La valentía de amar

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El Congreso Mundial Menonita cumple cien años 

Algunos tenemos la tendencia a pensar que deberíamos definir la doctrina correcta y, a partir de ahí, pasar a la práctica. Primero la Escritura; después, la experiencia. Pero, en muchos sentidos, tanto en nuestra historia como en nuestra realidad actual, la experiencia nos impulsa a pensar teológicamente para comprender lo que sucede. 

Consideremos el Concilio de Jerusalén. Ellos se preguntaban: ¿Podemos incluir a los gentiles o no? 

Aquello no quedaba claro en la Biblia de la época. 

El hecho de que los gentiles estuvieran recibiendo el Espíritu Santo impulsó a la iglesia a pensar de una manera nueva, sin contradecir el fundamento que tenían. 

Su experiencia los llevó a plantear la cuestión a partir de la Escritura y a desarrollar nuevas interpretaciones. 

Como anabautistas, históricamente hemos enfatizado la congregación local y la centralidad de la congregación local como anticipo del reino de Dios. 

Pero eso no nos ayuda a responder por qué existe la necesidad de una iglesia regional o mundial. 

En los inicios del CMM, la experiencia impulsó a las iglesias menonitas a pensar en un organismo mundial. 

¿Podría señalar alguna similitud entre la actualidad y algunas de las tendencias de hace cien años cuando se inició el CMM? 

En ese momento, había una pandemia mundial. Muchos países acababan de atravesar la Primera Guerra Mundial. Por supuesto, un impacto financiero lleva a los gobiernos a buscar un chivo expiatorio: ¿a quién vamos a culpar por ello? Esto fue un factor importante en el auge del nacionalismo en Europa. 

Y luego nuestras iglesias también se vieron afectadas por la Revolución rusa y la subsiguiente persecución violenta en la zona de Ucrania, donde había una gran concentración de nuestras iglesias en esa época. 

Por consiguiente, con la mezcla de nacionalismo, diferencias culturales, idiomas y el pasado reciente como también más lejano de violencia entre sus países, era complicado para los líderes de la iglesia menonita en 1925 pensar en ser un solo cuerpo. 

Algunas personas espiritualizan la idea de la unidad y dicen: Vamos a estar unidos en el cielo

O dicen: Sí, luchamos violentamente unos contra otros, pero somos uno en espíritu

Tanto entonces como ahora, algunas iglesias ven a otros cristianos con recelo, incluso en una misma familia denominacional. 

Pero la Biblia no habla de esa manera. 

La Biblia se refiere a la unidad de una manera muy práctica, visible aun para el mundo. Hay un nivel de unidad que parece una especie de milagro. 

El fundador del CMM, Christian Neff y otras personas hablaban y escribían sobre la necesidad de un organismo mundial desde algún tiempo antes de 1925, pero no era fácil superar la falta de confianza. 

Finalmente, Christian Neff encontró una buena excusa para reunir a la gente: celebrar los cuatrocientos años del movimiento anabautista. 

Y fue en ese contexto que la iglesia de Ucrania envió una carta a la gente en esta primera reunión anabautista mundial, solicitando la conformación de un organismo mundial que coordinara la labor de educación, misión y apoyo a las iglesias que padecen persecución y sufrimiento, entre otras cosas. 

Cuando los líderes de la iglesia se reunieron, la experiencia de estar juntos les abrió los ojos a la necesidad de una comunión a fin de enfatizar que el centro no es la política ni un Estado nacional, ni siquiera una cultura. La fuente de nuestra identidad es Jesús. 

El contexto entonces era muy similar al actual después de la pandemia, en medio de un creciente nacionalismo y experiencias de sufrimiento debido a la violencia y la persecución. 

Es interesante y triste a la vez ver cómo la historia se repite. 

Lo que ha cambiado es que dicha experiencia nos invita a pensar teológicamente. ¿Quisiéramos ser un solo cuerpo por cuestiones pragmáticas? ¿O porque nuestra interpretación del evangelio lo exige? 

¿Cuáles fueron algunos momentos claves en que optamos por ser verdaderamente mundiales? 

Para ser una familia mundial, necesitamos ciertos niveles de reconciliación y perdón por nuestra historia de divisiones. 

No estábamos preparados para pensar de esa manera hace ochenta años. 

Al principio, los líderes querían que solo se celebrara una Asamblea. Y así fue durante los primeros cuarenta o cincuenta años. 

Pero cada vez más iglesias del Sur global se fueron haciendo miembros. Y las iglesias que están padeciendo sufrimiento ven con mayor claridad la necesidad de una iglesia mundial. No se puede enfrentar la persecución violenta ni las catástrofes naturales si se está solo. 

Hacia la década de 1970, se empezaron a nombrar presidentes desde el Sur global. Desde el ejecutivo, C. J. Dyck afirmó: Si deseamos que el CMM continue, debería ser más que una reunión mundial. Debería formar parte de la misión a la que los menonitas están llamados en este mundo, un espacio donde clarificar el significado de la fe en sus diversos contextos culturales. 

Esa visión fue el resultado, entre otras cosas, del aporte de las iglesias del Sur global que pedían más interdependencia. 

Impulsados por dichas experiencias, hemos avanzado en el pensamiento teológico al entender la iglesia como algo que va más allá de las puertas de mi congregación local. 

¿Estamos donde deberíamos estar? 

Creo que estamos yendo en la dirección correcta, pero se nos plantean desafíos teológicos cuando abordamos el tema de la iglesia mundial. 

Para muchos de los líderes y pastores de nuestra iglesia mundial, apenas estamos comenzando a construir una comprensión clara de la unidad. 

Demasiadas veces, nuestra interpretación de la pureza en nuestra tradición anabautista nos ha impulsado a fragmentarnos porque pensamos que para ser santos o puros, es necesario que nos separemos de aquellos que consideramos que no lo son. 

Nuestra historia de divisiones exige una verdadera reconciliación. Hay heridas históricas que no han sido sanadas y seguimos observando divisiones que ocurren en tiempo real. 

Los desafíos del racismo y el colonialismo están presentes. Existe la tendencia a que algunos sectores de la iglesia tomen decisiones sin consultar a otros e impongan sus puntos de vista. 

Se nos presentan desafíos cuando privilegiamos nuestros propios intereses sobre los intereses de los demás; cuando afirmamos que primero debemos proteger nuestro presupuesto antes de considerar a otras iglesias. 

Además, tenemos ambición y el deseo de controlar, dominar y conquistar a los demás. 

Los reinos de este mundo nos resultan muy atractivos. Nos encanta la sensación de ser superiores a otros grupos. 

Pero Dios nos invita a vivir en contraste con los reinos de este mundo. El reino de Dios es una alternativa real. Debemos reconocer que necesitamos el poder del Espíritu Santo. 

500@Anabaptism at South Korea
500th Anabaptist Anniversary

¿A qué nos referimos con unidad? 

Debemos comprender que la unidad no implica necesariamente la ausencia de conflicto. La verdadera unidad implica la unión de diferentes fragmentos y formas. 

Por definición, la unidad implica diversidad, pues si no hay diversidad de opiniones, cultura, teología o experiencias, entonces no hay necesidad de hablar de unidad porque todos creen lo mismo. Lo opuesto a la unidad no es la diversidad, sino la uniformidad. 

Y como iglesia de paz, sabemos que el problema no es tener conflictos. El problema es cómo manejamos dichos conflictos. 

Es imposible tener una relación sana sin conflictos. 

Hoy en día, muchas iglesias del CMM son el resultado de la división de otras iglesias. El paso del tiempo no cambia la realidad de que fue una división interna. 

En el CMM, procuramos alentar a las iglesias a mantenerse unidas tanto como sea posible y a no dividirse. 

Sin embargo, a veces la separación es necesaria porque existe un nivel de desacuerdo que ya no es posible resolver debido a la naturaleza de nuestro corazón. Dios nos permite cierto nivel de distancia, y aun así podemos ser parte de la familia mundial si respetamos nuestras diferencias, aunque no compartamos una postura sobre un tema dado. 

Eso implica la voluntad de sanar las heridas. Debe haber un esfuerzo intencional de ambas partes para sanar el resentimiento y evitar el odio mutuo. 

Una vez más, es nuestra experiencia la que nos impulsa a pensar teológicamente sobre la unidad. 

¿De qué manera el tema La valentía de amar nos guía y determina la manera de pensar sobre este aniversario? 

Creo que es un tema crucial y relevante en el mundo político actual, en que tanta gente sufre acoso y acosa a los demás. 

Hay muchas causas, proyectos y demandas justas. Mucha gente dice: “Tenemos derecho a defender nuestra tierra. Tenemos derecho a exigir que estos abusadores dejen de cometer abusos”. 

Pero, ¿existe la posibilidad de hacer algo de manera distinta a revindicar tus derechos? 

Creo que Jesús nos invita a andar otro camino. 

Decir, “quiero dejar de lado mis derechos y amar” requiere una gran valentía. 

No es pasivo. Implica una respuesta muy intencional, incluso asertiva, que busca el beneficio del otro, incluso el bienestar del agresor. 

La valentía de amar que nuestros extranjeros descubrieron hace quinientos años no era nueva. Vemos esta invitación proveniente de Dios desde el comienzo de la historia humana. 

La valentía de amar implica también desmantelar el miedo (1 Juan 4:18). 

Percibo que muchos líderes actúan por miedo: miedo a ser contaminados, miedo a ser influenciados, miedo al cambio. 

Cuando hay un amor perfecto, puedes hablar de cualquier tema difícil sin el miedo de que vayas a perder algo. 

No hay fragmentación, excomunión ni condenación mutua, pero sí respeto por las convicciones firmes. 

Como dijo Agustín de Hipona, la definición de pecado es ser egocéntrico, por ende el amor es lo opuesto a ello. 

Cuando amas, te abres a los demás y no hay lugar para el miedo. 

Parte de la misión del CMM es vincularse con otras comuniones. ¿Cómo le ha formado esta experiencia? 

Si no te relacionas con otros cristianos, podrías terminar teniendo una idea muy limitada de lo que es la iglesia cristiana. 

Al ser un organismo mundial como el CMM, tenemos la capacidad de contar con representación propia como una entidad ante otras iglesias. 

Cuando tienes una identidad clara y encarnas tus valores, las experiencias con otras iglesias podrán ser inmensamente enriquecedoras y transformadoras. Entonces podrás aprender de los demás y también compartir tus valores. 

Lo cual no significa que sea fácil. Por ejemplo, en la Conferencia de Secretarios de Comuniones Cristianas Mundiales, están representadas un total de 21 entidades mundiales. Y, como se pueden imaginar, la diversidad es enorme. Algunos tienen un pasado complejo de persecución y condenación mutua. Y con otros grupos, ni siquiera existe una relación. 

Y por supuesto, es muy diferente la interpretación de estas iglesias sobre muchas cosas, tales como el liderazgo y la jerarquía. 

Así que fue un desafío pensar en cómo representar al CMM. ¿Cómo debería reaccionar ante los desafíos? Hay reuniones en las que los temas son tan controvertidos que las discusiones se vuelven muy fuertes. 

Pero con el paso del tiempo, comencé a ver cómo los desafíos de una comunión son muy similares a los desafíos de otra comunión. 

Y luego las relaciones empezaron a profundizarse, lo que me ayudó a valorar a las personas más allá de las doctrinas o las diferencias doctrinales. 

Recuerdo una reunión en la que había varios secretarios generales compartiendo una comida. 

Y uno de ellos le dijo a otro: Al conocerte, me di cuenta de que pensaba de manera tan similar a ti que sentí que estaría bien ser parte de tu iglesia, y el otro respondió: Yo también podría ser miembro de tu iglesia. 

De manera que esas experiencias determinan tu manera de interpretar las Escrituras y te transforman en el camino. 

Prayer group in Peru
500 years of Anabaptism celebration in Peru

¿Cómo podrá el CMM evolucionar fielmente hasta llegar a ser una comunión fuerte y renovada, que sea resiliente a los desafíos de un futuro quizá muy diferente? 

Yo diría que si seguimos por ese camino, seremos resilientes: 

  • construir una comunión mundial, 
  • procurar la interdependencia, 
  • tomar decisiones por consenso, 
  • consultarnos mutuamente, 
  • tener un buen liderazgo, 
  • mantener una buena relación entre los miembros de la familia anabautista, 
  • construir buenas relaciones con otras comuniones mundiales,
  • sanar los recuerdos interna y externamente. 

Pero, por supuesto, también necesitamos la valentía de reconocer nuestras propias debilidades. 

A veces tenemos un enfoque triunfalista respecto a la misión y la fundación de iglesias, el servicio y desarrollo social, nuestro impacto en los negocios y la construcción de la paz. 

Sin duda, es bueno reconocer el trabajo que hemos realizado. Pero también es bueno reconocer todas las debilidades que tenemos. 

Darnos cuenta de cuánto trabajo duplicamos en la fundación de iglesias, cuánto colonialismo ha permeado nuestra labor, cuánto paternalismo todavía hay en nuestras organizaciones misioneras. 

Cuánto bien hemos hecho con nuestro servicio y, al mismo tiempo, cuántas personas hemos herido en dicho proceso. 

También es fundamental mirarnos con humildad y ver lo pequeños que somos en comparación con otras comuniones mundiales. 

Por lo tanto, para ser una iglesia resiliente y llena de esperanza en el futuro, debemos reconocer las áreas en las que necesitamos trabajar. 

Una comunión fuerte es aquella capaz de hablar de nuestras diferencias con amor. 

“La valentía de amar”: el amor nos da la apertura de corazón y la valentía para hacer cosas difíciles. 

César García, menonita colombo-canadiense, Secretario General del Congreso Mundial Menonita desde 2012, conversó con Karla Braun, Editora ejecutiva de Correo, sobre el CMM a sus cien años y La valentía de amar. Esta entrevista ha sido editada para mayor brevedad y claridad.