Restaurando la plenitud de nuestra familia: en busca de un testimonio común

Una declaración compartida de confesión, gratitud y compromiso

El Congreso Mundial Menonita designó a varias personas para participar en un diálogo ecuménico permanente con la Comunión Mundial de Iglesias Reformadas (WCRC). Esta es una de las iglesias estatales que en el siglo XVI persiguió a los primeros anabautistas en Europa.

Juntos, este grupo de teólogos de WRCR y MWC preparó una declaración compartida para su presentación pública el 29 de mayo de 2025 en Zúrich, Suiza.


Restaurando la plenitud de nuestra familia: en busca de un testimonio común

Una Declaración común de confesión, gratitud y compromiso

Congreso Mundial Menonita

Comunión Mundial de Iglesias Reformadas

29 de mayo de 2025

Preámbulo

Siempre humildes y amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. 3 Esfuércense por mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz. (Efesios 4:2-3)

Nos reunimos hoy para conmemorar los orígenes comunes de nuestras comuniones glabales y para reconocer nuestra relación quebrantada. La división, originada por el bautismo voluntario de personas adultas en Zúrich hace 500 años, pronto derivó en la persecución de las personas anabautistas y, luego, en un largo período de distanciamiento.

Nos alegramos de que hoy, sobre la base de los esfuerzos realizados a lo largo de muchos años en favor de la comprensión mutua y de la reconciliación, podamos responder a Cristo, nuestra Paz, viviendo en la unidad del Espíritu. En este vínculo, perseveramos en nutrir esta unidad. Nos comprometemos a andar en humildad, con paciencia, sinceramente y, sobre todo, amorosamente, mientras caminamos Juntas y juntos como un solo cuerpo de Cristo.

Juntas y juntos, damos gracias

Que gobierne en sus corazones la paz de Cristo, a la cual fueron llamados en un solo cuerpo. Y sean agradecidos. (Colosenses 3:15)

Juntas y juntos, damos gracias a Dios, Trinidad de amor en perfecta comunión, que ofrece esta koinonía a los discípulos de Jesús, a la humanidad y a toda la creación. Nosotros y nosotras no creamos esta unidad, sino que la recibimos con gratitud como un don de Dios. La comunión es la entrega de Dios a toda la creación, y nada puede destruirla. En vísperas de su muerte, Jesucristo oró por la unidad de sus discípulos. Hoy damos gracias por poder responder a la voluntad de Cristo haciendo nuestra su oración. En Cristo, la unidad entre nuestras comuniones se convierte en un testimonio para el mundo.

Juntas y juntos, celebramos

Para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, de quien todo procede y para el cual vivimos; y no hay más que un solo Señor, Jesucristo, por quien todo existe y por medio del cual vivimos. (1° Corintios 8:6)

Reunidos y reunidas bajo la mirada amorosa de Dios, celebramos la identidad que encontramos en nuestra confesión común de Jesús como Señor, en los ancestros y las ancestras compartidos en la fe y en nuestra común vocación al discipulado y al testimonio del Evangelio en un mundo fragmentado. Reconociendo nuestras fragilidades, nos entregamos a la gracia de Dios y encontramos nuevas fuerzas en el Espíritu para asumir un compromiso compartido con la paz y con la plenitud de vida como don de nuestras comuniones a toda la creación de Dios.

Juntas y juntos, reconocemos, confesamos y lamentamos

Confiésense unos a otros sus pecados y oren unos por otros, para que sean sanados. (Santiago 5:16a)

Juntas y juntos, reconocemos que nuestras dos tradiciones, aunque nacidas en el mismo movimiento de renovación, han estado divididas por convicciones profundamente arraigadas sobre el bautismo, la naturaleza de la Iglesia, la hermenéutica bíblica y el rol del Estado. Confesamos y lamentamos haber convivido durante muchos siglos sin cuestionar ni explorar esta división en el Cuerpo de Cristo.

Como cristianos y cristianas reformadas, reconocemos que hemos suprimido en gran medida el recuerdo de la persecución de cristianos y cristianas anabautistas. Confesamos que esta persecución fue, según nuestra convicción actual, una traición al Evangelio.

Como cristianos y cristianas anabautistas, reconocemos que a menudo hemos pasado por alto las profundas raíces teológicas que compartimos con la tradición reformada. Confesamos que con demasiada frecuencia nuestras convicciones, ideales y memoria del martirio han fomentado el fariseísmo y la renuencia a ver el rostro de Cristo en nuestros hermanos y hermanas reformados.

Juntas y juntos, escuchamos el llamado de Dios a la unidad y a la paz

Busquen la paz con todos y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Asegúrense de que nadie quede fuera de la gracia de Dios. (Hebreos 12:14-15a)

Recibimos el llamado de Dios desde nuestros comienzos comunes en Zúrich, que impulsó a la Iglesia a vivir de nuevo en obediencia a Cristo, y en el testimonio de quienes exigieron el fin de la persecución y lucharon por la libertad religiosa.

Oímos el llamado de Dios a la unidad y a la paz cuando discernimos las Escrituras y participamos en el bautismo y en la Cena del Señor, aun reconociendo y explorando nuestras diferencias en la comprensión del bautismo.

Oímos el llamado de Dios en las voces de quienes recuerdan que el fundamento de la Iglesia es el Evangelio y que ella no debe convertirse en un órgano del Estado. El Evangelio nos llama a trabajar por un mundo en el que la justicia, la paz y la integridad de la creación permitan a todo ser vivo florecer en plenitud.

Juntas y juntos, anhelamos renovar nuestra imaginación

El amor inquebrantable y la verdad se encontrarán; se besarán la justicia y la paz. (Salmo 85:10)

Nuestras tradiciones nos han bendecido con una pasión por la justicia y por la paz. Sin embargo, muchas veces hemos enfatizado una a expensas de la otra, empobreciendo nuestro testimonio. Hoy, nuestros diferentes énfasis pueden enriquecerse mutuamente al trabajar apasionadamente para que la justicia y la paz se abracen y se besen, como lo hacen en Cristo. Que el Dios de la cruz y de la resurrección nos dé el corazón y la mente para buscar la paz y para practicar la justicia que resiste a la violencia, a la opresión y a la devastación ecológica, una justicia que encuentra su máxima expresión en el perdón, en la misericordia y en la reconciliación.

Juntas y juntos, nos comprometemos a dar una respuesta

Así, cuando amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos, sabemos que amamos a los hijos de Dios. (1° Juan 5:2)

Hoy, como miembros anabautistas y reformados del cuerpo de Cristo, afirmamos que nuestro testimonio hacia el mundo se nutre y se sustenta en la gracia de Dios, que nos capacita para amar a Dios, a las demás personas y a toda la creación.

Juntas y juntos, nos comprometemos con la sagrada misión de proclamar el Evangelio del amor en todos nuestros contextos, cada cual con sus propios desafíos y exigencias. No permitiremos que el miedo, la desconfianza o los obstáculos al diálogo nos aparten de esta vocación.

Prometemos caminar de la mano para sanar las heridas del pasado y para re-membrar el cuerpo de Cristo. Nos comprometemos a aprender mutuamente compartiendo la riqueza y la diversidad de nuestras tradiciones. Nos comprometemos a una cooperación decidida que afirme la misericordia de Dios y abra las puertas a la justicia que conduce a la paz.

Juntas y juntos, oramos

Nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo en Cristo, y cada miembro está unido a todos los demás. (Romanos 12:5)

Juntas y juntos, oramos por el cuerpo de Cristo. En Cristo somos miembros los unos de los otros, hermanos y hermanas de la misma carne y del mismo Espíritu. Recibimos esta unidad como un don. Con la dolorosa conciencia de que nuestras diferencias se convirtieron en fuente de conflicto y de división, oramos ahora por el valor y la creatividad para remodelarlas de modo que enriquezcan nuestra unidad en el cuerpo de Cristo. Aquel que nos está creando de nuevo llevará a cabo esta gran obra de paz.

Juntas y juntos, abrazamos el don de la unidad en la certeza de que tú, oh Dios, estás restaurando la integridad de tu familia.

AMÉN