: ¿Por qué mi hermandad local o regional necesita una hermandad mundial?

    Jesús de carne y hueso

    Una noche tormentosa, se escuchó una vocecita desde otra habitación.“¡Mamita, tengo miedo!” Mamá respondió comprensivamente, “Amorcito, no tengas miedo, estoy al otro lado del pasillo”. Al ratito, con el ruido de truenos a la distancia, la vocecita dijo nuevamente, “Todavía tengo miedo!” Mamá respondió, “No debes tener miedo. Cierra los ojos y ora. Recuerda que Jesús siempre te acompaña”. Tras una pausa un poco más larga, volvió la vocecita junto con un niño parado al lado de la cama: “Mamita, ¿me puedo meter en la cama contigo y papá?” Cuando la mamá estaba por perder la paciencia, el niño la miró a los ojos y le dijo, “Mamita, ya sé que Jesús siempre me acompaña, pero en este momento necesito al Jesús de carne y hueso”.

    Cada vez que escucho alguna versión de esta pequeña historia, sonrío por la manera graciosa en la que expresa una verdad tan simple. Hay momentos cruciales en la vida en que necesitamos contar con la presencia de otra persona, que sirva como la presencia física de Jesús: alguien que sea “Jesús de carne y hueso” como consuelo, fortaleza u otra necesidad que pudiéramos tener en ese momento. Me imagino que muchas personas se podrían identificar con el deseo de este niño.

    De manera similar, existen otras verdades espirituales que necesitan de “carne y hueso”, alguna materialización concreta, a fin de que se transformen en algo real. Para las congregaciones de los Hermanos en Cristo (BIC, por sus siglas en inglés) de Canadá, el Congreso Mundial Menonita brinda la materialización de la verdad fundamental de que pertenecemos a una familia eclesial que se extiende por todo el mundo. Sabemos con certeza que quienes siguen a Jesús por doquier se transforman en un solo cuerpo por medio de la fe en él; sin embargo, podemos vivir esta gran verdad de una manera práctica dado que el CMM brinda “carne y hueso”. En tanto el CMM encarna la realidad de nuestra hermandad mundial por medio de Cristo, nuestras congregaciones BIC de Canadá se fortalecen de modo notable.

    Primero, se fortalece nuestro testimonio de Cristo. Canadá es uno de los países más multiculturales del mundo. Si visitaran nuestras ciudades, caminaran por las calles, concurrieran a los centros comerciales o escuelas, pronto observarían una gran diversidad de grupos de personas, idiomas, credos y culturas. Con la llegada anual de cientos de miles de nuevos inmigrantes de cada región del mundo, esta diversidad no hace más que crecer. Conforme nos acerquemos amablemente a nuestros/as vecinos/as y compañeros/as de trabajo con el mensaje de Jesús, nuestras congregaciones BIC reflejarían cada vez más dicha diversidad. La verdad que el evangelio supera todas las divisiones étnicas y culturales, se hace real y visible a través de las congregaciones que reflejan la realidad demográfica que las rodea.

    Nuestra participación en el CMM expresa este mismo compromiso: transfomarnos en una sola familia mundial por medio de Cristo. El CMM les brinda a nuestras congregaciones un medio concreto para comprender y manifestar esta verdad. A su vez, fortalece nuestro testimonio de que la paz es posible por medio de Cristo. Quienes, con distintos trasfondos, se integren a nuestras congregaciones, podrán comprobar que el mensaje reconciliador de Jesús no constituye sólo meras palabras.

    Segundo, al participar en los programas y actividades del CMM, se fortalece también el proceso de nuestro discipulado. En BIC de Canadá, estamos convencidos de que la forma esencial de llegar a asemejarnos más a Jesús es fomentando vínculos solidarios local y mundialmente. El CMM brinda la posibilidad de acercarnos a quienes de otro modo podrían parecer estar distantes. El CMM brinda la formación espiritual que se logra a través de estar en comunidad con otras personas: escuchar sus historias, conocer sus alegrías y sufrimientos, y ver la verdad desde su punto de vista. A menudo, la familia mundial está más experimentada en la verdad del Reino que quienes sólo hemos vivido en Canadá.

    Una de nuestras congregaciones recuerda la visita de amistades anabautistas de África del Sur, que ayudaron a discernir aspectos de sus discordias espirituales y luego la alentó mediante el culto y la oración de intercesión. Nuestras hermanas y hermanos que han tenido que bregar mucho más con el sufrimiento, la pobreza y la persecución, tienen mucho que enseñarnos en tanto compartamos la vida juntos. Este intercambio permite un cambio de rumbo a nivel personal y congregacional, confome nos identifiquemos con las realidades que se manifiesten a través de las amistades dentro de nuestra familia mundial.

    Al acercarnos a personas de todo el mundo y ser familia con ellas, cambia la manera de vivir nuestra vida, ocupar nuestro tiempo, gastar nuestro dinero, invertir nuestra energía y de aceptar el sufrimiento que llega a nuestra vida. Mientras más participemos en la hermandad mundial, tanto más natural será reconocer el cambio profundo que debe ocurrir en nuestra vida y nuestras iglesias para poder asemejarnos más a Jesús.

    Es una bendición pertenecer al CMM y ser el “Jesús de carne y hueso” para las congregaciones de los Hermanos en Cristo de Canadá.

    Darrell Winger se desempeñó como obispo y director ejecutivo de los Hermanos en Cristo de Canadá de 1997-2004 y 2009-2013, y secretario general de los Hermanos en Cristo de América del Norte de 2004-2006. Durante varios años ocupó también cargos en la Asociación Internacional de los Hermanos en Cristo. Actualmente, Darrell realiza sus estudios de Doctorado en Teología Política en la Facultad de Teología de Toronto.