¡Cómo te envidio!

Hace algunos años, en mi congregación local en Colombia, una amiga me dijo: “Ay, César, ¡cómo te envidio! ¿Por qué?, le pregunté. “Trabajo en una empresa multinacional. Sufro mucho estrés debido a conflictos constantes y relaciones problemáticas con mis colegas y jefes. Pero tú, César, trabajas con pastores y líderes de iglesias. ¿Qué tipo de conflictos podrías tener?”  

Sabemos que los conflictos entre líderes, la polarización y las divisiones son parte de todas las iglesias: locales, regionales, nacionales o mundiales. La ruptura de relaciones debido a desacuerdos parece ser la única opción cuando las diferencias son irreconciliables. Sin embargo, me pregunto si tiene que ser así. 

La manera en que la iglesia maneja los conflictos debería ser distintivo de una comunidad alternativa. La iglesia es la comunidad que puede mostrarle al mundo que es posible manejar los conflictos sin división ni relaciones rotas. 

Pero como anabautistas, sabemos que históricamente no ha sido nuestro caso. 

Hace algunos meses leía un artículo en una revista menonita. El autor decía: “Estoy orgulloso de dejar esta iglesia ya que significa actuar con fidelidad. Ya sabes, cuando uno se ve obligado a sacrificar la doctrina o la ética, hay que irse”. 

Por supuesto, esto es un dilema si hay que decidir entre la unidad por un lado o la doctrina o la ética por el otro. ¿Es necesario sacrificar la unidad para mantener una sana doctrina o una buena ética? Es así como hemos abordado los conflictos doctrinales y éticos en nuestra historia anabautista. Nuestra experiencia de fragmentación permanente nos ha llevado a espiritualizar la unidad o a dejarla para el más allá. 

No obstante, el Nuevo Testamento se refiere a la unidad de los seguidores de Jesús como un don del Espíritu Santo que habrá de aceptarse, disfrutarse y mantenerse aquí y ahora (véase por ejemplo el libro de Efesios). 

Hablar de unidad implica la existencia de diferencias y desacuerdos. 

Por cierto, creo que la unidad y los desacuerdos no son opuestos. Tengo mis propias contradicciones. Hoy en día, no puedo estar completamente de acuerdo con todo lo que he enseñado durante mis treinta años de ministerio. Gracias a Dios puedo decir que he ido creciendo en mi vida espiritual, al seguir a Jesús y andar en sus pasos. 

“No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto.” (Romanos 12:2 DHH) Renovarnos implica cambio, transformación y alguna contradicción interna con lo que solíamos creer, hacer o ser en el pasado. 

Si los desacuerdos y las contradicciones son parte del cuerpo de Cristo, los conflictos también lo son. Esa puede ser una de las razones por la que los desacuerdos, las enseñanzas sobre el perdón y la resolución de conflictos entre discípulos son temas comunes a lo largo del Nuevo Testamento. 

El problema, entonces, no tiene que ver con la existencia de los conflictos sino cómo los abordamos. 

Las relaciones rotas y las divisiones no tienen por qué ser el resultado final de un conflicto. Si hay un desacuerdo profundo e irreconciliable entre los discípulos de Jesús, condenarse o excomulgarse unos a otros no es la única opción. ¿Por qué pensaríamos que nuestro hermano o hermana en Cristo no es un cristiano honesto porque no coincide con nuestra forma de pensar actual ni con nuestro grupo? 

Los grandes desacuerdos pueden llevar a que nos distanciemos unos de otros por algún tiempo. Las posturas no reconciliadas quizá dificulten el trabajo conjunto. Pero ello no significa que debamos cuestionar el compromiso con Jesús de aquellos que no están de acuerdo con nosotros. ¿Podemos decir, “estoy totalmente en desacuerdo contigo, pero aun así respeto tu compromiso con Cristo”? ¿Podemos distanciarnos de otros creyentes sin condenarlos ni romper la relación? 

Estas son algunas de las preguntas que quisiéramos abordar en este número de Correo. Que Dios nos guíe para encontrar respuestas bíblicas que nos ayuden a mostrarle al mundo lo diferente que es cuando abordamos los conflictos como miembros de una comunidad alternativa y por medio del poder del Espíritu Santo. Que Dios nos ayude a renovar nuestra mente respecto a cómo responder a los conflictos en la iglesia. 

—César García, secretario general del Congreso Mundial Menonita, es oriundo de Colombia y reside en Kitchener, Ontario, Canadá.


Correo 38.4