El hombre está sentado como si se hubiese muerto hace 2.000 años, en una posición en la que parece estar sollozando. Lo rodean jarras ánforas utilizadas para importar vino, aceite de oliva y salsa de pescado que alimentaron el enorme apetito de Roma en el centro del imperio (Apocalipsis 18).
En el año 79 d.C., en algún lugar un ángel tocó una trompeta “y fueron lanzados sobre la tierra granizo y fuego mezclados con sangre” (Apocalipsis 8). El Vesubio en la costa de Italia entró en erupción, enviando piedra pómez fundida y humo de más de 30 km (20 millas) de altura; las cenizas enterraron a Pompeya. Con el viento lateral a la erupción, parecía que la ciudad de Herculano se salvaba. Luego la columna de cenizas se derrumbó, lanzando una ola de gases que incineraron la ciudad.
Plinio el Joven escribió: “Se podían escuchar los chillidos de las mujeres, los gemidos de los bebés y los gritos de los hombres. Algunos llamaban a sus padres, otros a sus hijos o sus esposas, tratando de reconocerlos por sus voces. La gente lamentaba su propio destino o el de sus familiares, y había algunos que oraban por la muerte…”
La noticia del cataclismo se extendió rápidamente, seguramente llegando a un líder cristiano llamado Juan, quien más tarde escribió el libro de Apocalipsis. Su visión contiene suficientes escenas de fuego del cielo, montañas deslizándose hacia el mar y angustia humana como para sugerir que el Vesubio proporcionó parte de su material original.
Miles murieron debido al Vesubio, pero muchos más no perecieron porque, ante las primeras señales de peligro, actuaron de inmediato.
La acción inmediata también es un tema del Apocalipsis. Es posible que el Apocalipsis no sea tanto una prescripción de los sufrimientos de los últimos tiempos como una descripción de lo que ocurrirá si la humanidad no cambia de rumbo. Al menos algunas de las plagas del Apocalipsis son causadas por el pecado humano: la conquista imperial, la guerra, el hambre y la muerte. El pecado hace que el planeta pierda el equilibrio y eventualmente todo el cosmos tambalea fuera de control.
Hoy Australia arde, la nieve desaparece del Kilimanjaro, al aumento de los mares devora las costas, las tierra de cultivo se convierten en desierto, las tormentas tropicales se baten furiosas. Los científicos están de acuerdo: el clima mundial está cambiando. El pecado y la avaricia son al menos parcialmente culpables.
Ese hombre aún sentado en Pompeya es un modelo de yeso, hecho por arqueólogos que encontraron huecos en la ceniza solidificada. Cuando los espacios vacíos se llenaron de yeso, surgieron formas humanas. Encerrados en cenizas volcánicas, las víctimas se habían descompuesto y desaparecido a lo largo de los siglos. No causaron el desastre, pero no actuaron o no pudieron actuar cuando apareció el peligro.
¿Cómo estamos respondiendo a las amenazas a nuestro mundo? Tenemos (algo de) tiempo para actuar. Los cristianos viven con la esperanza de cuando Dios “hará nuevas todas las cosas”, esperanza no solo para el futuro. Pablo afirma, “el que está unido a Cristo es una nueva persona: ¡las cosas viejas pasaron; se convirtieron en algo nuevo!” (2 Corintios 5). ¡Los verbos están en el tiempo presente!
Los horrores del Apocalipsis no tienen que ocurrir; la visión llama a la humanidad a cambiar nuestros caminos y evitar el desastre. “¡Despiértate… recuerda la enseñanza que has recibido… y vuélvete a Dios!” (Apocalipsis 3).
—Comunicado del Congreso Mundial Menonita escrito por su presidente J. Nelson Kraybill. Adaptado de “Holy Land Peace Pilgrim” (28 de diciembre de 2019, http://peace-pilgrim.com).