Embajadores del Reino de Dios

Una perspectiva menonita sobre la libertad religiosa en 3 partes 

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo” (Filipenses 3:20). 

Estas palabras del apóstol Pablo son parte de una carta dirigida a una audiencia de la iglesia que probablemente incluía tanto a gentiles como a judíos. Algunos eran ciudadanos romanos y otros no. Sin embargo, Pablo identifica a todos estos cristianos, independientemente de su nacionalidad política, como ciudadanos de otro reino: el reino de Dios. 

Una vez que decidimos seguir a Cristo, nuestra lealtad suprema cambia. Nos alejamos de cualquier otra cosa que exija nuestra obediencia y le damos lealtad a Jesús como nuestro último y único Señor. Nos convertimos en parte de una comunidad transnacional de otros que también dan su mayor lealtad a Jesús y solo a él. 

Esa es una de las razones por las que el Imperio Romano a veces persiguió a los cristianos durante los primeros siglos de la iglesia. La iglesia afirmó el señorío supremo de Jesús, incluso por encima del emperador, lo cual era un delito castigado con la muerte. 

Ser ciudadanos del reino de Dios nos convierte en embajadores y representantes de ese reino ante las sociedades y gobiernos donde vivimos. La ciudadanía en el reino de Dios nos otorga una nueva identidad como miembros de una comunidad transnacional. 

En 2 Corintios 5:20 y Efesios 6:20 vemos esta misma idea de ciudadanía celestial y nuestro papel como embajadores del reino. 

No me malinterprete. No estoy diciendo que haya algo malo en amar su cultura, su tierra, sus costumbres, su idioma y la gente donde creció. Dios no ignora ni suprime nuestra identidad cultural (ver Apocalipsis 7:9-10). 

Pero como embajadores, nuestra lealtad exclusiva es hacia la nación de Dios y su rey, Jesús. 

Como embajadores del reino de Dios, no creemos en líderes políticos que se presentan como salvadores porque nuestro único salvador es Jesús. 

No apoyamos la idea de países “cristianos” porque la nación divina que representamos incluye ciudadanos de todos los idiomas y culturas y tiene embajadores en todos los reinos de este mundo. 

La tendencia a confundir los sistemas políticos e imperios humanos con el reino de Dios ha sido un patrón trágico en la historia de la iglesia. A partir de la conversión del emperador romano Constantino en el siglo IV, los cristianos han identificado con demasiada frecuencia el reino de Dios con un imperio político. 

Ya que el emperador apoyaba a la iglesia, la gente percibía a Constantino como un líder ungido, un Salvador que realzaría el reino de Dios en la tierra. Aprendió a utilizar símbolos cristianos para manipular la fe de los seguidores de Jesús con fines políticos. 

Desde su reinado, muchos otros líderes políticos han gobernado en alianza con la iglesia, utilizando estrategias similares. Como resultado, muchos de los embajadores del reino de Dios perdieron el papel que les correspondía en la sociedad y terminaron apoyando políticas imperiales que contradicen las enseñanzas de Jesús. 

Esa fue una dolorosa lección que los menonitas aprendieron desde sus inicios en el siglo XVI y a lo largo de su historia hasta el día de hoy. Entre los miles de mártires de nuestra tradición, la gran mayoría ha sido perseguida y asesinada por gobiernos de los llamados reinos o naciones cristianas. 

Desde el principio de su historia, los menonitas vieron la necesidad de separar la iglesia del estado para garantizar la viabilidad de la misma. 

Lamentablemente, en nuestra historia no siempre hemos mantenido esa visión. 

En contextos como el colombiano, nuestras iglesias necesitan recuperar esta visión. A menudo, encontramos a personas hablando de Colombia como un país “cristiano” o promoviendo la aprobación de leyes que reflejan valores cristianos pero que resultan opresivas para las personas que no compartes las mismas convicciones. 

Aunque los cristianos están llamados a promover la moralidad general en la sociedad, esto no puede lograrse imponiendo valores cristianos específicos a personas que no son cristianas, incluso si son una minoría. 

Los valores cristianos son para los cristianos. Otros pueden practicar la moral cristiana solo cuando eso resulta de la persuasión y la conversación honesta. La práctica de los valores cristianos siempre debe abrazarse voluntariamente. La violencia surge como una respuesta natural a la opresión cuando ese no es el caso. 

En otras palabras, la libertad religiosa es una condición para la posibilidad de una convivencia pacífica. La paz, otro valor menonita clave, está directamente relacionada con la libertad religiosa. 

Hoy, 500 años después de nuestros inicios, la libertad religiosa sigue siendo una necesidad crucial en muchos países. La libertad religiosa sigue siendo un llamado a los cristianos que, en muchos lugares como mi país, terminan oprimiendo a las minorías en su búsqueda de poder político y privilegios. 

Trabajar en pos de la libertad religiosa abre la puerta a la creación de nuevos mosaicos, nuevas sociedades donde personas de cada fe y de ninguna fe puedan ofrecer sus valores. Un nuevo mosaico donde a través de la conversación honesta y el consenso es posible la convivencia pacífica. 

Este artículo de tres partes es una adaptación de una ponencia que el secretario general del CMM, César García, pronunció como orador destacado en el 9º Congreso Mundial de la Asociación Internacional de Libertad Religiosa (IRLA, por sus siglas en inglés). Partes de esta ponencia han sido extraídas del libro de César García What is God’s Kingdom and What Does Citizenship Look Like? (Herald Press, 2021). 

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