La misión de la iglesia debe ser integral

Desde la Conferencia de Misión Mundial en Bangkok, Tailandia, a fines de 1972 y principios de 1973, existe en las iglesias del mundo occidental cierta inquietud respecto a la “misión”. En Bangkok, los representantes de los países recién descolonizados  acusaron a los misioneros occidentales de haber vinculado la proclamación del Evangelio con la difusión de la civilización occidental, que había destruido las culturas autóctonas en nombre de la evangelización. A fin de que las iglesias locales de África, Asia, América Latina y el Pacífico, pudieran establecer sus propias prioridades respecto a la misión, se hizo la propuesta de una “moratoria” provisoria en cuanto al envío de dinero y misioneros provenientes del Norte. Los delegados a dicha Conferencia reconocieron el rol de la cultura en la formulación de teologías contextualizadas. Fue también en Bangkok donde los delegados destacaron que el Evangelio debía ser proclamado en términos holísticos, incluyendo en igual medida los aspectos espirituales, socioeconómicos y políticos.

Tras casi 43 años desde aquella Conferencia en Bangkok, uno podría creer que ese debate sobre la misión estuviera definitivamente superado, pero lo cierto es que no lo está. El alboroto sobre la misión y la inquietud que aún suscita siguen preocupando a la iglesia. 

Este es ciertamente el caso en mi propia iglesia, la Iglesia Menonita Canada. De vez en cuando, me invitan a hablar en nuestras congregaciones sobre mi labor. En ocasiones, se me acercan personas que me preguntan por qué seguimos realizando la tarea  misionera en países extranjeros. A veces surge la cuestión del respeto por las culturas y religiones en el extranjero. Algunos menonitas se preguntan: ¿Quiénes somos para evangelizar a otros pueblos? Lo que hace aun más insoportable y difícil de abordar estas cuestiones es nuestra propia historia nacional, y cómo nuestro gobierno dominado por blancos, y las iglesias cristianas han tratado a nuestros pueblos originarios en Canadá.

Otra dificultad que enfrentamos cuando nos referimos a la misión se relaciona con el concepto mismo de misión. La pregunta principal es la siguiente: ¿qué deberían hacer los obreros de la misión, evangelizar o servir? Dicha controversia comenzó con el misiólogo holandés Johannes Christian Hoekendijk, como resultado de la Conferencia de Bangkok, que divide a los llamados “evangélicos” y “ecuménicos” hasta el día de hoy.

Respecto a la gente sentada en los bancos de nuestras iglesias menonitas en América del Norte, generalmente está dispuesta a apoyar la ayuda, el servicio y el desarrollo en el nombre de Cristo. Pero, la “evangelización” y la “fundación de iglesias” se consideran una imposición, mediante una agenda controladora. Un líder de la Iglesia Menonita, muy amigo mío, nos decía recientemente que es alérgico a palabras tales como “fundación de iglesias”, etc. Hace cuatro años, en las sesiones de delegados de la Iglesia Menonita USA, André Gingrich Stoner comentó que, “los menonitas aman el servicio, coquetean con la paz, y son alérgicos a la evangelización”.   

Me preocupa esta actitud que se opone a compartir nuestra fe verbalmente y con entusiasmo. Sin embargo, no puedo evitar pensar en el consejo de la Primera Carta de Pedro: “Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes. Pero háganlo con gentileza y respeto” (1 Pedro 3:15). Y al reflexionar sobre este consejo, no encuentro mejor respuesta que examinar nuevamente lo que Jesús, el fundador de la iglesia, dijera e hiciera respecto a esta institución de la que soy parte. ¿Qué pretendía cuando envió a los doce a las ovejas perdidas de la casa de Israel? ¿Qué quiso decir Jesús, en definitiva, cuando dio a sus discípulos la así llamada Gran Comisión?

Los relatos del Nuevo Testamento dan testimonio de que Jesús primero se presentó a sí mismo y sus enseñanzas, diciendo: “El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para anunciar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos y dar vista a los ciegos, a poner en libertad a los oprimidos, a pregonar el año del favor del Señor” (Lucas 4:18–19). Los Evangelios usaron la palabra griega ????????ov. El prefijo ?? que se encuentra en esa palabra griega podría traducirse al español por la palabra ‘buen’, y la palabra raíz ??????ov por la palabra ‘mensaje’. No importa cómo lo traduzcamos, siempre debemos recordar que no sólo es Dios quien está hablando, sino que Dios nos está dando un buen mensaje. El Evangelio de Jesús el Mesías es buenas noticias de gran gozo, tal como anunciaron los ángeles su nacimiento: “No tengan miedo. Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor” (Lucas 2:10–11). De hecho, gozo es la palabra clave. Con la proclamación de las buenas noticias de Jesús, nuestro gozo es que Dios nos ofrece ser partícipes de su Reino.

El Evangelio de Mateo nos dice que después de la tentación, cuando escuchó que Juan había sido arrestado, Jesús se retiró a Galilea y se estableció en Capernaúm; y de ahí en adelante comenzó a proclamar su mensaje: “Arrepiéntanse, porque el reino de los cielos está cerca” (Mateo 4:17). En el Evangelio de Marcos, Jesús define la proclamación de las buenas noticias (????????ov) del Reino de Dios como la razón de su venida al mundo, diciendo: “Para esto he venido” (Marcos 1:38). Y el Evangelio de Lucas destaca: “Es preciso que anuncie también a los demás pueblos las buenas noticias del Reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43).

De acuerdo con las narraciones del Nuevo Testamento, Jesús no proclamó el Reino solo; él había reunido a un grupo de amigos y los invitó a participar de esta misión. Los escritores del Nuevo Testamento nos dicen que los llamó usando expresiones tales como, “Vengan, síganme” o “Sígueme” como en Mateo 4:19; 9:9: “Vengan, síganme—les dijo Jesús—, y los haré pescadores de hombres” (Mateo 4:18–22). El verbo ???????? (seguir) aparece 56 veces en los Evangelios sinópticos y catorce veces en el Evangelio de Juan, y en la mayoría de los casos está asociado con formar discípulos (???????). Para que uno se convierta en discípulo tiene que seguir a un maestro, sentarse a sus pies, aprender de él, a fin de llevar a la práctica todo lo que se haya aprendido.

No es casual que el Evangelio de Mateo haya dispuesto que el camino del ministerio de Jesús comenzara con la tentación en el desierto, donde Jesús afirma el reinado de Dios y sólo de él. Después de la tentación, vemos que el Evangelio de Mateo nos lleva a las enseñanzas de la ética del Reino, que se encuentran en las bienaventuranzas del Sermón del Monte (Mateo 5–7). Mateo procura que comprendamos que Jesús formaba discípulos. El Evangelio dice: “Cuando vio a las multitudes, subió a la ladera de un monte y se sentó; sus discípulos se le acercaron, y  él comenzó a hablar.

Jesús comienza su proclamación, diciendo: “Arrepiéntanse” (metanoei/te). Esta ???????? está relacionada con un cambio de lealtad y con volver completamente a Dios como el centro de todos nuestros valores. Aun hoy, nosotros también, como iglesia de Jesús, necesitamos cambiar de mentalidad, para que podamos ver este mundo como lo veía Jesús, el fundador de la iglesia. Los autores de los Evangelios dan testimonio de que Jesús miraba el mundo con compasión (rachamim). A semejanza del Dios compasivo que lo envió, Jesús dio de comer a los hambrientos (Mateo 15:32) y proclamó las buenas noticias a la multitud, formó discípulos y les encomendó una misión: “La cosecha es mucha, pero los obreros pocos; rueguen, por tanto, al Señor de la cosecha que envíe obreros a su cosecha” (Mateo 9:35–38). Fue justamente debido a dicha compasión que Jesús envió a su iglesia a formar discípulos de todas las naciones. Y prometió acompañar a la iglesia en esta tarea hasta el fin (Mateo 28:18–20).

La misión estaba en el ADN de Jesús y la misión está en el ADN de la iglesia. No puede haber iglesia sin misión. Debemos llevar a cabo la misión, y la debemos realizar a la manera de Jesús, prometiendo obedecer sólo a Dios, y denunciando cualquier otro principado o poder que amenace la vida humana.

Hermanas y hermanos, no tomen la Gran Comisión a la ligera. No diluyan el mandato de Jesús, ni reemplazcan el último mandamiento de la iglesia por sus preferencias teológicas individualistas. Teniendo como ejemplo a nuestro Señor y Maestro, Jesús de Nazaret, prediquemos las buenas noticias del Reino de Dios con buen ánimo, proclamando la Palabra y sirviendo al mundo.  

Si no nos entusiasma la Gran Comisión, con su doble propósito de evangelizar y servir, podríamos dejar de ser iglesia. Una iglesia no puede optar por llevar a cabo la misión o no; la iglesia es misional por naturaleza.

Conclusiones

Jesús nos ofrece participar en su Reino; es un regalo que debemos recibir con gratitud. Y gratitud (hakarat ha’tov, como se traduce al hebreo), se refiere a despertar al bien que nos ha sido dado y dar gracias por él. Seamos agradecidos a Dios por ofrecernos su Reino, porque la gratitud es contagiosa. Seamos agradecidos a Dios, porque como alguna vez dijera el maestro judío hasídico, Rebbe Nachman de Breslov: “La gratitud se regocija con su hermana alegría, y siempre está lista para encender una vela y hacer una fiesta”.

—Hippolyto Tshimanga es director del ministerio de África, Europa y América Latina para la Iglesia Menonita Canada.

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