Inspiración y reflexión: La hospitalidad

Piring Bukan Beling: Hospitalidad y no hostilidad

Los indonesios son conocidos por su hospitalidad. Si visitas su casa, te ofrecerán comida y bebida. En las aldeas, la ama de casa cocinará la única gallina de la familia para servirle al invitado.

Aprendí hospitalidad de mis padres. Me crié en una familia grande de nueve hijos; vivíamos en una casa chica que tenía sólo tres dormitorios pequeños. No éramos ricos, pero nuestra familia ayudaba a primos y amigos que necesitaban vivienda y comida. A menudo se hospedaban con nosotros a fin de continuar sus estudios. Nuestra pequeña casa era como un oasis para todo el que necesitara amor y cuidado. Mi padre y mi madre se convirtieron en los padres de todos ellos.

Mi madre y padre también nos enseñaron a amar, cuidar, comprender, ayudar y apoyarnos unos a otros. Compartíamos lo que teníamos con los demás, y no pensábamos sólo en nosotros. Mis padres también nos enseñaron a respetar a todos sin distinción de posición social, religión o tribu. Por ejemplo, mi primo es budista; el amigo de mi hermano (de origen árabe) es musulmán; una de las amigas de mi hermana era cristiana católica de Java y otra era creyente hindú de Bali. Todos fueron muy bien recibidos en nuestro hogar. Nuestros padres también nos enseñaron sobre la igualdad, tratar y respetar a todos como seres humanos. La mujer que trabajaba como empleada doméstica en nuestra casa, formaba parte de nuestra familia; se sentaba con nosotros y compartía la misma mesa a la hora de la comida.

Tras una estadía en Estados Unidos de 1995–2001, regresé a Indonesia donde la situación había cambiado totalmente. Me asombró ver a mujeres musulmanas que usaban largos vestidos, blusas de mangas largas y el hiyab (velo). En los tiempos de antes, no se las distinguía por su vestimenta. Algunos clérigos enseñaban que a los musulmanes les estaba prohibido (haram) que saludaran a los cristianos deseándoles “Feliz Navidad”, y que un musulmán asistiera a un culto cristiano. Me sentía muy triste y recordaba cuando teníamos buenas relaciones y nos respetábamos. Les enviábamos comida y visitábamos a nuestros vecinos musulmanes para Idul Fitri (Eid al-Fitr, el fin del Ramadán) y nuestros vecinos musulmanes nos visitaban en Navidad. Ya no existe la tradición de visitarse y celebrar, de pasar juntos las respectivas festividades. Me entristeció saber que en Maluku y Poso, Sulawesi, donde cristianos y musulmanes solían vivir juntos en paz, habían entrado en conflicto e incluso se habían matado entre sí.

Los conflictos violentos han causado el desplazamiento de personas y refugiados en muchas partes del mundo. Como comunidad anabautista mundial quisiéramos reflexionar sobre qué significa recibir al extraño, especialmente cuando estos extraños tienen creencias religiosas diferentes. ¿Qué deberíamos hacer?

Aprendamos e inspirémonos en tres historias.

Elías y la viuda de Sarepta (1 Reyes 17:8–16)

Elías huye de Jezabel, que intenta matarlo. El arroyo se ha secado pero Dios prometió satisfacer las necesidades de Elías. La palabra del Señor le llega, diciendo, “Levántate, ve a Sarepta, que pertenece a Sidón, y quédate allí; he aquí, yo he mandado a una viuda de allí que te sustente”. 

Elías no se mueve hasta que no haya tenido comunión con Dios. Aguarda hasta que el Señor le oriente: “Ve a Sarepta.” La palabra hebrea halak, empleada aquí para “ve”, transmite la idea de viajar o transitar en medio de dificultades y peligro. Y el primer mandamiento, “levántate”, significa despertar.

Es interesante que Elías fuera a Sarepta, que pertenece a la tierra de Jezabel, que quiere matar a Elías. Dios provee a Elías por medio de una mujer gentil, que está fuera del círculo del propio pueblo de Dios. Es una viuda pobre e indigente, que está deprimida y padece hambre.

También es un dato interesante que la viuda esté dispuesta a dar la única comida que tiene. Ella está dispuesta a compartir sus recursos/comida aun en su escasez. Le abre la puerta a Elías para que se hospede en su casa, y llega a conocer a Dios a través de él.

Hizbulá y los menonitas (Yogyakarta)

El terremoto de Yogyakarta de 2006 (conocido también como el terremoto de Bantul), ocurrió el 27 de mayo de 2006 a las 05:54 hora local, con una magnitud de 6.3 en la escala de Richter, y una intensidad máxima de IX (Destructivo) en la escala de Medvedev-Sponheuer-Karnik. El sismo ocurrió en la costa del sur de Java, cerca de la ciudad indonesia de Yogyakarta, causando más de 5.700 muertes y 37.000 heridos, y pérdidas económicas por 29,1 billones de rupias indonesias (US$3,1 mil millones). 

El terremoto derribó todos los edificios y viviendas. Fueron destruidas casi todas las casas del puesto de la Iglesia Menonita en Pundong (GKMI Yogyakarta Cabang Pundong).

¿Qué debía hacer la Iglesia Menonita? En medio de estas condiciones, armamos carpas, un comedor comunitario, baños comunitarios y un puesto sanitario. Con la asistencia del Comité Central Menonita y otras ONGs, ayudamos a todos los necesitados, independientemente de su religión. Compartimos la electricidad con la comunidad.

Voluntarios de distintos trasfondos y religiones trabajaron conjuntamente con nosotros. Soldados del Hizbulá (división de Sunan Bonang) vigilaban nuestro camión de logística (dado que había muchos robos debido a la escasez). Los menonitas y el carpintero del Hizbulá trabajaron juntos en la construcción de viviendas. Luego de que se terminaron de edificar las casas, construimos el edificio de la iglesia y el centro comunitario.

Abundancia de provisiones

En el Monte Merapi en Java Central, Indonesia, comenzó una serie de erupciones cada vez más violentas, desde fines de octubre hasta noviembre de 2010. La actividad sísmica del volcán aumentó a partir de septiembre, culminando en repetidas emisiones de lava y cenizas. Se formaron grandes columnas de erupciones volcánicas, causando numerosos flujos piroclásticos que bajaban por las densamente pobladas laderas del volcán. Según las autoridades, la erupción del Merapi fue la de mayor magnitud desde la década de 1870.

Se evacuaron a más de 350.000 personas desde la zona afectada. Sin embargo, muchos permanecieron o regresaron a sus casas cuando todavía continuaban las erupciones, durante las cuales murieron 353 personas. Las columnas de ceniza del volcán causaron también la interrupción del tránsito aéreo en Java. El 3 de diciembre de 2010, el estado de alerta oficial se redujo del nivel 4 al nivel 3, conforme disminuía la actividad volcánica.

La iglesia también sufrió con la erupción del Monte Merapi. Más de 350.000 de personas fueron evacuadas a estadios, escuelas, iglesias, plazas. Padecían hambre.

¿Qué debíamos hacer los menonitas? Somos una pequeña congregación, que tiene entre 100–150 miembros, la mayoría pobres. Pero queríamos hacer algo y pedimos la bendición de Dios. Recolectamos 3.000.000 rupias (alrededor de US$300) que destinamos a un comedor comunitario en el edificio de la iglesia. Preparamos y entregamos diariamente 1.500 cajas de comida al centro de ayuda.

¡Dios es grande! Dios envió a personas – algunas ni las conocíamos – a ayudarnos y apoyarnos. Como la viuda de Sarepta, contamos con provisiones hasta el final. Cuando ya todos estábamos demasiado cansados, Dios envió a personas para brindarnos su ayuda, y así recuperamos fuerzas para cocinar y llevar a cabo este ministerio hasta cumplirlo.

Comida, no esquirlas

Piring Bukan Beling. Es una ilustración javanesa que trata sobre los vínculos. (Piring = plato, beling = cristal roto y puntiagudo.) Beling es como una botella, que se le ha roto el fondo para lastimar a otro en una pelea entre borrachos. También es la palabra para denominar los fragmentos afilados que están encrustados en la medianera alrededor de una casa, para lastimar al ladrón que intente subir por el muro. Así, piring bukan beling significa que es inútil construir un muro alto; aún no estás seguro porque hayas puesto barrera entre tú y tu vecino. No seas hostil con los demás ni los lastimes. Sería mejor brindarles hospitalidad; darle a tu vecino piring, un plato con buena comida. Entonces, tu enemigo podría transformarse en tu amigo. Podrían trabajar juntos y ayudarse mutuamente. Ofrece hospitalidad y no hostilidad.

Los acontecimientos de la vida constituyen los instrumentos y agentes de Dios. Los mismos acontecimientos que nos ponen a prueba, a menudo se convierten en los medios que permiten que Dios nos use en el ministerio a los demás. Es decir, nuestras pruebas con frecuencia se transforman en instrumentos para el ministerio, en oportunidades para manifestar la vida de Jesucristo, y el poder y amor de Dios. Las necesidades de Elías se convirtieron en los medios para satisfacer las necesidades en la vida de la viuda y su hijo; nuestras necesidades se transforman en los medios para satisfacer las necesidades de los demás. 

Por medio de las calamidades que padecemos, Dios nos recuerda nuevamente que no estamos aquí por nosotros, aun sufriendo dolor y necesidad. Dios cuida de nosotros, aunque no estamos solos; Dios también cuida de los demás. A menudo procura servir a las personas a nuestro alrededor, mediante los cambios de carácter que Dios quisiera lograr por medio de nuestro propio sufrimiento o necesidad.

La hospitalidad significa que aun padeciendo dolor y escasez, hemos de pensar en los demás y ayudarlos. Esto va totalmente en contra de una sociedad egocéntrica, que centra su atención en lo que es mejor para uno, sin considerar lo que podría significar para los demás.

La hospitalidad significa abrir la puerta y estar dispuestos a compartir lo que tengamos, incluso cuando se trate de nuestros últimos y únicos recursos. 

No nos fijemos nunca en las condiciones; miremos más allá de los medios, hacia dónde está la fuente verdadera de las provisiones: el Señor. Nunca juzguemos ni midamos las provisiones de Dios por lo que podamos ver. Dios es Aquel que hace todo mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, tales como las provisiones que recibiera la Iglesia Menonita cuando el Monte Merapi entró en erupción.

Es necesario que caminemos por la fe, no por lo que veamos. No contemos sólo el dinero, sino también las bendiciones de Dios. Hagamos la obra de Dios con amor y compasión. Empecemos con lo que tengamos, sin esperar hasta tener lo que creamos sea lo suficiente. Sabemos que al compartir nuestras bendiciones con los demás, nuestra generosidad no será nuestra carencia.  

La hospitalidad es abrir la puerta y recibir al otro, para que pueda conocernos y conocer a nuestro Dios. Debemos abrir la puerta aun al enemigo, ser amables y ofrecerle comida. La hospitalidad también es cuando atravesamos la puerta abierta y entablamos una relación con el otro; ser humildes a fin de recibir el amor de los demás, aun de alguien que consideramos más débil. Debemos abrir los ojos y elegir convivir, aprendiendo a entendernos mutuamente.

La hospitalidad significa tratar a los demás como iguales, sin distinción de religión, etnia, tribu, organización o iglesia. No tengamos prejuicios. Tratemos a los demás como amigos o familiares. Respetemos a los demás. Recordemos que todos somos parte de la comunidad mundial. Somos la creación de Dios.

La hospitalidad significa que estamos abiertos a la manera de Dios. Es necesario que le pidamos a Dios por la compasión y el amor necesarios para acercarnos a los demás con el poder y el amor de Dios.

“Cuando un extranjero habita con ustedes en su tierra, no lo maltraten. Como a uno de ustedes tratarán al extranjero que habite entre ustedes, y lo amarán como a sí mismos, porque extranjeros fueron en la tierra de Egipto. Yo, Jehová, su Dios” (Levítico 19:33–34).

Janti Diredja Widjaja es pastora en una de las convenciones menonitas, Gereja Kristen Muria Indonesia (GKMI) de Yogyakarta, Indonesia. Integró la Comisión de Fe y Vida del CMM (2009–2015), y actualmente estudia Psicología en la Universidad Gajah Mada de Yogyakarta.

Este artículo apareció por primera vez en Correo/Courier/Courrier en abril de 2016.

 

 

 

 

 

 

 

Familias de Pennsylvania abrieron las puertas de sus casas a visitantes de todo el mundo durante la Asamblea 16 del Congreso Mundial Menonita en julio de 2015. Foto de Liesa Unger.

 

 

 

 

 

 

 

 

Miembros de iglesias menonitas colombianas comparten el amor de Cristo a través de Pan y Paz, al repartir pan a desconocidos por la calle, el Domingo de la Paz. Foto gentileza de Iglesia Cristiana Menonita de Ciudad Berna, Bogotá, Colombia.

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